RUMANÍA, SIGHETUL MARMATIE, EN EL LÍMITE DEL BIEN
Nelo | April 27, 2015El camarero del hotel donde me alojo en Sighetul Marmatie, ciudad fronteriza con Ucrania en el norte de Rumania, es un nostálgico del comunismo. No lo conoció sino de niño, pero puede que su sueldo de mierda, que no le impide salir de la miseria, le anime a ello.
Es lo que tiene ser un trabajador low cost, sobretodo cuando sirves mesas a gente que cada mañana se baja de sus Audis y Mercedes, en una ciudad donde hace veinte años costaba encontrar un coche, y paga por su desayuno un importe mucho mayor de lo que él va a cobrar por trabajar ese largo día.
Vamos, lo de siempre.
Porque a Sighet no la reconoce ni la madre que la parió. De aquella ciudad gris y helada, desabastecida y emocionante, ruinosa y sucia, borracha y canalla, contrabandista y mafiosa, no queda casi nada. Esto ni es bueno, ni es malo, sólo es así. Estoy harto de nostalgias pues no debería haber nada mejor que el presente, al fin y al cabo es lo que tenemos.
Ya lo sabía porque después de haber vivido aquí a mitad de los 90 volví hace no mucho, en una vez anterior a ésta, pero es que me lo acaban de recordar de manera drástica cuando al pedir un palinca la chica del pub me ha mirado muy raro, y me ha dicho que no había. Esto sí que es malo.
No hay aguardiente de ciruela en Sighet, y no pasa nada, diréis la mayoría de vosotros. Pero es un asunto muy grave. Que no haya palinca en Sighet es como si no hubiera vino en la Rioja, sidra en Asturias, o mate en la Argentina. Como si ya no se comieran paellas en Valencia o tajines en Marrakech, como si los alemanes se hubieran quedado sin salchichas o los franceses no se creyeran mejores que los demás. Un auténtico despropósito.
-Verá, es que el palinca es ilegal, yo tengo en casa –todos tienen, se produce en sótanos oscuros de grandes alambiques- pero no podemos vender aquí- Me dice la jovencita camarera.
No le digo de ir a su casa, por si a la de los ojos marrones no le hace mucha gracia la bromita en nuestro incipiente y descontrolado amor, y porque ya tengo esa edad en la que algunas personas, sin pensárselo dos veces, me disparan directo al ego hablándome de usted. Y eso desanima a cualquiera.
Salimos con la garganta seca a las calles heladas. Todo son garitos de diseño de cócteles pijos a partir de 6 euros la consumición. Acabamos en uno, tomando nosequé porquería azucarada de esas casi fluorescentes y con algún trozo de fruta dentro, pero al menos dejan fumar.
Es desconcertante la cantidad de pubs que hay. Antes sólo había uno en el centro del pueblo. Estaba siempre lleno y su loca clientela se componía de mafiosos de mediana edad y de poca monta, adolescentes y jovencitas que los acompañaban, y borrachos variados más o menos rudos y duros de pelar.
Era necesario aprender pronto todos los tacos y las peores expresiones en rumano para poder tratar con ellos, les encantaba oírmelos decir entre olor de aguardiente, humo y risas. Eran buena gente, no exactamente la clase de amigos que una madre desea para su hijo, pero buena gente. Había uno que llevaba un hachazo en la cabeza, había conseguido sobrevivir pero la tenía con forma de corazón, como si le hubieran hecho la raya a un lado o en vez de cabeza tuviera un culo. Normalmente lo encontraba bebido de buena mañana antes del almuerzo, no me extraña, era de los pocos que tenía una buena excusa, seguramente yo también bebería más si estuviese en su lugar.
No soy capaz de encontrar el sitio, lo veo todo muy cambiado, me desconcierta tanta tienda, tanto coche, tanta gente, tanta iluminación, hay grandes supermercados y restaurantes, y bancos, y una gran gasolinera, hay casas de cambio y gimnasios. Y coches de lujo con chicas de lisos y largos cabellos de anuncio de champú sentadas dentro –yo las llamo loreales-, y chavales por las aceras con gorras de rapero, y hispters.
Antes no había nada de todo esto. Cambiabas dinero en el mercado negro, comprabas gasolina maloliente de contrabando –enseguida sabías que entrabas a Rumania por la olor-, hacías cola para comprar el pan –unas rosquillas, no había pan blanco- y esperabas 4 horas una conferencia por teléfono a España sentado en la oficina estatal de correos, para al final conseguir hablar con la familia como si uno se encontrase en medio de un tifón en Filipinas.
-Come bi…jgggxxjjjghhh y abríga..ghhjjjggx…cho o te pondrás enfermxxjjhg.
-¡Sí, sí, no os preocupéis!- Les gritaba para que me oyeran.
Si querías algo de variedad en el comer, y a veces si simplemente querías comer algo, más te valía ser autosuficente y producir en casa. Las tiendas estaban cerradas o llenas de polvo y telarañas Eran tiempos, según mi opinión, más duros. Por eso me costó entender la nostalgia del camarero.
Ahora veo prosperidad por todas partes pero al parecer es engañosa. Lo que es cierto es que en muchos comercios de Sighet y de todo el norte de Rumanía hay carteles de “se necesita personal”. El problema debe estar en cómo sobrevivir con 100 euros al mes cuando el coste de la vida es apenas más barato que en un país como España. Esto puede explicar la bajada de población en cada ciudad y pueblo del país de los 90 hasta la actualidad.
Intento buscar algo o alguien que me resulte familiar, el gran edificio desde donde llamaba a España, el pub donde salía cada noche y el apartamento donde nos quedamos sin dinero y tuvimos que subsistir más de dos largas semanas a base de patatas, huevos y palinca. Era lo único que teníamos, nada más.
Es increíble la cantidad de combinaciones que se le puede sacar a sólo dos ingredientes. Huevos revueltos con patatas fritas para desayunar, tortilla de patata para comer y huevos duros con patatas cocidas para cenar. Así un día y otro, seguidos, hasta casi 20. Otros no tenían ni eso. Las propiedades digestivas del palinca deben ser muy ciertas porque no tuvimos ningún problema, exceptuando que si me pasaba allí más de dos meses seguidos casi acababa en alcohólicos anónimos a cada vuelta a España.
Pero no encuentro nada de todo esto. Montamos una zapatería, -que nadie pregunte de donde salieron esos zapatos- busco el local, creo saber dónde está pero tampoco estoy seguro. Pienso en esos documentales sobre Valencia que dicen que cada dos metros de profundidad hay toda la misma ciudad de una época enterrada. A dos metros se encontraría la Valencia árabe, a cuatro la Valencia romana etc. Así me siento yo con Sighet, parece que a “mi Sighet” la haya sepultado una ciudad nueva bajo dos metros y por eso no reconozco nada, pero es que de esto no hace siglos, tan sólo 20 años. Bueno, vale, sí. Siglos.
En cambio encuentro ahora una ciudad animada, comercial y estudiantil. Con museos y bien comunicada a través de autobuses y trenes. Se tardaba al menos 4 horas en hacer los 65 kilómetros de trayecto hasta Baia Mare por una bellísima carretera de montaña por donde circulaba un viejo autobús, un cacharro ruinoso de la época comunista, lleno de gente y gallinas. Hoy se tarda una hora y media. Ahora aseada, limpia y sin casi rastro de la melancolía que arrastraba entonces entre brumas heladas, Sighetul Marmatie puede permitirse el lujo incluso de presumir de si misma.
También viví en una casa de las afueras. Esta sí la encontré años más tarde cuando volví en otro viaje diferente a éste. La vida en las afueras de la ciudad era eminentemente rural, como si se estuviera aislado en las montañas en vez de en una periferia urbana, había un gran mercado de animales y los hombres llevaban a diario el gorrito paja típico de Maramures, se comerciaba con maderas de gran calidad. Se reciclaba todo, apenas existía el plástico. Las sobras de comida se daban de comer a los cerdos y las letrinas nutrían las huertas con tomates. En este último viaje no vi a nadie con el sombrerito tradicional, y el camarero me dijo que ya no queda buena madera cerca. Y el río, antes impoluto, ahora está lleno de desperdicios y bolsas de plástico colgando de las ramas de su vereda. En las afueras hay fábricas y hasta un gran vertedero.
Más allá de la ciudad, el campo y las montañas son las de siempre. Y la gente de Maramures es muy especial y sigue siendo la misma dentro y fuera de la ciudad.
Hospitalaria, divertida y mucho más educada y consciente en agradar al forastero que en muchas otras partes de Europa.
Hospitalaria porque las sonrisas son abundantes y es fácil acabar en casa de alguien comiendo o durmiendo. Un clima extremo, estar en constante crisis y aislados por las montañas, forja ese carácter de empatía con el otro, con el forastero.
Divertida porque los rumanos tienen una cualidad muy útil, y es que saben reírse de ellos mismos. Y eso es mucho.
Educados porque conocen bien el exterior y además nadie curiosea o intenta saber tu vida entera en cinco minutos y sin conocerte.
Por eso me revientan los tópicos sobre los rumanos, tópicos que no pienso citar, porque los considero injustos a más no poder. Rumanía es un país con gente tan honrada y trabajadora como cualquier otro o más aún, así que ya está bien. Habrá también un montón de cabrones y/o mafiosos, pero ¿dónde no los hay?
Me hubiera gustado poner más fotos de aquella época, pero se las quedó la revista Solo Moto en Barcelona, a donde las envié para hacer un reportaje ya que mi primer viaje allí fue en moto. Ellos me dijeron que publicaran o no el reportaje, me las devolverían. No cumplieron. No publicaron y se quedaron hasta con los negativos. Y yo, descompuesto y sin fotos.
Hombre blanco habla con lengua de serpiente.