VOLVER A CASA, ¿DEPRESIÓN POST-VIAJE?
Nelo | June 2, 2015Antes, cuando nunca nadie bajo ninguna circunstancia, me lanzaba un patada directamente a mis egos llamándome de usted, y regresaba a mi casa de Valencia, mi ciudad de origen, sufría la típica depresión post-viaje, el bajón que sigue a cualquier subidón, directamente proporcional a la duración e intensidad de la aventura vivida, que me hundía en profundas reflexiones con la inadaptación como bandera de todas ellas.
Es la típica frase que aparece en muchos foros mochileros del viajero como pieza que no encaja al regresar a un mundo cotidiano del que, por el motivo que sea, se marchó. Como si un ladrillo que antes tenía su sitio en la pared, ahora no pudiese volver a ella después de rodar tanto, porque en vez de ladrillo ahora es canto rodado, como esos trozos de cristal redondeado que se encuentran en las playas, bella y colorida basura del mar.
Tener que volver a transitar por las mismas calles, ver otra vez las mismas caras, y hasta tener que volver a buscar un trabajo pesaba, pero lo más insoportable era la sensación de que nada había cambiado pese a mi gran último descubrimiento: el fascinante lugar por el que viajé, las nuevas maneras de vivir que había descubierto, no podía entender que todo siguiera igual y que la gente no hiciera nada ni para conocer aquello, ni tan siquiera pensara en ello, ensimismados en sus vidas rutinarias.
Tenía ganas de subirme a una farola y gritar:
-¡Hay otros mundos, otras vidas, lo que veis no es la verdad única, sino tan solo un espejismo!
Me molestaba incluso ponerme el cinturón en el coche, cuando venía de viajar hasta en los techos de algunos, odiaba los semáforos y que todo estuviera tan limpio y miraba el polvo del camino en mis botas, me molestaba el brillo de los escaparates, y sus desorbitados precios, y echaba de menos los puestos al aire libre de sillas mugrientas y mesas aceitosas. Me sabía muy mal la falta de luminosidad en las sonrisas, cuando venía de tierras en que éstas eran pura luz. Me repateaba que el rosario de los días permaneciera siempre igual, cayendo en el olvido de la rutina uno tras otro, cuando de viaje eran todos diferentes, inolvidables y únicos cada uno de ellos.
Subidos en algún vehículo camino de Real de Catorce, desierto de San Luis de Potosí, México 1999.
Me parecía un bucle maldito, una broma pesada el tener que regresar al mismo lugar a dormir noche tras noche, era como caminar en círculos. A mí lo que me gustaba era dormir lejos de donde amanecía, y si era el mismo lugar que sólo fuera temporal y poder marcharme cuando quisiera. Y hacer lo que me diera la gana, lo que me saliera de ahí abajo.
Tenía la sensación de que toda la gente de mi ciudad, incluso del país, decía las mismas frases y que sólo cambiaban las bocas que las pronunciaban, como si todos llevaran la misma canción única en su interior, la misma reproducción grabada. Las mismas maneras de ser, las mismas paredes, que conocía de sobra y por ello,me aprendí pronto la salida del laberinto, aunque a veces fuera corneado por el minotauro, que me enviaba, casi siempre de una coz, al exterior.
Una vez, tras meses en el desierto, me dolió de manera física y tangible la blandura de mi cama al regresar a mi ciudad. Los músculos me dolían tanto que tuve que dormir en el suelo un par de días, como Cocodrilo Dandee. También me sentía tonto por haber regresado. Si otros podían estar diez años dando la vuelta al mundo, ¿por qué yo no? Esto era algo que me frustraba.
Pero seguí viajando y también regresando. Las estaciones se sucedieron unas tras otras, las de tren y también las otras. Y mi barba empezó a blanquearse.
Ahora, me encanta volver, me gusta tanto, casi, como marcharme. Y eso que ya no están algunas de las personas por las que regresaba una y otra vez. Eso hace que me alegre de cada una de las veces que volví.
Todo empezó a cambiar cuando empecé a plantearme de qué servía viajar si no era para tratar de conseguir estar a gusto en todas partes, y todas partes es todas partes. Lo cotidiano, mi ciudad también está incluida en todas partes. ¿Para qué carajo viajar por medio mundo si no se aprende nada? Y en particular, lo que más nos cuesta aprender.
E intenté perder la vanidad, con lo que ya no me importaba quien la tuviera más larga, hasta que me dio igual viajar una semana, que un mes, que un año, que diez. En realidad nada importa, todo pasa. Y vi que el tiempo se aceleraba exponencialmente.
Para qué rodar por medio planeta sino se aprende que un tipo que se pasa la vida bajo el mismo árbol puede ser tan sabio como otro que permanece en continuo movimiento. Y que las paredes pueden estar hechas de un amasijo de ladrillos y piedras, entre ellas también cantos rodados. Y que aunque las frases se repitan, los labios que las pronuncian son diferentes.
Lo que realmente hay que “ver”, no se encuentra en ningún lugar ni nadie nos lo va a descubrir, creo. En cualquier caso, no estoy seguro de nada, ni siquiera de lo que creo saber. Cuando buscas certezas, modos, caminos, palabras, verdades… el mismísimo mundo desparece bajo tus pies, ¿a dónde habría que ir? ¿qué deberíamos hacer? Puede que no haya nada que buscar, nada que ver, o tal vez sí.
Esto me dijo un amigo ayer, cuando hablábamos de todo esto por culpa de la redacción de este post.
Ahora me encanta volver a casa y me parece un desperdicio no aprovecharlo. Si vengo de un país más cálido disfruto del fresquito de aquí y si vengo de unas tierras más frías me alegro del calor de aquí. Y me gustan también, los escaparates brillantes y la “blandura” de mi cama “habitual”.
Y que las sonrisas desparramadas por el planeta sean variadas en su luminosidad.
Y que no me gusta llevar grilletes, ni bola de presidiario, ni aquí, ni allí, ni en ninguna parte. Y que los espejismos también forman parte del desierto, tanto como lo real. Y que me gustan los laberintos, e incluso los minotauros, ey toro!
Mientras escribo pienso que hace unas horas estaba en las selvas de Malasia, infestadas de sonidos raros, emocionantes, extraños.
Y ahora las golondrinas chillan al otro lado de la ventana, familiares, alegres, frescas, jugueteando entre la Gran Vía y la Plaza de España.
Valencia no es Kuala Lumpur, ni viceversa, y gracias. Ya no camino con la boca abierta entre calles sacadas del futuro, de humeantes puestos callejeros, con enormes pantallas de plasma y trenes por encima de mi cabeza, rodeado de actividad frenética mientras Garganta Profunda (mi vieja mochila) se me clava inclemente en los hombros quemados por el sol y picados por las pulgas. No veo ponerse el sol por detrás del las Torres Petronas, ni escucho el zumbido de la gran ciudad de los policías de Kawasakis Ninja.
Es más, vengo de dejar la niña en el colegio. Abrazó a sus amigas porque llevaban tiempo sin verse.
-No les digas que volviste de Malasia toda picada de pulgas, di que han sido mosquitos, ni digas nada de los cientos de piojos.
-Ya lo sé, papá. Calla.
El trópico es tan bonito como a veces duro.
-Y apriétame bien en los estudios estas tres semanas que te quedan, me costó mucho convencer a tu profesora para que vinieras conmigo y ahora te toca cumplir.
-Sí, sí…-pero ya no me escucha, sale disparada al patio donde le esperan sus amigas,
-¡Oye, se te olvida darme un beso!
Vuelve, está a punto de entrar en esa edad en la que ya no querrá darme besos en público y tengo que aprovechar mientras pueda.
Caminaré hasta casa bajo el sol y el aire fresco del Mediterráneo, entre las terrazas de los bares que esperan los clientes del almuerzo y el olor a azahar. Los gorrillas han empezado su jornada y vociferan sus órdenes a los coches que aparcan, niñas muy guapas se dirigen camino de las universidades, en las televisiones a todo volumen de los bares se habla de las últimas elecciones municipales. Compraré nuestro desayuno en ese horno que huele a gloria, esperaré impaciente a que acabe de subir el ascensor, abriré despacio. Y me bajaré del mundo, entre sábanas tibias, de ésas muy blancas y que huelen muy bien.
Cuando te falte el aire tomaremos otra vez el tren de medianoche, ése que traquetea arrítmicamente, como a ti te gusta.
Porque el paraíso, o está en todas partes, o no está en ninguna. O solamente dentro de ti.