MI PRIMER CAMINO DE SANTIAGO. SIN DOLOR, NO HAY GLORIA
Nelo | November 20, 2016Imagínese toda una serie de gente, dispuesta a cruzarse España de lado a lado andando o en bicicleta. Un montón de “locos y locas” caminando bajo el implacable sol, bajo la nieve, expuestos al viento y polvo del camino durante más de 800 kilómetros. Sin cesar. Un paso tras otro.
Ochocientos kilómetros se dicen pronto, pero casi ninguno de los que lo hacen lo habrá probado antes, es “gente normal”, muchos de ellos no habrán hecho algo así en su vida, ni parecido. La mayoría no son deportistas ni por asomo, y otros incluso hasta habrán viajado poco o nada a lo largo de sus vidas.
De todas las edades, de todos los colores, de casi todos los países, hordas de gente que ahora mismo, mientras tu lees esto, caminan, paso tras paso, doloridas, absortas y extasiadas, por profundos bosques, ascendiendo montañas, bordeando colinas o recorriendo con la cabeza baja sendas rectilíneas en llanuras casi infinitas.
Señores mayores (muy mayores) en solitario, rastafaris fumetas, mujeres cansadas de representar papeles, atormentados de paso renqueantes, creyentes devotos que si pudieran harían el camino de rodillas –los he visto llorar saliendo de misa en algún pueblo perdido-, obesos mórbidos montaña arriba, montaña abajo, almas en pena, personas que parecen levitar –uno de ellos al pedirle perdón por el ruido de los frenos de mi bici casi al final, la cual bramaba como un elefante en celo, me dijo que eso no era ruido, que era música- coreanos, es la senda de los coreanos, los hay a miles, puedes aprender algunas palabras de coreano aprovechando la coyuntura, cientos de jóvenes de ambos sexos, en solitario, franceses, canadienses, de todas partes, familias con bebés, expatriados, exiliados y aspirantes a vagabundos, y a mucha honra, gente que vive en el camino, cuando se acaba, se dan media vuelta y lo hacen en sentido contrario o lo alternan con cualquiera de sus variantes, músicos y poetas en busca de la inspiración, la vecina del quinto, tu prima, tu compañero de trabajo, quién se te ocurra:
El Camino acepta a todos los que lo acepten a él.
El Camino es duro, vamos a dejarnos de pamplinas, es la forma más increíble de recorrer España minuciosamente, el viaje se gana metro a metro, con despiadada literalidad, y una de las más baratas, pero es implacable, vas a sufrir, no imaginas cuanto.
Al principio conocerás lo que es el Cansancio, así, tenebroso y con mayúsculas, y pasarás por el país de las llagas y las ampollas, coquetearás con las tendiditis, boquearás como un pez fuera del agua, y a veces gritarás desesperado, contra el viento, contra el sol, contra la lluvia, contra las subidas, contra lo que sea, como si todo fuera hecho a propósito para hacerte sentir peor, y eso en el mejor de los casos. No es ninguna broma, el camino cuenta con algunas cruces de gente que nunca llegó a Santiago.
¿Tú puedes hacerlo? Sin duda
¿Estés como estés físicamente? Si tu salud te permite moverte como para ir de tu casa a comprar el pan, sí.
¿En cualquier estación del año? Sí.
El Camino primero te matará, después te resucitará y seguramente después te llevará a la felicidad, o al menos algo parecido a eso, al placer de recorrerlo, como mínimo, si no quieres entrar en aspectos más místicos.
Lo de “sin dolor no hay gloria”, lo entiendo, lo del “jamón y queso”, no sé, ¿es el contrapunto poético a lo anterior?
¿Por qué ocurre eso? ¿Qué placer puede venir del sufrimiento? ¿Somos todos un poco masoquistas?
Tendrás que seguir leyendo hasta el final para saberlo.
A pesar de haber viajado durante casi toda mi vida, no he recorrido mi primer Camino de Santiago hasta los cuarenta y cinco años, básicamente porque soy idiota, un pendejo, un boludo, para que se me entienda bien en todas partes.
Soy idiota porque si el Camino de Santiago hubiese estado en otra parte seguramente lo hubiera hecho, pero como estaba en España, lo fui retrasando hasta llegar al presente.
Y eso que no soy de los que viajaron fuera sin ver lo nacional, recorrí España entera durante años, primero en moto, luego en camión, y de otras maneras, pero nunca hice el Camino, si hubiera estado en Japón, la Conchinchina o en la segunda a la derecha después de la base española en la Antártida y todo recto, seguramente lo hubiera hecho, pero como estaba cerca…
Así que esta vez, tenía unos pocos días arrancados una vez más de mala manera al calendario de las obligaciones que nos creamos, y desempolvé una bici de hace 30 años que mi hermano regaló a mi padre, y a la que equipé con más o menos acierto de todo lo necesario para poder viajar con ella, inspirado por un francés loco y maravilloso que escribió la biblia de los viajes en bici, Viajes con Rocinante, cuyo título fue copiado por una chica años después para escribir otro libro sobre viajar en bicicleta, no confundir. Y una vez tuve la bici a punto, la eché a dormir en el garage durante más de 25 años, hasta que hace unas pocas semanas la resucité, la empaqueté y la metí, junto a mi culo, en un autobús destino Logroño, La Rioja.
610 kilómetros hasta Santiago, rezaba un cartel colocado en la puerta del albergue de peregrinos de esa ciudad mientras yo tragaba saliva y mis genitales se encogían temerosos y asustados frente a tal distancia.
Nunca fui un buen ciclista, es más, nunca fui ciclista de verdad. Ni bueno, ni malo.
Mi entrenamiento consistió en un par de clases de spinning días antes de partir, eso fue todo.
Y lo pagué, para regocijo de a los que os gusta planificar bien las cosas, prepararse a fondo, debo deciros que lo pagué caro, podéis estar tranquilos.
Durante varios días y algunas provincias el camino fue más tormento y sufrimiento que otra cosa. Dolores varios merecidos por sedentario, asfixia continua de fumador empedernido, lluvia incesante y viento helado del norte siempre en contra.
Cuando no para de llover ni un segundo, si voy por caminos de tierra las ruedas sin guardabarros parece que me caguen encima, si voy por nacional los camiones me duchan cada 20 segundos, con un chubasquero que cala, estoy empapado y helado, las manos y los pies son carambanos de hielo.
Si paro me quedo helado, si no paro el dolor de culo y de cuello es insoportable.
Las subidas no me duelen porque las ves venir, pero los falsos llanos me dejan hecho polvo, parece que una mano te agarre por detrás y no te deje avanzar.
Esto era lo que quería y dicen que sarna con gusto no pica, pero que mal lo estoy pasando…
Después llegó la montaña, pero sucedió todo lo contrario a lo que esperaba, la asfixia y los dolores continuaron, pero algo cambió; todo sucedió en la Cruz de Fierro.
Llegué a la Cruz de Fierro, en la bella y parca provincia de León, después de arrastrar mi bici cuesta arriba durante unas horas de niebla y frío. Allí no había nadie, solo una especie de montículo formado por las piedras de los peregrinos y coronado con una cruz sencilla bajo un cielo gris oscuro, cargado, amenazante.
Aproveché la soledad para subir la bici al montículo para hacer una foto. Entre la niebla apareció un anciano, un viejo peregrino de chubasquero azul y bastón de madera. Se presentó, era de Cartagena, nos costaba hablar porque los músculos de las bocas se habían quedado entumecidos de frío y humedad, parecíamos medio memos, a él le caían los mocos de puro frío, mi aspecto seguro no mejoraba el suyo.
Me explicó que venía de Le Puy en Velay, a 800 kilómetros al norte de donde empieza el camino en la frontera española, tenía 76 años. Setenta y seis años y en ese momento bajo sus pies se acumulaban más de 1500 kilómetros de Camino. Iba en solitario.
Sin ni siquiera ser consciente dejé de quejarme. No tenía derecho.
Después todo sucedió muy deprisa. Unos kilómetros después entre en el refugio de Tomás, que al parecer, no sé si me equivoco, es una especie de famoso ermitaño ya mayor ayudado por unos tipos que se declaran de alguna orden de los templarios, o algo así.
Es un refugio donde cualquier peregrino puede sentarse junto al fuego, tomar un café con leche y seguir su camino.
Hospitalidad pura, caliente, humeante y montañera. Tomás me estuvo explicando que hace poco pasó una familia con cuatro niños, uno de ellos de cinco meses de edad, y también me contó que el peregrino más lejano fue un japonés que vino andando desde Japón. Ese peregrino le contó que donde mejor había sido tratado fue en Afganistán, donde, después de ser encerrado durante un mes por creer que era un espía, fue puesto en libertad, declarado hombre santo tras quedar claras sus intenciones peregrinas y colmado de atenciones.
La conversación derivó hacia otros temas, el goteo de peregrinos en su cabaña pese a la helada mañana era incesante, me dijo que la gente no empezaba a encontrarse bien hasta más o menos el sexto día de Camino.
Yo le informé que un tipo de coche blanco había estado molestando a las peregrinas en la cuesta de Castrojeriz, una parisina me estuvo contando hechos muy graves, ya había oído algo y declaró tener que tomar medidas, me dijo que llamaría a un par de amigos de allí, que si la Guardia Civil no hace nada tendrían que hacerlo ellos, como ya había ocurrido otras veces.
Después hablamos de Amsterdam y de Marruecos. Tomás, ermitaño pero viajado, tenía una conversación fantástica de la que no quise abusar, levantándome y despidiéndome.
Un tipo vestido de templario del medievo me abrazó y me llamó hermano.
Cuando salí de allí, lucía un sol esplendoroso. Me esperaba una gran bajada y el éxtasis.
Durante mucho rato no tuve que darle a los pedales, la temperatura cambió y se volvió de repente humana, agradable. Muy agradable.
Mientras descendía pensaba que no me importaría de viejo sentarme en una cabaña de piedra al borde un camino donde los viajeros pasaran contando sus historias y escuchando las mías mientras el fuego arde en la chimenea.
Villafranca del Bierzo me recibió con sus adoquines húmedos y oscuros cuando ya caía la tarde. Fui, como todos los días, a un albergue.
La rutina del Camino de Santiago se divide en dos, por el día caminas o le das a los pedales, pasando por todos los estados de ánimo que puedan existir y por todo tipo de dolores que no sabías que existían, y por la tarde descansas en el albergue, plácidamente, el descanso del guerrero, casi la gloria bendita.
En el Camino puedes dormir en monasterios tan increíbles como éste.
Yo conozco muchos albergues porque soy mochilero desde antes de inventarse el término, pero los del Camino son diferentes, al menos fuera del verano. La gente está destrozada pero todo el mundo está de buen rollo, a la vez que muy tranquila por la paz que da el caminar por paisajes abiertos, naturales y silenciosos, y también por el propio cansancio. El ambiente es multiétnico y poliglota, muchos de ellos están enclavados en sitios espectaculares, antiguas iglesias del S.XII, es casi como si se pusiesen literas en medio de catedrales y pudieras dormir en ellas. El precio de los municipales suele ser de tan solo 5 euros, los privados no pasarán nunca de 10. A las 22horas se cierran las luces, a las 8 de la mañana tienes que estar fuera.
Puedes estar solo y tranquilo si quieres, la gente respetará tu recogimiento, o relacionarte, todos están predispuestos a ello.
Después vino la subida a O Cerbeiro y durante horas arrastré la bici cuesta arriba y por asfalto, como si fuera una bola de presidiario.
Veinte metros cada vez antes que tener que inclinarme sobre el manillar intentando evitar el infarto, mientras mantenía pulsado algún freno para que la bici no echara a desandar el camino presa de la gravedad.
Fue una larga mañana pero podría decirse que no lo pasé mal. Entré en Galicia.
En Galicia todo es cuesta arriba o cuesta abajo, y llovía, pero lo pasé muy bien rebozándome en el barro y la mierda de vaca.
Tú también beberías de ahí si tuvieses sed, a peores sitios te habrás amorrado.
No es lo mismo ver Galicia desde la autovía que penetrarla por frondosos y absolutamente maravillosos senderos, es como un cuento antiguo.
Paso de narrativa, si quieres saber de que hablo tendrás que verlo con tus propios ojos.
Este blog no pretende ser un sustitutivo de viajar, este blog lo que quiere es darte una patada en el trasero para que te pongas en movimiento, si es que te hace falta, que ya sé que a muchos no.
Un par de días más tarde llegué a Santiago, más viejo por fuera -mi barba nunca fue tan blanca- y más joven por dentro -no me hubiera importado seguir- y me encantaría poder decir que me senté y lloré.
Pero no fue así, la de los ojos marrones me estaba esperando allí, me dio un abrazo y un morreo. Varios, más bien.
Cargamos la bici en el coche y nos hinchamos de pulpo en un bar alejado del centro, después emprendimos en camino de vuelta a Valencia.
Los kilómetros desaparecían a una velocidad pasmosa, las provincias se sucedían unas tras otras como una broma geográfica, el motor del viejo Renault sonaba al de una avioneta que va a despegar.
-Cari, ¿qué tal el Camino?
-Es una locura, imagínate centenares de personas de todo tipo -Al ir en bici, había adquirido como una perspectiva de pájaro del Camino, los había adelantado a todos, los había conocido por las tardes en los albergues, sabía sus nombres y parte de sus historias, e imaginaba donde se encontraban más o menos cada uno, caminando, por los sitios más inverosímiles, renqueantes, pasando las de Caín, pero disfrutando, realmente queriéndolo hacer, sintiendo que es, sin duda, lo mejor que pueden estar haciendo en esos momentos- sufriendo y disfrutando al mismo tiempo. Es un fenómeno extraño, de una colosal envergadura, un río de peregrinos de todo el mundo desembocando en Santiago. No se porqué pasa esto, no lo entiendo del todo, y eso que lo acabo de ver con mis propios ojos.
La llegada por la A-6 a Madrid es a estas horas una descorazonada autovía rodeada de lucecitas artificiales y pelotones de coches furiosos, casi la antitesis del Camino.
Artificial luminosidad naranja e inhóspito zumbido incesante frente a túneles de árboles y lechos de hojas de todos los colores del otoño rezumando vida y sosiego.
Hace varias horas que busco las dichosas flechitas amarillas sin encontrarlas.
-Puede que no seamos masoquistas, es una explicación demasiado simple, tiene que haber más, mucho más.
La de los ojos marrones conduce, fuma, piensa y declara:
-Quizá el camino te despoja de todo, lo bueno y lo malo, al matarte, te deja tan hecho mierda que solo te queda seguir, es la única verdad, la única opción, y lo mismo pasa con tus problemas que llevas a él, cuando resucitas, ya comprendes lo básico, lo esencial, solo te queda ir a mejor. El Camino es una especie de catarsis. Cuando llegas a Santiago tal vez te crees capaz de todo.
La mayor luna llena de los últimos setenta años, eso dice la radio, ilumina la noche ya casi valenciana. Pese a la oscuridad, la A-3 siempre promete sol y cierta benevolencia.
-Me gustan las tías que no solamente estáis muy buenas.
-Y a mí los peregrinos zafios y rudos.
Enhorabuena, lo terminastes, aunque creo que el “camino” no se acaba nunca. Lo recordarás a menudo, la soledad, el sufrimiento, el éxtasis. Recuerdos que te asaltarán a la vuelta de aquel recodo en la senda de castaños o la humedad de aquella corredoira, la sensación de alivio cuando divisas el albergue.
No se que tiene esa ruta. Yo que soy un ateo convencido la he disfrutado y padecido, pero la repetí y no descarto volver a hacerla cuando mi hija se decida. No he llorado pero si me he quedado ratos y ratos admirando aquellas iglesias románicas, aquellos paisajes salvajes que han animado durante mil años el caminar y el descanso de tanta gente.
Saludos Nelo.
Un relato precioso Nelo. Y sí, has conseguido darme esa patada en el culo para que empiece a pensar en mi próxima aventura. De momento, voy a coger mi bici plegable para ir al metro. Algo es algo. 😉 Gracias por la inspiración y las risas. 🙂
Disculpa el retraso en contestar Verónica, fantástico que te haya acertado a patearte el trasero, aunque sé que no hace falta mucho que te empujen, seguro andas ya tramando algo, gracias a ti por comentar!!!