ATRAPADO EN UN ASCENSOR. PRISTINA, KOSOVO
Nelo | March 16, 2017Estoy atrapado en el ascensor de la torre de un campanario de una catedral en obras, en Pristhina, la capital de Kosovo. Solo y con el teléfono sin cobertura, y lo peor, nadie sabe que estoy aquí, me he colado aprovechando un bonito e invernal domingo por la mañana en el que solo había tres trabajadores encima de un andamio al fondo de la nave principal, y de los que me zafé caminando furtivo detrás de gruesas columnas hasta llegar al edificio anexo donde está la torre.
Puedo afirmar que estoy en un lío. Lo que ha pasado es fácil de explicar, se abrió la puerta del ascensor, entré, se cerró y nunca más se volvió a abrir.
Todo iba bien, había dejado mi anodina habitación de hostal barato y me había tirado a las calles temprano.
Ni buena ni mala, ni cara, ni barata (12 euros) anodina habitación individual de hostal, atención a las vistas desde su ventana.
Toma glamour viajero, pues mira de tan fea que es, me gusta.
Había desayunado bien, hacía buen día, y yo caminaba feliz por las calles de Pristina intentando no perderme nada.
Fijándome en todo, ya sabes, edificios, los olores –siempre diferentes, siempre exclusivos de cada ciudad- las pintadas en las fachadas.
Los gestos de la gente, los sonidos nuevos de palabras extrañas, la ropa de los escaparates, las formas de los semáforos, los culos que embutidos en ceñidos jeans cruzan la calle, siempre prometedores y claros exponentes de una genética como mínimo interesante y bastante reveladora.
Es mi segundo día en Pristhina, y quería subir a la torre de la Catedral para pasar el rato y ver el centro de la ciudad desde lo alto. Está en obras, así que decidí poner cara de tonto y tirar para dentro. No me vio nadie.
Esa puerta abierta fue mi perdición.
Y ahora pateo con todas mis fuerzas las puertas de metal del moderno ascensor dispuesto a reventarlas con tal de salir, ya pagaré lo que sea, o que me detengan, pero tengo que salir de aquí, estoy empezando a gritar desesperado, histérico.
No sé como se dice en albanés ayuda o sáquenme de aquí, y me parece ridículo gritar en inglés help, help, heeeellppp, así que solo voceo un ehhhhhgg con tintes guturales debido ya a la desesperación.
La Catedral de la Madre Teresa se llama así en honor de esta mujer por todos conocida y de origen albanés.
No hace falta ser demasiado avispado para preguntarse si a la Madre Teresa le gustaría esta obra monumental y seguro que muy costosa. Más bien me la imagino con serios retortijones en el estómago entre tanto despilfarro inútil.
Algunos justifican esta catedral como una oda a la tolerancia religiosa en un país predominantemente musulmán después de la última y reciente guerra, en la que corrieron a las otras etnias, entre ellos a los 40.000 serbios que vivían en la ciudad. Pero sin ser ningún experto, sólo hace falta andar desde allí unos doscientos metros para encontrarse con la ortodoxa Iglesia del Cristo Salvador, inacabada por la guerra, quemada por dentro, convertida en basurero y cagadero, continuamente atacada y firme candidata a la demolición.
Entonces ¿en qué quedamos? ¿Somos tolerantes? ¿Con quién? ¿Con unos sí, y con otros no? ¿O sólo con quienes nos ayudan a ganar las guerras?
La nueva catedral se encuentra en el Bulevar Bill Clinton, tal vez eso explica todo. La iglesia ortodoxa del Cristo Redentor se encuentra llena de mierda. En realidad todo este asunto apesta lo mires por donde lo mires.
Dos mamotretos en los que se ha gastado mucho dinero y se sigue gastando mientras el pueblo de Kosovo no nada en la abundancia ni mucho menos, siendo sus condiciones de vida merecedoras como mínimo del calificativo de austeras. Lo de siempre.
En mi pueblo, si lo tuviera, simplemente se diría que los hay que las están pasando putas, por no hablar de los exiliados y muertos en la guerra, por cualquiera de los dos bandos, y “éstos” venga a gastar.
Espero que el lector tenga en cuenta que no tengo ningún especial interés en defender la Iglesia del Cristo Redentor, que básicamente, me la trae floja, y que es probable le hiciera clavarse aún más la corona a Cristo y replantearse lo de su redención, y que seguramente esta iglesia también fue en su día una maniobra política del presidente serbio por aquellos días Milosevic, o sea lo mismo que la catedral de Bill Clinton, ay perdón me he equivocado de nombre, de la Madre Teresa, pero en sentido contrario.
El ascensor ni se mueve ni abre sus puertas. Intento todo. No consigo nada. ¿Será castigo divino porque he empezado a blasfemar?
Sólo acierto a hacerme un selfie en el ascensor que además me sale borroso.
El tiempo pasa y yo voy poniéndome nervioso, el domingo vira a mediodía sin detenerse, y yo enviado al limbo, empiezo a pensar que tal vez tenga que pasar la noche allí. Mi móvil no tiene cobertura, de todas formas ¿a quién carajo llamo en Kosovo? ¿a mí chica en Valencia?
-Cari, ayúdame, estoy encerrado en un ascensor
-¿Totalmente encerrado?
-Si cariño.
-Uy, no sé oye bien, qué lastima, además se me queman las patatas
-Espera…
-Nada que no se oye, adiós, adiós.
Mejor no la llamo, a ver, esto es una emergencia ¿Al 112 español?
-Operadora, estoy encerrado en un ascensor, necesito ayuda.
-Deme su dirección, por favor.
-Catedral de la Madre Teresa, Pristina, Kosovo.
-Pero señor, verá…
-Sí, sí, ya lo sé, para algo lejos de España, no les quedará ningún soldado por aquí, ¡envíenme el ejército si es necesario!
-Lo siento, no sé si es una broma pero no podemos ayudarle, llame a emergencias de Kosovo.
-¡No! ellos no me entenderán.
-Voy a colgar señor, disculpe.
-Espera ¿qué llevas puesto? Díselo a papito…
Ridículo, de todas formas no hay nada de cobertura. Con las manos me apoyo en las paredes y con los dos pies le arreo zambombazos a la puerta como si no hubiera un mañana. Imagino incluso un conflicto diplomático.
-Señor Cónsul, entienda que tuve que destrozar ese ascensor…
Pero la puerta demuestra una solidez pétrea y a mí me entran unas ganas terribles de llorar.
El tiempo pasa y en un momento como otro cualquiera la puerta se abre, un obrero ha pulsado el botón por fuera, me mira con una indiferencia que a mí me deja perplejo. Estoy a punto de echarme a sus pies, agradecido. No le extraña nada, no me dice nada, hace como si no me ve, y yo salgo de allí flotando. El aire frío del invierno kosovar entra en mis pulmones. Estoy libre, me siento libre, literalmente libre.
Sí, claro que subiré por las escaleras la próxima vez.