SIBERIA, EN LAS ENTRAÑAS DEL TRANSIBERIANO
Nelo | October 1, 2017EL TREN TRANSIBERIANO DE EKATERIMBURGO AL LAGO BAIKAL
En Ekaterimburgo subimos al transiberiano junto a un grupo de adolescentes sudadas.
No es un problema, nosotros también lo estamos. Difícil de imaginar Rusia en verano, y menos aún el transiberiano como un enorme horno rodante.
Son una mezcla de Scarlett Johansson y Nicole Kidman pero con 16 años, van a hacer rafting a cuatro días de tren siguiendo la BAM, una ruta transiberiana atípica que bordea el Lago Baikal por el norte.
Sus remos sobresalen de los portaequipajes, ocupan el vagón entero, ya bastante lleno de por sí. Nos dan caramelos, a lo largo de cuatro días conoceremos sus nombres, nos enteraremos que en realidad son escaladoras, nos invitarán a más cosas, nos haremos fotos juntos y nos despediremos casi como viejos amigos.
Pero ahora el tren recién arrancó, y la multitud que hay en el vagón y su falta de aire acondicionado hace que el calor apriete fuerte. En el transiberiano a finales de Julio nadie pasará frío.
Estación de Novosibirsk, capital de Siberia.
En Siberia en verano hace tanto calor que se añora el invierno ruso, y más dentro de un tren abarrotado. Pienso en paisajes helados, y de vez en cuando voy al baño a echarme agua mientras boqueo como un pez intentado descongestionarme. Morir de un golpe de calor en Siberia me parece incongruente y un hecho ridículo.
Y eso que desde Taishet, avanzamos por la BAM, la más norteña de las dos grandes rutas transiberianas, la otra es la más usada y tiene un trazado más o menos paralelo pero distante 400 kilómetros al sur y pasa por Irkutsk y Ulán-Udé.
Pasan las horas, los kilómetros, los días, las estaciones casi siempre de sufijo “sk”, pasan los árboles, miles de millones de árboles.
Hablo con una profesora muy simpática en un francés macarrónico. En Rusia se tiene la ventaja de que por muy mal que hables un idioma extranjero, ellos lo hacen peor.
En un lado una familia de obesos, muy amables, se preocupan por nosotros en detalles enternecedores, como decirnos cuando está libre el enchufe para cargar los móviles, ofrecernos un cuchillo cuando ven que nos hace falta, decirnos de cuanto tiempo va a ser la próxima parada, o regalarnos un pepinillo para la salchicha, además de un platito de plástico.
Bodegón alimentario del transiberiano.
La litera de abajo es ocupada por una gilipollas. Los gilis también forman parte del paisaje a nivel internacional, porque esta cualidad traspasa fronteras y todos la poseemos en mayor o menor grado, sacándola a relucir en los momentos más inoportunos.
Esta chica lo es porque se supone que durante el día el que tenga la litera de abajo debe tener la cortesía de hacerla mesa para que el de la litera de arriba pueda sentarse, comer etc. Y más si elige el lateral. Recordemos que pueden ser varios días de viaje, en este caso tres noches. Pues ella subió a las 11 de la mañana, montó su cama y se ha espatarrado dejando sin sitio al de la litera de arriba, que ya os podéis imaginar quién es.
Gilipollas insolidaria dormida.
Así que para escribir estas líneas, o simplemente para estar sentado, tengo que enviar a la niña a la litera de arriba, en la que solo se puede estar en horizontal, y compartir la mesa de dos con mi padre.
Posición en la que queda la niña tras la maniobra si quiere hablar con nosotros.
Pienso en molestar a la egoísta todo lo que pueda, me sirve cualquier cosa que la incomode, hurgarme las narices, mirarle la entrepierna, o sacarle fotos. Solo me atrevo a esto último. Pienso que luego podré ponerla verde en el blog y pienso en la estupidez de lo que estoy pensando. Para quitarme el mal humor me como un buen trozo de salchicha ahumada. Funciona.
De Ekaterimburgo hasta casi el Lago Baikal, un monótono paisaje verde y llano corre tras las ventanillas. Verde en verano y blanco en invierno, los colores de la bandera de Siberia.
Ausencia total de montañas, ni tan siquiera colinas, la única diferencia la marca la cantidad de árboles y su distancia al tren, y de vez en cuando casas pequeñas de madera y con pequeños huertos, llamadas dachas, verdaderas bases de la alimentación familiar en la Rusia rural cuando la escasez y el racionamiento amenazan el horizonte.
Las adolescentes cantan canciones algo horteras y se hacen trencitas las unas a las otras.
Cuando me preguntan qué cantantes rusos conozco, e imaginando que Demis Rusos no vale, me da vergüenza contestarles que sólo las Pussy Riot, y digo que ninguno mientras pongo mi mejor cara de tonto, que me sale muy bien porque la tengo de serie.
Como buenas punks eran muy malas, ahora parece que cambiaron.
El vagón huele a té, sopas de sobre, salchichas, pescado ahumado, sudor y vodka. Por las mañanas, cuando desaparece el terrible y condensado calor nocturno el tren se vuelve habitable, pero de noche uno no sabe si está en Siberia o en el tren de hierro de Mauritania. Las adolescentes nos dicen sus nombres en una de las paradas, y nosotros les decimos los nuestros, alrededor pululan vendedoras de pescado ahumado, blinis y pirozhkí.
Los ómules es el pescado del transiberiano, su venta en las estaciones siempre indica la proximidad de un lago.
Aunque de sospechoso aspecto, doy fe que están exquisitos, compro éstos por 300 rublos después de ver que otros pagaban eso.
Pasan gitanas pidiendo limosna.
Somos los únicos extranjeros de todo el largo tren, pero esto es la BAM.
Una chica nos dice: ¡No pasarán! Y habla de Alicante. Lamentablemente son las dos únicas palabras en español que sabe, con las otras, en ruso, no sabemos qué hacer con ellas.
Me hubiera gustado saber cómo esa expresión llegó a la boca de la chica, qué camino habrán seguido desde la guerra civil española hasta brotar en los labios de esta morena rusa.
También a mi padre le hubiera gustado contarle cuando mi madre estuvo de niña en el puerto de Alicante a punto de ser embarcada rumbo a Rusia en los últimos días de la guerra en Valencia, pero mi abuela, ya en el mismo puerto y en el último momento, y con su marido, capitán republicano preso en el castillo de Santa Bárbara, decidió que la “xiqueta” no se iba a ninguna parte. Las penurias por las que tuvieron que pasar a continuación solo las sabe mi abuela, que en gloria esté.
Apenas me permitió asomarme a ellas una tarde de intimidad de hace muchos años cuando me quiso contar cosas que no son fáciles de decir ni de oír.
Malos tiempos para la lírica.
A los niños embarcados no les fue mucho mejor, aunque su partida era sólo temporal y para ponerlos a salvo, tardaron 40 años en poder volver. Se quedaron en Rusia, aunque al menos no murieron ahogados en el Mediterráneo, como ocurre hoy en día cuando intentan llegar a la Europa democrática.
A su manera, Rusia, ese gran ogro que aún continúa siéndolo para el imaginario occidental, les dio una oportunidad aunque tuvieran la mala suerte de caer de nuevo en otra guerra aún más grande y aterradora.
La siguiente mañana a la segunda noche desde que salimos de Ekaterimburgo el paisaje pasa de llano a ligeramente ondulado.
Por lo demás todo igual, las adolescentes siguen riendo y la profesora vuelve con una sandía que alguien que le esperaba en una corta parada le ha dado. Debía de ser un familiar o alguien muy querido porque el poco rato que duró la parada se mantuvieron abrazados en el andén de la estación. Observo la escena desde la puerta del vagón, es tan íntima que me siento un voyeur.
Nos comemos la sandía entre todos. En primer plano mi padre y mi hija. Ambos han hecho el transiberiano hasta Vladivostok, con 82 y 11 años respectivamente.
Derribemos un mito: los siberianos y por ende los rusos, es gente acogedora y muy agradable en su gran mayoría.
Siberia continúa mostrándose, solemne e inmensa. Las poblaciones, pequeñas y aisladas, son de calles de barro surcadas de tarde en tarde por viejos Lada. Los únicos colores artificiales siempre son cosas pintadas de azul y de blanco. A veces llueve, a veces sale el sol. Cuando lo hace aparece todo tapizado de flores amarillas y lilas.
En la litera de abajo un borracho de potente voz sustituye a la zorra insolidaria. De tarde en tarde vienen a verlo sus compinches. Compinches puede que sea una palabra muy pasada de moda pero los describe de manera exacta. Entiendo que se emborrachen, empachados de tanto tren, inviernos eternos y duros trabajos en los bosques y en las minas. Cuando apenas puede mantenerse en pie se tumba y duerme, y se revuelve, y a veces grita, dormido. Cuando está despierto es un tipo más o menos agradable, de sonrisa bobalicona y ojos vidriosos.
sube a mi tren azul
su dulce chimenea te puede dar
algo que hace tiempo buscas tú
si controlas tu viaje serás feliz
Leño
Las adolescentes y el borracho son las dos caras de una misma moneda, el día y la noche de Rusia ante mis propios ojos.
Las primeras son las cosas que marchan bien, el verano de Siberia con sus luminosas mañanas esperanzado frente unas jovencitas que se van a las montañas, la cara sonriente de la moneda, la esperanza de una futura vida no sabemos si feliz, pero al menos digna.
El borracho también es Rusia, pero cargada con una maleta llena de problemas, de paso tambaleante por una calle bacheada en plena noche a la luz de una farola rota, sobre un fondo de ladridos de perros temerosos de la noche y los ruidos procedentes de los profundos bosques.