VIAJE A JAPÓN. EN UN SEX SHOP DE TOKIO.
Nelo | January 29, 2016Japón, Tokio, barrio de Akibahara, la llamada “ciudad de la electrónica”, antiguo barrio cortafuegos de la ciudad, diseñado para detener los antiguos grandes incendios del Tokio de antaño.
Llamado así por la diosa de la extinción Akira, pusieron una estatua y los habitantes de entonces creyeron que se trataba de esta diosa. Se equivocaron, era otra. Se le quedó el nombre al barrio fruto de un error, los japoneses esta vez metieron la pata.
Penes. Decenas de penes artificiales.
Hay una ristra de ellos fabricados industrialmente desafiando la gravedad unos encima de otros pegados con sus bases de ventosa a una columna de aluminio.
Esto, querido lector, no te lo cuenta la Wikipedia.
A su alrededor hay muchos más, los hay de todo tipo.
Penes grandes, pequeños, penes venosos, morcillones, penes curvados hacia arriba, curvados hacia abajo, penes negros, rosados, penes dobles, penes tipo seta, tipo plátano, con anillas en su base (¿un anillo en un pene de plástico? ¿para? ah, vale…) los hay gigantescos también, tanto que no se pueden colocar en la pared, tanto que sujetarían bien ellos solos una mesa de comedor, tanto que incluso al más pervertido le costaría imaginar un uso más allá del puramente decorativo. Micro-penes, sí, penes diminutos, hay muchos más de lo que se podría suponer, ¿a qué se debe esta afición por los micropene? Ya que te pones, caballo grande ande o no ande. Hay penes con testículos abajo y otros con testículos arriba ¿…? ¿será que se ha caído al suelo y alguien lo pegó al revés? Toco uno cuando nadie me ve, aparto la mano enseguida, como si me diera un calambrazo, su tacto me parece jodidamente real. Me voy de allí, subo a la cuarta planta.
La tercera planta a la izquierda es un paraíso fálico, pero la cuarta es el paraíso de las tetas y las vaginas. Hay tetas de muestra sacadas de su embalaje para así poder ser sobeteadas y probadas. Las hay de diferentes texturas, durezas y clasificadas según el pezón. Aquí me recreo algo más, toco un par de las más accesibles, parecen casi de verdad al tacto. Hay combinados de tetas y vagina, sin cabeza, sin piernas, sin brazos, sólo el tronco, su slogan en japonés tal vez sea “para qué ir con tonterías pudiendo ir al grano”. Hay sólo de vagina y culo. Unidos por un trozo de cadera, un ombligo y un coxis, para usar algo así tal vez tengas que ser un asesino en serie destripador. Y sólo vaginas. Y sólo culos, en relieve, pegados a un dibujo 3-D.
Hay muestras seccionadas por la mitad para que se vea su interior, para que veas con qué te la juegas, parecen una litografía de un libro de ciencias naturales, no entran ganas de meter nada ahí dentro, aunque tal vez si se cierra los ojos…
En Akibahara, voy buscando un adaptador de enchufe barato, no sé qué pinta aquí un sex-shop, pero lo que veo hace que me quede. Qué barbaridad, otro mundo.
De cinco plantas y dedicado en exclusiva a la venta de artículos para el sexo. Con parte del material que ni fijándote bien logras saber ni su uso ni su objetivo, y uno que ya se creía a la vuelta de todo.
Con unos pasillos embarazosamente estrechos en los que no cabe más que una persona, por lo que doy rodeos y me dejo zonas en blanco, para que corra el aire.
Es muy embarazoso rozarse con alguien rodeado de estos artilugios.
No es un ambiente sórdido, aunque algunos productos en venta sí lo sean. No es sórdido, son unos grandes almacenes, muy iluminados y con la música a tope. El público es muy variado y para nada masculino exclusivamente, van muchas parejas y mujeres solas de todas las edades.
Impresiona ver chicas jóvenes con los libros de la universidad en la mochila y un vibrador en cada mano decidiendo cuál quedarse en la sección de “Anal y Entretenimiento”.
Aquí es normal, al parecer. Sólo los turistas miramos sorprendidos, azorados; y entre risitas, hacemos el ridículo y fotos a escondidas.
En la planta baja está lo que más se vende, al parecer un kit consistente en un vibrador con dos terminales –no me hagas especificar más aún- un tanga, un antifaz, lubricante y dos preservativos. “Souvenir de Tokio” creo que pone.
A su lado los famosos Tenga, masturbadores masculinos con forma de botella y rellenos de gel, de muchos tipos, con una pantalla que repite videos explicativos detallados, (al parecer si tapas un pequeño orificio hace efecto ventosa).
La segunda planta está dedicada a las películas, con monitores emitiendo según el género, sin que al final, los protagonistas, nunca, jamás, contraigan matrimonio. Excepto las del género “bodas”, que bien podía llamarse “bodas en bolas” y con argumento de suponer, la novia y todos los invitados a su enlace celebrando el feliz acontecimiento.
Películas todas con sus puntos clave pixelados, miles, millones de horas de porno y ¿no se ve todo?, al intentar comprender esto, me acuerdo del canal + codificado de principios de los 90.
En la quinta planta lencería y disfraces. Algunos de ellos inclasificables:
-Nena, ¿qué tal si yo soy tu cowboy y tu mi vaca?
-¿Perdona?
Hay otras cosas que sólo logras entender después de ver bien el vídeo de instrucciones de uso. Imagino que si llegaste hasta aquí, no te importará seguir leyendo.
Hay un instrumento pequeñito, todo escrito en japonés, pero empieza la grabación en el monitor informativo. Hay un chico y una chica, bastante jóvenes. Él se toca mientras mira una tele fuera de plano, todo muy aséptico, fondo blanco, sus partes pixeladas, no se ve demasiado. A su lado la chica ríe, no participa, ríe todo el rato, dice cosas con voz de pito japonesa, imagino que guarradas ligeras, y como mucho, y de vez en cuando, ella le toca el pecho al chico por encima del jersey. Nada más. Él acaba su faena consigo mismo y entonces ocurre, ella alarga un dedo y toma una pequeña muestra de él, lo pone en un cristal del pequeño aparato en venta, lo cierra y lo acerca a una luz.
El siguiente plano son miles de espermatozoides nadando alegremente en un fondo iluminado, como una oda a la creación, a la fuerza vital de la naturaleza, sube el volumen de la música en la grabación. Termina con un plano general de ella y de él. Ella parece muy feliz y también parece aconsejar a todo el mundo a aficionarse a ver microscópicamente los espermatozoides de su pareja. Él mira al suelo, está rojo como un tomate.
Tengo que salir de aquí. No es ni mediodía y ni tan siquiera he almorzado.
Busco la calle, quiero ver cosas normales como trenes pasando a varios niveles, llenos a rebosar de personas con mascarillas blancas, edificios con paredes de plasma, camiones musicales, restaurantes humeantes de olores imposibles, y chicas góticas vestidas de victorianas con minifaldas, medias blancas, las cejas pintadas y un bolso del que cuelgan quince ositos de peluche mirando el mundo a través de su Iphone o reflejado en su espejito de maquillarse.
Quiero ver personas solitarias tomando café con gatos, y tiendas con cobayas vivas donde fotografiarte con ellas y marcharte a seguir con tu vida. Sería de mal gusto fotografiarse con cobayas muertas. aunque quizás, si buscas…
Y ver las últimas noticias en japonés y en pelotas, tomando un baño de agua muy caliente al aire libre mientras nieva, junto a otros cincuenta japoneses tan en bolas como yo. Aunque nada es perfecto, el paraíso se equivocó de género, las cincuenta japonesas se están bañando aparte, al otro lado de un alto e infranqueable muro.
Cosas normales. Como sentarme en un water calentito y limpio, y que me lave y me sople chorros de aire caliente ahí detrás.
Bueno, no. Esto último no. Hay cosas a las que cuesta acostumbrarse, carajo.
Quiero ver una ciudad que no tenga final, con rascacielos infinitos de los que te mareas al mirarlos y en cuyos bajos, adolescentes de ojos muy rasgados bailan hip hop mientras se miran en los espejos.
Y quiero ver chicas tristes y bonitas que cenan solas en restaurantes, fantasear con cómo serán sus vidas, qué tendrán en el cajón de su mesita de noche, cuales serán las palabras que susurrará al oído de su novio, un tipo atlético y ocupado, mientras yacen juntos en un acristalado apartamento de Shinjuku, con el mar de neón a sus pies, al otro lado de los ventanales.