DE MEGDAZ AL CIELO, ALTO ATLAS, MARRUECOS
Nelo | August 2, 2015Tres días en Magdaz, o en cualquier otro pueblo o aldea berebere del Alto Atlas, no es mucho para lo excepcional de la gente y la maravilla de lugar. Qué menos que dejar pasar tres meses o mejor aún una estación, en alguno de esos sitios que nos dejaron boquiabiertos en nuestros viajes. Una primavera entera en lo alto de estas montañas, nos daría tiempo a ver como se funden las nieves de las grandes cimas, y deleitarse de cómo rebrota el verde en el fondo de los cañones y barrancos, y nos cruzaríamos con pastores en trashumancia camino de los altos pastos donde pasarán el verano, acampando con sus familias y rebaños. Veríamos además como todo se iba tostando conforme aumentara el calor, y las serraladas de esta abrupta cordillera irían manchándose de mil tonos amarillos, ocres y rojizos.
Sí, una estación ya da una buena idea de cómo es un territorio. Una primavera en el Atlas, un invierno en los Cárpatos, un monzón en la India, un otoño en un oasis del desierto, cuando se recogen los dátiles y todo el mundo está de fiesta y contento. Un verano en un pueblito blanco pegado al mar azul profundo de una isla remota, no en exceso habitada, con sus calas de agua cristalina y pieles tostadas por el sol yendo en bicicleta. Las estaciones son un tiempo tan preciso y suficiente que el ciclo natural de las migraciones de lo animales se rige por ellas.
Pero yo sólo voy a estar tres días en Magdaz, y a modo de bálsamo pienso que un día es casi infinitamente más que ninguno, dos son, nada menos, que el doble de uno, y tres es ya el colmo, nada menos que el triple, la abundancia casi total. Y así, las matemáticas que afligieron mi niñez, se convierten en mi temporal consuelo, hasta que logro deshacerme de cualquier resquicio de medida, es decir que me dé igual el tiempo, porque en realidad no importa, y lo mando todo al carajo, y por fin soy libre de prejuicios, calendarios, relojes y otros diabólicos inventos. Hasta que vuelvo a caer.
Voy a pasar un par de días más en Megdaz, y aprovecharé para darme una vuelta por sus encañonados alrededores.
De Ifoulou a Megdaz se puede ir por dos caminos, uno es vía AÍt Ali n Itto, y el otro, mucho más montañero, bonito, y duro, te lleva por Tasselnte y Tagoukht hasta Medgaz. El primero ya quedo explicado en este otro post. Sobre el espectacular recorrido del segundo, no hay mejor descripción que este vídeo de otro viaje que hice muy bien acompañado.
Megdaz cuenta en sus alrededores con dos cascadas. Ambas son difíciles de encontrar si las buscas en solitario, y ambas requieren estar en mediana forma física para acceder a ellas. Yo un día fui a una, y al siguiente a la otra, lo extraordinario de las dos cascadas, además de su fascinante belleza y frescura que resalta aún más debido a la extrema aridez circundante, es que en ellas estuve solo todo el día, nadie vino. Sintiendo como si estuviera en el último paraíso.
No sé el nombre de ninguna de las dos, agradecería que si algún lector los supiera, me los dijera, de la segunda no tengo ni fotos, en Magdaz no había llegado aún la electricidad y mi móvil se apagó pronto.
Antes de ponerme en marcha, tengo que llegar hasta un manantial situado en el lecho del río para llenar de agua mi botella, paseo por las huertas de Magdaz maravillado por sus nogales centenarios, aunque este año, debido a una inoportuna y drástica helada, no hay casi nueces, ni tampoco almendras. La frondosidad de Magdaz en verano, en comparación con la parquedad de las montañas que lo rodean, gigantes esplendorosos de piedra y tierra, le dan un aspecto de riqueza y abundancia, sus altísimos graneros fortificados refuerzan el conjunto.
Hay una máquina trilladora que durante las 24 horas al día trillará toda la cebada de este valle adyacente al Río Tassaout. Como al pasar me miran, les saludo; los operarios de la máquina me llaman y me dicen que me acerque. Me ponen a palear cebada, es un trabajo bien duro, a los dos minutos me empapa el sudor, me pica todo. Ellos se lo están pasando en grande, no todos los días es un extranjero el encargado de alimentar al monstruo mecánico, ríen. En cuanto pasan tres minutos me relevan, me dicen que muy bien, les pido dinero, ríen más. Me marcho aliviado de allí, maravillado ante este casi perpetuo buen humor de los amazighes de montaña, y agradecido porque no tengo que estar todo el día trabajando.
Lleno agua en el manantial, y parto entre las montañas siguiendo cañones muy abruptos y estrechos llenos de huertas, cultivos y árboles. Me pierdo una y mil veces, no es fácil el paseo, ahora en verano está todo muy exuberante y la hierba muy alta, no se ven sendas y está todo a diferentes niveles.
Después de horas llego a la cascada, la de mañana será más espectacular, pero sólo tengo fotos de ésta.
Paso varias horas allí, almuerzo las eternas y cotidianas sardinas enlatadas con pan, fumo, me baño, duermo, cuando me canso regreso hacia el pueblo. Hay bastantes pájaros, alguno de ellos bien extraño; libélulas tigre, a rayas negras y amarillas me acompañan durante la vuelta. Vuelvo a perderme, sé por donde se regresa pero la vegetación me lo impide. Veo a un hombre y a una mujer trabajando en una pequeña huerta, los abordo, les saludo, hablo con ellos, les pregunto por el camino, me dicen que espere. Mientras les sigo parezco un pato mareado, un patizambo, un pelele inadaptado intentando no tropezar perdiendo cualquier rastro de dignidad.
Atardece cuando llegamos a Magdaz, me invitan a un té a su casa. Hassan el Hassani vive junto a su mujer y sus hijos pequeños en una de las casas de piedra del pueblo.
Tan espartana por dentro como por fuera, el estoicismo de su interior es tan acusado como cálida y acogedora su familia. Aunque sea un topicazo mil veces dicho, la verdadera riqueza de estas tierras está en sus gentes, el pais ichelhin y por ende, casi todos los territorios de los amazighes (bereberes), deberían nombrarlos uno de los pueblos más hospitalarios y simpáticos con el forastero del planeta.
Tenemos la misma edad, pero él tiene 7 hijos, 6 varones y 1 mujer. Trabaja los meses de invierno en Agadir, en la construcción. Así paga el internado de sus hijos más mayores, el instituto más cercano está a muchas horas de coche, si hubiera alguno, que no lo hay. Unas furgonetas se encargan del transporte de personas y mercancías, pero no hay un horario fijo, y muchos días, nada ni nadie entra o sale del pueblo. Me hace prometer que si vuelvo con mi hija iré a visitarlo. Tonto de mí, volveré con mi hija, pero no cumpliré mi palabra. Y me arrepiento.
Al día siguiente camino hasta la otra cascada, también me cuesta encontrarla, es más alta y espectacular que la otra, paso el día allí sin ver a nadie, tumbado en este bucólico entorno, oasis de montaña de donde nunca llega el momento de marcharse.
Los extranjeros cuando pasan por Magdaz sólo suelen quedarse una noche, porque coincide con una etapa en su trekking, pero Magdaz no debería ser abandonada tan pronto, tiene mucho que ofrecer tanto por ella misma, como por sus alrededores La segunda cascada se puede combinar con una ascensión por su lado izquierdo –no hace falta cuerdas, pero no es apta para cardíacos- que te lleva a una especie de planicie arriba de Madgaz, con unas poquísimas casas –creo que se llama Amsir- y una de las vistas más bonitas del Atlas que haya visto en mi vida. Enfrente de mí, casi se ve, uno detrás de otro, todos los grandes picos del Atlas desde el Toubkal hasta el Mgoun.
Delante de un paisaje impactante, mientras contemplo una detrás de otra las esplendorosas cumbres de la cordillera, aterido de frío tumbado en la tierra roja, experimento un profundo orgasmo espiritual, nada como las montañas y desiertos de Marruecos para acabar con la frigidez emocional, para correrse pero con el alma, para fundirte en uno con el planeta, para incluso, llegar a pensar hasta en hacer las paces con Dios.
Desahogado y tranquilo, bajo hacia el pueblo mientras la noche va cayendo de este a oeste y las águilas regresan a sus nidos, la llamada a la oración en las mezquitas se mezcla entre las rachas de viento, los demonios que traía conmigo han desaparecido, los dejé atrás caminando por los altos senderos de esta cordillera.
Debería recetarse en la seguridad social, el Atlas contra todos tus males. ¿Cómo no va a vencer este gigante?