KIRGUISTAN, EL TREN DE LAS MONTAÑAS CELESTIALES
Nelo | September 13, 2016El tren Bishkek-Balykchy cuesta un solo dólar y es la única línea nacional del Kirguistán. Un amanecer de finales de Julio esperamos en la estación a que haga su aparición. La de los ojos marrones aguarda su llegada somnolienta y helada, sentada en un banco exterior mientras los andenes son ocupados, poco a poco, por los futuros viajeros.
Hoy vamos a tomar un tren que recorre un paisaje dominado por uno de los más grandes relieves montañosos del planeta, las Montañas Celestiales o Tian Shan, permanentes vigías del recorrido.
Una sola línea en todo el país, un único tren, que nos llevara desde Bishkek hasta Balykchy, a orillas del lago Issyk Kul.
La ruta desde Bishkek remonta el Río Chui, que hace de frontera entre Kirguistán y Kazajastán hasta dejar atrás las llanuras y se embarranca adentrándose en las Montañas Celestiales, llegando hasta Balykchy, una pequeña ciudad de pescadores en su era postindustrial sin turistas ni playas, a orillas del lago de altura Issyk Kul.
Desde allí se puede conseguir transporte hacia cualquier lugar alrededor del lago incluido Cholpon Ata y sus populares playas de color ruso, la montañera Karakol, o hacia Naryn en busca de la frontera China.
Cuando busco información sobre el lago Issyk Kul, enseguida me aparece la wikipedia y me da una de cal y otra de arena. Me gusta que me diga que es un lago endorreico del Asia Central, me gusta porque tengo que ponerme a buscar qué carajo es endorreico, esa palabra con pronunciada tendencia escatológica que a mí me suena a cagalera monumental. Por si tú no lo supieras te diré que “endorreico” es un lago que no tiene desagüe.
Me gusta también que me diga que Issyk Kul significa “agua caliente”, pero lo siento, no será porque nos estará esperando, humeante y vaporoso, como una laguna islandesa bajo el sol de media noche, sino porque al ser el agua ligeramente salina no se hiela en invierno. Imaginaros qué tipo de invierno tiene que ser para conseguir helar una masa de agua de 182 kilómetros de largo por 60 de ancho. Y no lo hace por la sal.
Playa en el lago Issyk Kul cercana a Karakol, en verano.
Pero al decirme sus dimensiones la wiki, esa maldita zorra que se va con cualquiera y gratis, porque rellena los post de bloggers de viaje perezosos o faltos de imaginación, me dice algo que no me gusta, la enésima comparación: me dice que es el segundo lago de montaña más grande del mundo después del Titicaca.
No me gusta porque, primero, quiere hacerte sentir como un fracasado porque no estás en el más grande, segundo te obliga a ir al Titicaca, tercero, te hace preguntarte dónde está el tercero y cuarto, te preguntas qué puesto ocupan todos los demás lagos del mundo.¿Cual será el número 185? Y es cuando dices, un momento, el tamaño no importa, despierta amigo, a ti te la trae floja cual sea el más grande. Pero como es un dato muy comercial, que por eso lo pone la wiki, aquellos que somos vagos o deficientes creativos lo repetimos en todos y cada uno de nuestros artículos y posts sobre el lago.
Lo que NO te muestra la wikipedia: luchadores kirguises entrenando en el lago al atardecer.
Esto no tendría más importancia –en realidad no tiene ninguna o tanta como cualquiera de las muchas otras gilipolleces que podamos leer al cabo del día- que cuando el viajero busca info sobre el Issyk Kul, esta frase se repite como un mantra del ciberespacio, como la canción del verano, llegando a clavarse en mi cerebelo, allí donde el bulbo raquídeo pierde su nombre, incrustándose y saliendo involuntariamente en los momentos más insospechados:
-Papá , la maestra dice que compres ya los libros para el colegio.
-El lago Issyk Kul es el segundo lago de montaña más grande del mundo.
-Papá, ¿te encuentras bien?
O peor aún, en momentos realmente inoportunos:
-Señor Fernández, ¿Quiere usted tomar por esposa a la señorita de los ojos marrones hasta que…bla bla bla?
-El lago Issyk Kul es el segundo lago de montaña más grande del mundo.
-¡Pero cariño, qué dices! ¿Te volviste loco?
-Loco no, endorreico.
No es la primera vez que consigo tomar un único tren del país, me atraen como un imán, lo que no entiendo bien es por qué se deja una última línea en funcionamiento. Me pasó en Argentina, cuando hace años subí al único tren interurbano que resistía en la vasta nación, de Buenos Aires a Bahía Blanca, y también en México, donde el único tren que entonces transportaba pasajeros era el Ferrocarril del Pacífico, desde Chihuahua a Los Mochis, Sinaloa. También tomé el único tren del país en Mauritania, el Tren del Hierro desde Nouadibú hasta Choum, bien metida en el desierto de Sahara, y me volvió a ocurrir en Egipto, donde la única línea comunica Alejandría con Asuan, vía el Cairo.
El tren, excepto los de alta velocidad, no está de moda, y cuando un país entra en una crisis fuerte, suele ser lo primero que se paraliza, el resultado es miles de kilómetros de raíles muertos cubiertos de hierba alta y pueblos aún más empobrecidos.
De momento esta ruta por Kirguistán resiste.
Un dólar americano por unos 180 kilómetros de recorrido y unas cinco horas de viaje, 70 som en moneda local. He leído por ahí que este tren sólo funciona en verano, pero es un dato que no puedo confirmar. Con ese precio nos resulta más caro el taxi que nos lleva a la estación que el tren en sí. Es el único del día, parte a las 6.40 a.m. y hace el viaje de regreso desde Balykchy a Bishkek por la tarde. No se puede reservar, los billetes se compran en el mismo día en la estación a las 6 de la mañana.
La estación de trenes de Bishkek fue construida por presos alemanes y no ha sufrido ninguna remodelación de importancia conservándose original. Entrar en ella supone, como en cualquier otra estación, una promesa. Promesa de movimiento, de viaje, pero ésta además es un viaje en el tiempo por si sola.
Techos altos, colores pastel, mobiliario antiguo, todo evoca al pasado. Parece que un atormentado Omar Sharif va a aparecer en escena en cualquier momento, con su mirada perdida de desesperación y amargura profunda pero exhalando, derrochando, ternura y masculinidad.
¿Sabías que la mayoría de las escenas de tren de Doctor Zhivago se rodaron en Soria?
O que por los andenes va a deambular Greta Garbo, en mitad de la noche en la estación solitaria, focalizando toda su pasión en el más contundente y definitivo acto de amor que pudiera realizar: echarse a las vías, desaparecer en la nada, como los chorros de vapor contra el cielo oscuro. Tal vez el único momento de su vida que fue dueña de su destino.
Aunque quién sabe, quizá ella ve una puerta abierta y salta dentro del tren y da la vuelta al mundo. ¿Quién asegura que no fue así?
Un gran mapa en la pared del vestíbulo muestra la Urss como centro del universo, en algunos de sus bancos hay algunas personas durmiendo, existen trenes internacionales con destino Moscú o enlaces al transiberiano. La mujer de las taquillas fue ayer muy amable y eso que no habla ni una palabra de inglés, fue ella quien nos dijo que no podía vendernos los billetes un día antes, y hoy vuelve a estar en ventanilla, al vernos nos reconoce y casi nos echa una sonrisita tímida y cómplice.
Seremos los únicos extranjeros del tren.
Pese a lo temprano de la hora y ser fin de semana la gente va llegando a la estación y agrupándose en el andén.
El ambiente es puramente playero, jóvenes y familias con niños pequeños ataviadas de sombrillas, flotadores, cubitos y rastrillos de plástico. Es curioso que para los kirguises ir a la playa suponga un viaje montaña arriba.
Hay un militar que bromea y charla con todos, incluido yo.
Ayer el mismo hombre nos saludó de manera muy simpática, tal vez porque le supo mal que otro hombre que estaba a su lado nos dijera que no hiciéramos más fotos mientras la de los ojos marrones le daba con fruición al disparador después de que yo se lo pidiera.
-Cariño, mira que preciosidad de estación, ¿puedes hacer unas fotos?
No lleva ni medio minuto cuando alguien nos dice desde lejos:
-¡Niet fotos!
Y vemos un señor uniformado con los brazos cruzados formando una especie de aspa. Este gesto quiere decir no en todo el centro de Asia y tal vez en toda Rusia.
Pero eso fue ayer, hoy el sol comienza a salir, el aire es limpio y transparente, Bishkek se despierta fresca y renovada, y aunque empieza a hacer calor, montañas nevadas hacen de fondo permanente de la estación y de casi todo el recorrido, como una blanca e irregular dentadura de la corteza terrestre.
El tren parte puntual, los vagones constan de compartimentos con literas y mesas. Una mujer con los dientes de oro me habla antes de que se siente la de los ojos marrones.
No nos entendemos pero sonríe y asiente mucho y yo hago lo mismo. Conseguimos decirnos nuestros nombres, se llama Aidina o algo así.
Pasa la señora encargada de vender café. Le compro. Con el traqueteo derrama parte del agua caliente del samovar en la mesa, se disculpa y vuelve con un paño para limpiarlo.
El tren atraviesa suburbios de casas bajas con techos de chapa metálica, salimos de la ciudad a través de industrias pesadas y chimeneas industriales humeantes.
Pero de fondo de paisaje unas tremendas montañas nevadas como una sierra gigante de dientes blancos.
Uno de los paisajes más espectaculares del planeta y la de los ojos marrones va, y me dice:
-Debería haberme traído mis sudokus.
Mientras pienso en cosas como el desperdicio de energía, tiempo y dinero, o en frases filosóficas sobre la inmersión en el presente, y siento ganas de arrojarme por la ventanilla del tren, le digo:
-Veo que te gusta disfrutar del paisaje, sumergirte en él.
Se toma el café, lee sobre el país y de vez en cuando me suelta alguna broma bien picante a la vez que intenta –y lo consigue- fotografiarme por debajo de la mesa. El café le sienta bien.
-Cari, estamos atravesando en tren Asia Central, ¿te importaría mirar algo de lo que te rodea por la ventanilla? Se trata del planeta ¿sabes?
Lo que me contesta no creo que se pueda transcribir en un blog de viajes serio, como éste.
Vacas lustrosas con pájaros en sus lomos pastan en campos recién segados, pastores de ovejas a caballo, canales de agua cenagosa por los últimos chaparrones tormentosos.
Cementerios con tumbas valladas, mezquitas de pueblo de cúpulas plateadas sobrevoladas por bandadas de palomas, militares que escupen mientras caminan por los andenes cuando se para el tren.
Pasa la señora de las empanadas que es la misma que vende el café. Le compro también.
Con el pasar del tiempo la gente va espabilando, y las risas y las voces agudas de los niños llenan el vagón.
Pasa la señora de las mazorcas de maíz, que es la misma que vende café y empanadas de carne o de patata a 15 y 25 som.
Las mazorcas humean, su olor se expande por todo al vagón y se une a las alegres conversaciones de la gente que deja cualquier capìtal para dirigirse a la playa. Se crea cierto ambiente familiar y agradable.
Cuando un tren deja de traquetear por una línea concreta todo esto muere. Se cambia por un viaje por carretera donde prima la velocidad, el individualismo y la frialdad del asfalto. Las autopistas tal vez alberguen algún tipo de épica, puede que haya alguna carretera de montaña retorcida con algo parecido a un corazón, o algún camino que atraviesa el desierto con algo de alma, pero el romanticismo es propiedad de los trenes. Más y mejor cuanto más viejos.
Pasan pasajeros que van a fumar al descansillo entre los vagones. Un tren con espacios donde se puede fumar es un señor tren. Nada de trenes blancos y asépticos con aspecto de tampax, donde parece que te van a hacer un tac o una colonoscopia mientras una pantalla de leds te indica una velocidad desproporcionada, de las que acojona, y cuando señalas algo en el paisaje y tu acompañante lo mira, ya pasó, quedando tres kilómetros atrás.
-Cariño, mira esa vaca…
-¿Qué? ¿Cuál?
-Nada, déjalo, ya pasó.
Éste no, éste traquetea y circula a una velocidad que se puede llamar de todo excepto excesiva. Mientras llenamos nuestros pulmones de nicotina y alquitrán vemos pequeños pueblos con grandes factorías por su aspecto abandonadas. Huellas muertas de la URSS ¿Qué les falló? La idea no era mala, imagino que falló lo mismo que en occidente: Las mafias ocuparon los gobiernos y todo se fue al carajo. Es muy difícil derrotar a la mafia cuando es legal y gobierna.
El tren hace paradas cortas en estaciones con nombres como Kaht o Tokmak, la famosa torre Burana se encuentra a 15 kms. de esta ciudad. Nosotros pasamos de largo.
Aidina nos cuenta que vive en Bishkek, que trabaja en una biblioteca, soltera, sin hijos, que tiene a los padres en Issyk Kul, un total de cuatro hermanos, que ama los libros y los pasatiempos del periódico, que están en ruso, no en kirguís. Enumera edades de padres y hermanos.
Su dentadura de oro refulge mientras sonríe. Tiene 43 años. De cuando en cuando paramos de hablar y sigue con sus palabras cruzadas del periódico. También mira por la ventana.
El tren no es moderno pero es cómodo y está bien cuidado, asientos mullidos y confortables, water de metal viejo pero limpio con papel, agua extra, jabón y escobilla, de los que te asomas por el agujero y ves los travesaños de las vías pasar a todo correr.
La llanura en estos últimos días de Julio es verde y está totalmente cultivada. Las montañas son ocres, secas, no se ven árboles en ellas. Son montañas de desierto y nieve, sus cotas más bajas están manchadas de pastos verdes. Forman siempre la línea del horizonte en cualquier parte de Kirguistán. Al otro lado, mirando hacia el norte está el Rio Chu y su orilla opuesta ya es Kazajstán.
El pitido del tren suena como el de un barco. Cuando me levanto a hacer alguna foto, hago otro amigo que se presenta como Merker, trabaja en el tren, en una estación cercana, hace fotos del recorrido como si fuera la primera vez que sube al tren, asomado sin miedo a a una puerta abierta, su prominente barriga sobresale del vagón.
Él, al igual que otros hombres, primero me da la mano y después ya habla.
El tren se encañona a las 3 horas y media de su salida, seguimos el curso del Río Chu aguas arriba, el torrente es de dos colores, verde y marrón, sin mezclarse.
Ascendemos, el aire se hace más frío y el cielo más azul, vemos la autovía que une Bishkek con el lago Issyk Kul, destino de playa popular entre los rusos desde la época zarista. Alguien pone cosas escritas con piedras en las faldas de algunas montañas, imagino que son cosas tipo “Gengis quiere a Irina” o algo así.
No entiendo el precio del tren e incluso me preocupa, está claro que debe ser barato y cumplir una función social, porque si no la gente prefiere ir por carretera al ser mucho más rápido, pero la pregunta es: ¿Si no es rentable, está condenado a desaparecer?
En el siguiente compartimento al nuestro se encuentra la familia con la que compartiremos taxi de Balykchy a Cholpon Ata, aunque eso es algo que todavía no sabemos. Ya en la estación de Balykchy buscaremos en vano la vista del lago. Es inútil, páramos y las afueras de una ciudad. Y una carretera con algo de actividad donde se venden melones y pescados secos colgados en ristras.
La llegada del tren a Balykchy es esperada por un montón de taxistas, nosotros bajamos del tren los últimos para que los más pesados ya hayan conseguido sus presas, aún así son varios los que nos ofrecen sus servicios, es entonces cuando la familia que estaba en el compartimento contiguo y ahora camina delante de nosotros se giran y nos dicen que vayamos con ellos, que ya tienen taxi hasta Cholpon Ata, pagaremos 200 som por persona.
Balykchy es un lugar extraño, es un pueblo pesquero sin pesca, el lago Issyk Kul dicen que fue esquilmado, es una ciudad industrial sin industria, abandonada y cerrada tras el colapso soviético, se pueden ver las grandes fábricas en ruinas, sus astilleros cerrados, bloques de apartamentos en esqueleto, vías de tren cubiertas de matojos, retorcidas.
Es un lugar tan curioso que no tiene ninguna evaluación en Trip Advisor, ni el más pequeño ranking de cosas que hacer ni nada, como un agujero negro turístico. En los blogs de viajes aparecen ligadas a ella palabras como vodka y prostitución, su estado se tacha de lamentable, su aspecto de desolado. Hay quien dice que todo el que pudo emigrar, ya lo hizo. Se habla de basura ardiendo en sus calles atravesadas por rebaños de vacas.
Ciudad congelada en el tiempo que mira sin reparos a su época comunista, en este caso el pasado sí que fue mejor. Llena de estatuas y esculturas oxidadas de la época, sus calles de agrietado asfalto ni siquiera cambiaron de nombre y siguen llamándose Gagarin, Frunze, Komsomol o Pioneer.
En muchos aspectos, los problemas de la ciudad son los de todo el país. 25 años después de la independencia, la economía de Kirguistán sigue siendo principalmente agrícola, y dependiente en gran medida de las remesas de los trabajadores migrantes en Rusia. Su sector energético, sumido en la deuda y la mala administración, fue hace unos años vendido a Gazprom por un dólar. El mismo precio que cuesta el billete de tren.
El futuro lo basan en la débil esperanza de un proyecto de unir por tren China, Kirguistán y Uzbekistán, lo que colocaría a Balykchy como un importante nudo de comunicaciones de nuevo. Pero esto desde hace años son sólo palabras y la ciudad sigue llenándose de óxido y polvo.
En mi opinión es un lugar bien interesante, una ciudad de 40000 habitantes a orillas de un gran lago alpino en el centro de Asia, con un sobrecogedor fondo de montañas siempre nevadas, en la que me sabe muy mal no haber pasado al menos unas horas. Lo que vi de ella tampoco estaba tan mal, tengo la esperanza que desde esas crónicas de Balykchy a la actualidad las cosas hayan mejorado.
En cualquier caso es un lugar no turístico, todo lo contrario de Cholpon Ata, el próximo destino del que saldremos escopetados hasta Karakol, a ritmo de baches, canciones kirguises romanticonamente empalagosas, y vómitos de niños.
Justo la luna de miel que buscábamos.