QUÉ NO VER EN YANGSHUO, SUR DE CHINA
Nelo | May 29, 2018Las rutas turísticas convienen a las dictaduras: China seguramente no es más que eso, políticamente hablando. El turista llega, ve los monumentos, y cuando lo ha visto todo, se marcha. El no-turista se queda atrás, sortea los museos, formula preguntas incómodas, inocula en la gente la inquietud y la desazón, y tiene que ser deportado.
“En el gallo de hierro” 1988 Paul Theroux.
Yangshuo fuera de la temporada alta tiene aire de una ciudad provinciana. Su historia es la misma que en muchos otros lugares del globo. No hace mucho era un pequeño pueblo, lo descubrieron los mochileros, fueron llegando más y más viajeros, empezó a hacerse famoso y el emergente turismo chino hizo el resto, en pocos años derivó en una ciudad de más de trescientos mil habitantes.
Pero no pensemos que se debe a una casualidad: el paisaje kárstico de las montañas que lo rodean corresponde a lo que imaginamos de China antes de visitarla, cuando cerramos los ojos y soñamos con ella sin conocerla.
Tan típico que sale hasta en los billetes de 20 yuanes.
En cualquier caso en Yangshuo, escapar de lo más turístico no cuesta nada, tan solo hay que perderse.
Olvidar la Western Street, y vagar por calles mucho más anodinas e interesantes.
Western Street, más de lo mismo.
En lo que respecta a sus alrededores, conviene salirse de las tres rutas principales fuera de la ciudad en las que cobran por cada atracción que uno encuentra en las carreteras, y disfrutar de pueblos apartados, sin hoteles, sin edulcorantes, más allá de los típicos y los tópicos, con chinos ociosos jugando a las cartas en las aceras bajo el mediodía.
La vida china fuera de la realidad siempre cómoda creada para los turistas, esa plaga que recorremos los lugares buscando autenticidad hasta devorarlos por completo, hasta trastocar su esencia y su naturaleza, y cuando hemos acabado con ellos, nos quejamos de que nos quieran vender la moto mientras dirigimos nuestras miradas hacia un nuevo lugar al cual fagocitar. Como una densa nube formada por langostas en busca de una nueva zona verde. De hecho el lugar donde se rodó la famosa película La playa de Dicaprio ahora está masificada, hay cola para subir el Everest, y Venecia será sin ti pero con medio planeta más desde hace ya muchos años.
Es casi ya un axioma: en cuanto un sitio se gana la reputación de paradisíaco, se va al diablo.
“Las islas felices de Oceanía” Paul Theroux
Lo bueno es que el comportamiento del turismo es previsible, vamos por cauces muy concretos y siempre suelen ser los mismos, todos detrás del mismo rastro, como si fuéramos hormigas que solo pasaremos por donde ya huela a hormiga.
¿Es por una mezcla de falta de imaginación, exceso de mala información, marketing, miedo…?
Así se crean productos como el Círculo Dorado de Islandia, el Triángulo de Oro de India, o el mismísimo castillo del conde Drácula. China incluso cambió de nombre una ciudad y ahora la llaman Shangri-la, yo no la conozco, pero me parece una operación comercial de primer orden, seguro recibirá visitantes, de hecho ya estamos hablando de ella.
Los turistas se creerán casi cualquier cosa mientras les resulte cómoda.
“Las islas felices de Oceanía” Paul Theroux.
Todos los lugares citados seguro que son maravillosos y dignos de ver, pero ¿acaso no hay más India fuera del Triángulo de Oro? ¿Acaso no deslumbrará bastante más la desconocida Maramures que su vecina Transilvania al que tenga la magnífica idea de ir más allá de la famosa región rumana?
Por ejemplo, si en una zona hay cien valles y sólo elegimos uno, ahí nos veremos todos una y otra vez, como polillas golpeándonos contra una única farola encendida en la noche. Los otros noventa y nueve valles permanecerán casi impolutos.
Para cualquier viajero que tenga gusto propio, la única guía útil será la que él mismo ha escrito.
Aldous Haxley
¿Quién quiere ir al desierto cuando éste ya no lo es, sino varios montones de arena llenos de gente y máquinas ruidosas?
Esto no es una crítica al desierto, sería absurdo. El desierto es muy grande, la concentración de todos en un mismo punto es algo digno de estudio, pero es que para perderse hay que querer perderse.
Perderme se me da bien, me sale casi involuntariamente. Tan solo tengo que tomar ese camino que no sé dónde va. Y limpiarme el trasero con las hojas de la más famosa guía de viaje. Esa que vende un planeta cada vez menos solitario gracias a ella. En realidad qué más da partir de viaje organizado por El Corte Inglés en un grupo numeroso o siguiendo una guía con miles de adeptos dispuestos a seguir sus instrucciones como si fueran una secta.
Recorriendo todos, una y otra vez, los mismos lugares. Repite conmigo, soy mochilero, soy mochilero, soy mochilero…
Yangshuo desde TV Tower.
En cualquier caso, no pasa nada, no hay problema, todo está bien, lo malo es creerse mejor que los demás, porque nosotros mismos también somos los demás, por eso cada vez que nos quejamos lo hacemos en vano y por vicio. Además incluso en los lugares más trillados es fácil salirte por la tangente.
Muchos viajeros, en realidad, son soñadores. Los turistas son soñadores tímidos, los otros -los que corren riesgos- son soñadores más audaces.
“El último tren a la zona verde” P.Theroux
La Western Street está llena de mariconadas para turistas, ya sabéis, lo de siempre, sombreros ridículos, imanes, camisetas en las que te imprimen en un momento la foto de tu suegra, antigüedades que no lo son, cervezas y salchichas alemanas, tés con muy buen aspecto y espantoso sabor, pulseras, pendientes, biberones preparados ¿?, bolsos, chucherías, comidas a precios altos…
Biberones para turistas.
…pero al final de la calle, como un premio a haber soportado tal cantidad de basura vendible, está el fantástico Río Li, majestuoso, tranquilo, con el caudal bajo, como si él mismo supiera que está fuera de temporada alta. Sombrío y tristemente bello, envuelto en una bruma melancólica.
El autor frente al Río Li.
Si uno tiene la suficiente paciencia, puede pasar la tarde contemplándolo y con un poco de suerte, ver regresar alguno de los pocos pescadores que siguen pescando con la ayuda de cormoranes. Imagino que también se podrá organizar por medio de una agencia turística, pero el pescador que vimos venía de río abajo después de una jornada de pesca en solitario.
Sólo él, su barca, sus pájaros, las montañas y el atardecer reflejándose en la superficie calmada del río que él mismo iba rasgando, suave, con ternura incluso.
Pesca con cormoranes en el Río Li, Yangshuo
La diferencia entre algo creado para los turistas y este señor, es que él hubiera estado ahí aunque nosotros no lo estuviéramos.
Esa es la diferencia entre lo “auténtico” –esa palabra tan manida- y lo real.
La tribu africana que baila para el turista es “real”, la tribu africana que baila cuando ya no hay turistas es lo “auténtico”. De hecho, ese pescador es posible que ahora mismo esté pescando mientras tú lees esta serie de penosas elucubraciones. Imagino que bastará averiguar el puerto donde fondean, para poder saber más sobre esta ancestral pesca sin tener que ir a parar a una agencia.
Yangshuo es una ciudad llena de hoteles, sí, pero también de mercados locales donde compra la gente, donde acuden los habitantes de los pueblos ribereños del Lijang y del Yulong a vender sus productos, donde se escandaliza el extranjero al ver las condiciones higiénicas acostumbrados a un occidente esterilizado y empaquetado, donde la mierda del producto no se ve, porque el producto es la mierda, es el veneno oculto bajo capas de conservantes, colorantes y emulgentes, presentado, cómo no, en condiciones de extrema limpieza exterior.
El mercado que hay justo detrás del Vienna Hotel es la antítesis de la Western Street y un buen ejemplo de mercado chino local. Ribereños de los dos ríos vienen a la capital de la comarca a vender sus productos recién cosechados. Mandarinas pequeñas, irregulares pero sabrosas. ¿Para qué queremos un tomate precioso si no sabe a tomate? En fin, lo de siempre.
Las zonas turísticas liofilizadas, perfumadas y adornadas se crean por nosotros mismos, para nuestras exigencias.
Ni turistas, ni viajeros, nadie quiere ver roedores gigantes, perros y gatos abiertos en canal, expuestos como pollos, junto a más congéneres suyos vivos esperando ser despedazados y vendidos a trocitos. Pero, ¿no buscábamos lo auténtico? Pues aquí lo tenemos.
Esto es algún tipo de roedor, no pongo fotos de perros ni de gatos para no herir la sensiblidad del lector/a.
En Yangshuo hay que tirar el mapa turístico a la basura y dejarse llevar por el azar. En la ciudad hay barrios interesantes, restaurantes baratos y de comida riquísima, parques donde los chinos hacen su vida, juegan a juegos de mesa, bailan o cantan. Y todo ello sin el más mínimo pudor, pese a que muchos de ellos no lo hacen nada bien.
-Cariño, ¡qué alguien le quite el micrófono a ese señor!
El tipo con peor voz de la ciudad, y probablemente de todo el sur de China, suple sus carencias con una potencia y un entusiasmo propios de un concierto ante diez mil personas. Pero nadie lo mira, solo nosotros.
Y al igual que cantan a los chinos les da por bailar. En cualquier parte. Intentaré ser imparcial y justo: lo hacen como el culo. Y las canciones son de un hortera melodioso y ridículo que entra de lleno en la cursilería más espantosa, y lo peor de todo, lo más raro, es que ¡me gusta!
Me gusta que alguien que cante de una manera espantosa se ponga a cantar, gozo al ver que la señora más arrítmica del planeta es la profesora de baile de otros que aún bailan peor en medio de un parque, me encanta que las abuelas se pongan a hacer estiramientos y ejercicios físicos vestidas de maneras horrorosas y con total desfachatez, me alucina que cualquiera se ponga a hacer taichi como si no hubiera un mañana y estuviera manejando él solito todas las energías del universo interestelar, telúrico y sideral. Toma Chi para allí, toma Chi para allá, lo flipan mucho y yo aún más. El Chi es el flujo vital de energía, es silencioso, no tiene forma, pero lo impregna todo.
Se me ocurren varias cosas que decirle a la de los ojos marrones inspirándome en el Chi, y se las digo mientras caminamos a saltitos por el lecho pedregoso del río que casi no se ve por falta de luz. No recuerdo muy bien lo que le digo, pero sí su respuesta:
-Me encanta que seas un guarro salido- ¿Hablará en serio? En torno a ella, China va sumiéndose en la penumbra de un atardecer que ya terminó.
Caminamos ya de noche por calles donde la gente queda para ponerse unos goteros, en locales abiertos a la vista de todos, a pocos metros de un tráfico mitad eléctrico, mitad rabioso, mientras charlan, juegan a las cartas o miran el teléfono.
-¿Qué? ¿Te hacen unas vitaminas en vena?
-No gracias, hoy prefiero un chute de hierro y potasio.
Muy buena cronica de viajes como siempre. Estoy enganchado a esste blog.