HUYAMOS A ÁFRICA
Nelo | March 7, 2019Huyamos a África, ¿por qué no?
Dejémonos de sandeces y positivismos edulcorantes tan en boga en estos tiempos de negación de nuestras carencias, en los que todos somos maravillosos y estar jodido es de necios. Además, no importa lo bien que se esté, ni ser feliz de vez en cuando, el inconformismo es resorte, gasolina y síntoma de buena salud, no lo digo yo, lo dice mi adn, se quedó inscrito de cuando el nomadeo era necesario para la supervivencia.
Marchemos a África para poder escapar de toda esta mierda de horarios ficticios pero obligatorios, de toda esta patraña de estupideces convertidas en necesidades, del teatrillo laboral diario, función tras función, del paripé sin fin basado en goles, carajillos y coches nuevos. Perdona, ¿que si no me compro este coche que anuncias no voy a saber lo que es la libertad? ¿Tendré cara de imbécil? Tu puto coche es lo que precisamente me hará perderla, porque tendré que pagarlo, tu coche es justo lo que me separa de ella, pero te crean la necesidad y así te tienen cogido por las pelotas.
Sí, estoy hablando con un anuncio, lo hago a menudo, cómo no marchar.
Y ahí estás tú, en un atasco conduciendo tu coche viejo, pero aún así, cambiando tiempo por tiempo, el súmun de lo absurdo. Muchas veces en un porcentaje escandaloso, once a uno, tú les das once meses y ellos te dan uno. Qué cabrones.
En caso de que ya hayamos caído en la trampa no perdamos la cabeza ni el rumbo, estar jodido es lo más sensato y un símbolo de cordura, lo demás es capacidad de autoengaño, que oye, no viene mal, pero hay que cerrar un ojo y la mitad del lóbulo frontal para que funcione, o fumarse un buen cacharro detrás de otro, y a veces ni aún así.
Eres un peón, un pringao, no importa que puedas sentarte en una terraza el fin de semana a tomarte unas tapas, o esnifarte del tirón el sábado por la noche y parte del domingo en un fútil intento de desahogo, tampoco tener el Netflix o ponerte pestañas postizas. No bastará. Tu culo se agita, inquieto.
No es fácil escapar de esta prisión sin barrotes, de responsabilidades, de nosotros mismos, menos mal que ahí está África.
Si tus los cielos son grises, tus días pasan con menos sentimiento que una ameba, y los billares donde hiciste la primera comunión son ahora un bazar chino, vas a querer escapar. Lo contrario me parecería insano
Nos marcharemos a África para que nos agarre de las solapas y nos abofeteé, y así espabilarnos, oh sí, dame más, pégame más fuerte, y ver el color, el color de verdad, no como el de este mundo del norte hecho por algún daltónico retorcido amante además de la línea recta y de la simetría planificada. Donde las matemáticas son lo importante, ¿a quién carajo le interesa la poesía?
Estoy hablando de la brisa africana. Esos olores, esos colores.
Aunque otros días, ni brisa, ni nada, y te torras y apesta,
“El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes”
Gustavo Adolfo Bequer
Viajemos a África para amarla y para odiarla, para conocer los extremos, la bondad, la explosión de la alegría y la injusticia descarnada, más allá de este occidente de encefalograma plano lleno de zombies lobotomizados.
Cayuco de Bissau a Bolama. Foto tomada desde el que va de Bolama a Bissau. El saludo es inevitable.
Para mí, no hay un mínimo conocimiento del planeta que no incluya algo de África, aunque sea un poco. Ni mucho menos una vuelta al mundo que la deje de lado. Y aunque partamos de la base que cado uno hace lo que le da la gana, faltaría más, no es fácil encontrar viajeros versátiles en este sentido, muchos de los que han viajado por todo el mundo no se asomaron a la negritud africana, y muchos de los que se viciaron con África, apenas viajaron por otros lugares.
Entiendo a los dos grupos, a los primeros porque Asia es tan fácil, y Ámérica tan familiar, y los países árabes y el medio oriente tan agradables y hospitalarios, te llevan en bandeja. Y Japón tan fascinante, bonito y educado. Y la India tan fuerte y poderosa. Y Siberia resuena sin cesar dentro de nuestro cerebro, allí donde el hipotálamo pierde su nombre. Siempre hay una buena excusa para no viajar a África.
Los otros, los enganchados, los que no viajan si no es África, tienen miedo a no sentir algo parecido a lo que África les da, les va la marcha, se quedaron atrapados, como auténticos buhoneros de las películas del oeste que veíamos de pequeños, pista arriba, pista abajo, espolvoreados. Suelen ser muy echados para adelante y faltarles algún tornillo, pero están orgullosos de ello.
Bissau, un día cualquiera.
Para mí, África empieza en las estibaciones sur del desierto del Sahara, lo que los magrebíes llaman Ifriquia, el país de los negros, desvinculándose así del resto del continente, y yo respeto esa decisión y ese sentirse de otra cultura separada de la otra por el más inmenso de los desiertos del planeta, un universo en sí mismo. Así pues, para mí, África comienza en el sur de Mauritania, en el sur de Argelía y Libia, etc. donde ya vuelve a surgir lo verde. Que cada cual ponga sus fronteras donde le dé la gana, que con las de verdad ya toparemos.
Muchos se han empeñado en recalcar que África no es país, y yo entiendo que quieren decir, frente a una masa ignorante e inculta geográficamente se hacer constar que son más de cincuenta países diferentes entre sí, pero no solo eso, sino que cada uno de esos países, cuentan con decenas de millones de personas, un sinfín de etnias, de idiomas y de culturas, y una cantidad de territorios diferentes que ya los quisieran para sí otras extensas zonas del planeta, bla, bla, bla, ya sabéis, lo de siempre.
Aunque explicarle esto a alguien que no distingue Gambia de Gandía es inútil, básicamente porque la diversidad territorial africana se la trae floja, y explicárselo a quien ya lo sabe es también inútil, además de redundante y rimbombante.
Y es un rollo leer siempre lo mismo.
Para mí, África sí es un país, porque es una manera de ser y también una manera de viajar, me da igual que la furgoneta en la que estoy apretujado se llame guele-guele, toka-toka, o tro-tro –lo realmente curioso de esto es que siempre sea repitiendo una o dos sílabas, ahí es donde está la magia, ¿por qué ocurre esto?- o que el tipo me esté hablando en chi, en wolof o en mandinga, soy lo suficientemente ignorante también como para generalizar. Es un enorme país donde lo más seguro es me pase el día bebiendo agua en bolsas, que almuerze una tortilla por las mañanas, me achicharre de calor al mediodía, coma un arroz con trozos de cosas, y escuche los tambores sonar en las noches. Y que seguramente cada día me mostrará lo mejor y lo peor de él, y también de mí.
Donde todo es más todo. La cerveza fría alcanza dimensiones místicas, los culos más culos, el sol más abrasador, la noche es más noche, los sonidos y el aire más nítidos y las sonrisas más luminosas. Todo es más todo. Lo que se te ocurra, lo peor también.
Huella de un felupe en la playa de Varela. Los felupes habitan esta parte de Guinea Bissau y el sur de la Casamance senegalesa. Antiguamente eran grandes guerreros.
Viajemos a África para odiarla media hora más, y para conocer la suciedad y la mugre, los cuerpos perfectos, el salvaje escupitajo de la vendedora más guapa de todas, la espesura verde impenetrable y el olor a tierra y a polvo, para darnos cuenta de la limpieza y blancura de nuestras sábanas y del amor que nos dispensaban nuestras madres. Y querer volver a ellas antes de ser empujado otra vez hacia el continente negro, como un imán que vaya donde vaya siempre será repelido por su mismo polo, y así salir disparados como una peonza que no deja de rodar no sé sabe bien adonde. Qué mareo.
El mundo abierto de piernas y mirándote con descaro. Necesitamos África para aprender a reír y a gritar, para dejarnos de monsergas, para sentir lo valientes y lo cobardes que somos, para no morirnos de asco, para conocer nuestros límites antes de caer ante ella, vencidos, mirando al horizonte de reojo, confiando una vez más en lo que esconde. Si eres de los adictos del desierto que no tuvieron bastante con su inmensidad, y aún quisieron más y más, estás perdido. O salvado, en todo caso tu destino está escrito y lleno de polvo, tierra roja y enormes baobabs. Luchar contra ello es inútil.
Te reto a no hacerte una foto junto a un baobab, es imposible. Isla de Bolama, Guinea Bissau.
La necesitamos para tomar aire, para darnos cuenta de nuestra blandura, para sentir el pulso en nuestras sienes, para cabrearnos, maldecir y blasfemar, antes de dar las gracias, entre lágrimas, entre carcajadas.
Para saber lo que es la calma, para atormentarnos por lo que dejamos atrás, para por fin, respirar descorsetados en una playa salvaje y solitaria.
Y cruzar la enésima ciudad caótica. Hormiguero urbano hecho de tejados de hojalata, con forma de enorme caca de vaca lanzada desde el aire sobre unas colinas, en precaria y colorida supervivencia. Mansiones con guardia y alambre de espino. Un montón de mierda, suciedad, plásticos y un Porsche Cayenne, eso es África.
Y de repente, al morir el día, sin rastro ya de ella, darnos de bruces con la serenidad del atardecer, los cantos de miles de pájaros que ni siquiera podrías imaginar, ya sabéis, lo que siempre se dice, olores, luz, pureza y todo eso.
Ojos marrones frente al Río Grande de Buba, Guinea Bissau.
Una tierra de donde todo el mundo se quiere marchar y a la que poca gente quiere ir.
Yo también me habría ido. Hubiera subido a kayuco tras kayuco hasta hundirme en el mar o quedar ensartado en una de nuestras democráticas vallas de concertinas y alambre de espino de la Europa libre.
Tendría hasta gracia si no fuera patético y trágico.
Duerman tranquilos, sus señorías. A mí no me pillan, ni allí, ni aquí. Búsquenme camino de ningún lugar.
Yo viajo o reviento.
Estás asustado
tu vida va en ello
pero alguien debe tirar del gatillo
Barricada