VUELTA DE KIRGUISTAN. ¿Kirgui qué? Kirguistán, brrrr
Nelo | August 19, 2016Casi todos eran hombres sanos y sin el aguijón de la necesidad; tenían la posibilidad de meditar y cuidar sus obras; F. M., en cambio, sufría dos penosas enfermedades, tenía el peso de la familia y las deudas y vivía en una cuantiosa incertidumbre por el mañana.
Dostoyévskaia, Anna Grigórievna. Dostoyevski, mi marido. p. 126.
Me gusta que al día siguiente de la vuelta a mi ciudad llueva justo antes del amanecer. Que el día no acabe de arrancar, oscuro, plomizo y amenazante de nubes cargadas de chaparrones mediterráneos matutinos cuando me asomo al balcón para ver como te alejas camino del trabajo después de no haberte dejado dormir demasiado otra noche más.
Todavía hueles a Asia Central.
Me gusta que no salga el sol, que mi balcón permanezca en la penumbra, que las tormentas den una falsa sensación tropical y que el tráfico suene allí lejos, en la Gran Vía, amplificado por los charcos que los coches atraviesan entre olas espumosas color tarquín.
Dejar encendido el ordenador con un par de frases escritas después de despedirme de ti y bajar al horno de la esquina a comprar una napolitana de chocolate. Que nada brille, que no haya destellos, no tener que entornar los ojos ni luchar contra el calor y el polvo. Sentir que el verano se acaba y que agosto termina, tormentoso, casi en blanco y negro, lluvioso e incluso otoñal, como si hubiera decidido darnos un respiro, mostrándonos su cara más fresca.
Ir a pagar la napolitana y que en mi mano aparezcan soms y tenges, monedas de nombres desconocidos e imposibles antes del viaje y hoy familiares, reales, cuyo peso y valor específico conozco, testigos mudos de nuestro paso por Kirguizistán y Kazajistán.
Volver a casa y sentarme enfrente de la pantalla a calentarme la cabeza a ver qué carajo cuento, para que los lectores no acabéis bostezando de aburrimiento frente al enésimo relato de viajes. ¿otro fanfarrón más contando sus viajes y pretendiendo mostrar al mundo lo maravillosa que es su vida? No, gracias. El positivismo exacerbado me produce urticaria.
La de los ojos marrones frente al último mojón. Viajando hay que abrir bien los ojos, oummm
Si consigo llenar tus botas de barro mientras te hablo de las Montañas Celestiales del Kirguistán (Tian Shan) o consigo que notes algo parecido al vozdka corriendo por tus venas bajo la luna de Almaty, hablamos el mismo idioma. No pretendo mucho más, vive tu vida como te dé la gana, que yo hago lo mismo.
Valle de Altyn Arashan en las Montañas Celestiales en Kirguizystán, Tian Shan, nunca un nombre tan apropiado para unas montañas.
No es difícil transmitir, siempre y cuando consiga acercarme a la realidad, mirarla a la cara, no tener vergüenza de contarlo y no preocuparme ni lo más mínimo sobre lo que puedas pensar. No lo podré hacer de manera total porque si no levitaría, no me haría falta ni contarlo, pero hasta donde llegue lo comprenderás bien, porque tienes las mismas necesidades que yo, respiramos igual.
Bukowski sonreiría satisfecho si dijera que puede que viajemos para escapar de la muerte, qué tontería, como si de la muerte se pudiese escapar. Tal vez suene demasiado trágico, oscuro incluso, quizá demasiado grandilocuente, pero ahí queda eso. Lo puedo adornar diciendo de la muerte en vida, para que los más jóvenes no os echéis las manos a la cabeza y os suene más real, menos lejano, más rebelde o revolucionario. Pero voy a dejarme de pamplinas, se trata de la innombrable, de la pálida dama, se trata de ir llenando el saco para el día que te pille poder decirle a la cara: Yo viví, hice lo que pude, lo intenté, pendeja.
Los viajeros viajamos porque creemos que así vivimos más y mejor. Lo creemos porque lo hemos sentido. Imaginándolo, leyéndolo o en plena vorágine, a veces incómoda, a veces orgiástica, de la experiencia propia. Tal vez se trata de follarte el planeta, tal vez de no morirte de asco. Quizá solo de curiosidad, si no te apetece ponerte transcendental, o de divertirte, que a mí me da lo mismo, cada cual tiene sus razones.
Pero qué importa. Nada, ni lo más mínimo. No importa por qué viajamos. Ni siquiera importa que viajemos. Si nos ponemos desagradables podemos decir que viajamos porque nos sale de los huevos, del orto, pero, esencialmente no importa.
Si fuéramos amantes de la papiroflexia, ésta llenaría nuestra vida por igual.
Las calles bacheadas y llenas de árboles frutales en el verano de Bishkek, capital de Kirguistán, siguen siendo recorridas por marshrutskas tan repletas que si pegan un buen frenazo no pasa nada porque hay tanta gente que te sostienen.
Y siguen ahora mismo, precisamente en este instante, dando vueltas a la ciudad una y otra vez, la 177 al Osh Bazaar, la 380 al aeropuerto de Manás, y así, cientos de ellas, arriba y abajo por los bacheadas caminos de la capital kirguisa, levantando el polvo en un bucle infinito.
A la de los ojos marrones le llama mucho la atención el hecho de ir conociendo lugares que luego permanecerán casi igual cuando nos hayamos marchado. Estás ya lejos, en la otra punta del globo pero cierras los ojos y sabes como son. Si has estado en muchos sitios necesitas más tiempo para lograr ver todos a la vez pero también llena más, como que te hinchas, como un amor correspondido y real, no una esperanza, ni un deseo, ya estuviste allí, el metro de Almaty circula en este momento, silencioso, más o menos vacío, surcando las tripas de esta ciudad al borde de las montañas. Las mismas chicas camino de donde sea, los mismos estudiantes, las mamás rusas de pechos enormes y vestidos estampados de flores, los mismos sonidos, los mismos olores.
Viajar muchas veces es incómodo, lo sabemos, estás cansado, hace calor, los jeans se te pegan, la mochila pesa, te pica el trasero o bebiste demasiado anoche, los cuarenta ya los cumplistes hace tiempo, el aire acondicionado es una tentación, una siesta una necesidad, pero sólo en ese momento. A toro pasado, cuando ya ocurrió, es genial. Hoy está nublado mientras escribo esto, fumo tranquilamente y dejo entrar el aire fresco por la puerta de mi balcón desde mi ciudad.
Es fantástico ahora, Kirguistán, Kazajistán o Villanueva del Trabuco.
Allí, en el viaje, no es que todo sea un tormento pero digamos que hay altibajos, creo que estaremos de acuerdo. En el recuerdo, los altis son muy altos, y los bajos no son tan bajos, a menos que te ocurriera algo muy grave, una desgracia, que no suele ser el caso.
Aunque si no nos hiciera falta viajar tampoco pasaría nada, casi mejor, te hinchas de fútbol, papiroflexia, barbitúricos o taichi, y a vivir. Pero no es tu caso, si no, no hubieras leído hasta aquí, a ti te hace falta más, a ti te hace falta lo “otro”, sabemos que decimos, yo no peco de vanidad si digo que sé lo que te hace falta. Tenemos un lenguaje común.
Pero ¿sabes lo que creo? Que lo que buscamos en realidad no existe, no hay una verdad al final del camino, no existe una gran revelación total y definitiva tras la línea del horizonte; encontraremos otras cosas, pero eso que te preguntas que buscas no lo encontrarás, la duda solo será gasolina para tu motor, para tirar montaña arriba buscando una yurta donde dormir, donde soñar, para poner algo de orden en las piezas de tu puzzle o para desesperarte, pero no hay nada que alcanzar.
Artista Ed Fairburn
Nada, si acaso la espalda amada donde pierde su nombre, pura poesía de suaves y contundentes lomas, refugio del guerrero, el más bello paisaje del planeta. Ninguna otra cosa.
Apartados del mundo por amor al mundo, irreales por pura pasión de realidad, las figuras de Dostoyevski parecen, al principio, un poco simplistas.
Su marcha no es rectilínea, ni persigue ningún fin visible.
Estos hombres todos adultos, todos hombres hechos, andan por el mundo a tientas como los ciegos y tienen el torpor de los borrachos.
Los vemos detenerse, mirar en derredor, hacer todo género de preguntas, para aventurarse de nuevo, sin esperar respuesta, hacia lo desconocido.
Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoyevski
Zweig, Stefan (1920)
Eso mismo que no sabes bien que es, no existe. Tú intuición juega de farol. No hay zanahoria al final del palo, no hay ni palo y solo estás tú, que piensas demasiado. Y las Montañas Celestiales del Asia central y los troncos donde apoyarte mientras hacemos nuestras fantasías realidad, donde te sientes viva y el corazón te late con fuerza mientras tus manos arañan la corteza. O las estepas donde refugiarte, como un bandido salteador de caminos, de todo lo que te hace daño, mientras te lames, atónito, las heridas tras tantas batallas estúpidas.
Ayer, mientras sobrevolábamos buena parte de Asia Central, de Bishkek a Estambul, la capital del mundo, me estaba durmiendo pero no podía cerrar los ojos, lo que veía era demasiado impresionante; el paisaje no estaba rotulado ni domeñado, durante horas nada de lo que se veía estaba decidido por la mano de los humanos, no había agricultura, ni ciudades, ni apenas caminos, no había ni árboles, sólo corteza terrestre pura, resquebrajada, más o menos ondulada, y algunas masas de agua que vista la sequedad reinante, no parece que sea la lógica la que las mande estar ahí. El Mar de Aral, que uno lo imagina el colmo de la desolación, un charco con un reseco árbol del ahorcado donde reposan cuervos negros, se mostró increíblemente bello desde la ventanilla del supositorio alado. Extensiones casi infinitas de tierra color crema y gris a sol del amanecer, aguas azul cobalto.
No es como Europa donde casi todo, incluso lo poco que queda salvaje, es premeditado. Como una obra de teatro con un final conocido por todos. Es más como África, impredecible, donde todo, lo bueno y lo cruel, es más espontáneo.
El hombre se adapta a la tierra y no al revés. En otra ocasión, sobrevolando en invierno Siberia pude ver paisajes completamente helados, vírgenes, todo lo que alcanzaba mi vista eran llanuras, ríos, bosques helados, petrificados. Cómo resistirse a no ir a ellos, quién se atreve a no hacer, por ejemplo, el transiberiano. ¿Cuándo me pondré encima de la puta bici y empezaré a pedalear?
Llevo aún la inercia del viaje, las ruedas todavía giran dentro de mí, tengo hambre, como y bebo como un cosaco y aún no he podido descansar bien. Ayer al ponerse el sol mientras el tren entraba en la Estación del Norte supe que todo había terminado, y que todo volvía a empezar. Ahora sólo me queda contar, una vez más, batallitas, sensaciones, intimidades del viaje, espero que me soportéis. Pero antes dejad que cierre los ojos y escuche los sonidos de mi ciudad, los reconocería al momento entre muchos otros, igual que reconocería un beso tuyo entre un millón de otros besos.
Imaginad que un día de finales de marzo me apeo de un chirriante y viejo tren en el corazón de Siberia, en algún lugar de sonoro e interminable nombre ruso, de estos que acaban a lo grande con una buena consonante final después de una buena cantidad de sílabas. Imaginad que llevo una bici conmigo. Para los rusos ya es primavera aunque yo ni la note. Me subo a la bicicleta. Al principio las ruedas van rompiendo una fina capa de escarcha formada con nocturnidad, exhalo más vaho que una locomotora y voy cagado de frío. Empieza a salir el sol, el hielo humea sobre la tierra, todo se ilumina, todo brilla, me calienta a mí también. Siberia se entrega, se abre ante mí, como una novia vestida de hielo blanco espatarrada sobre la llanura sin pudor. Y yo sonrío, tengo arrugas en mi rostro, pero sonrío como un niño.
Me esperan cien desayunos de tocino y vozka en cabañas de madera y vagones de tren con estufas encendidas.
Hacer todo género de preguntas, para aventurarse de nuevo, sin esperar respuesta, hacia lo desconocido.
Malditos maestros, ya lo dejasteis todo dicho.
Y otro final de viaje, y otra vuelta a empezar.
¿Qué pretenden que haga? ¿Qué me quede viendo el telediario? ¿Cómo, si no sé cuántos me quedan?
Ahora voy a dejaros, tengo que limpiar el baño y asear un poco la casa. Así me miento a mí mismo, y me digo que no me pasé toda la mañana fumando y escribiendo chorradas.
No me tomo muy en serio, no lo hagas tú…
Valencia, 12 del mediodía. Bishkek 4 de la tarde. Tokio 8 de la tarde.
México D.F achicharrado por el verano. Buenos Aires muerta de frío invernal.
Tú trabajando y yo rascándome la oreja.
Y gira, y gira, y gira… ¿Quién entiende nada?
We can be heroes, just for one day
David Bowie