GHANA. KUMASI, EL DÍA QUE VI AL REY.
Nelo | December 10, 2014La entrada a Kumasi desde el norte no es precisamente bonita. Da la primera impresión de ser la clásica ciudad africana desparramada sin gracia, ondulado y caótico paisaje sin montañas, ni línea de costa, ni nada característico que la defina.
No le hace falta ninguna de estas cosas.
Kumasi es como una central nuclear, genera una potente energía, su uranio enriquecido son sus mercados y sus gentes son millones de átomos moviéndose de un lado a otro.
Y como en toda África, sólo hay que pisar la calle para que pasen cosas.
Como deambulo durante horas entre el gentío bajo un calor sofocante, voy comprando frutas que me mantengan en pie. Al comprar un mango a una chica me marcho sin esperar el cambio. Me llama:
-Ey! Espera, me has dado de más.
Resoplo, no me había dado cuenta. La que está a su lado, al verme resoplar, me pregunta sonriente:
-¿Te encuentras bien?, ¿tienes algún problema?
Qué amable.
-No, no, solamente se me olvidó.
Valía 1 cedi, le di 5, me tienen que devolver 4 y es lo que hacen, pero la primera me dice:
-He sido buena, dame 1 cedi más…
-Claro. Toma, por honesta.
Se lo doy encantado. Nos quedamos todos encantados, me sumerjo de nuevo en las torrentosas riadas de gentes.
Pero esto aquí en Ghana, no me ha pasado ni una vez, ni dos:
-Te equivocas, me has dado de más.- Es una frase que me han dicho varias veces durante mi viaje por el país.
Hasta los taxistas suelen ser honestos. Siempre hay algún listillo, en Ghana, en España y en la China Popular. Pero la inmensa mayoría de los ghaneses no te cobrará más que a un compatriota suyo, y eso que, muchos de los africanos que aún viven en África se piensan que los viajeros occidentales estamos forrados de pasta.
Y en cierta manera, tienen razón.
Además hay más cosas, basta mirar a alguien brevemente a los ojos para recibir un buenos días, un bienvenido, una sonrisa o un qué tal blanco.
Y el mismo tipo que nos parece tiene aspecto de haber sido guerrillero amputador colocado de crack, normalmente se convertirá en el chaval más amable del mundo apenas le sonriamos.
Eso sí, hay que hacerlo.
La sonrisa es la contraseña a la simpatía africana. Africana y de cualquier lado. Hay ocasiones extremas en que puede no funcionar pero por lo general es la llave.
Suelo usarla casi siempre, aunque no entienda nada de lo que se me está diciendo -por desgracia, no tengo que hacer ningún esfuerzo para poner cara de gili- o hasta cuando veo que parece que me están echando una bronca. Normalmente se echan a reír porque estaban de cachondeo. Si esto no es así, o sea que la bronca continúa, sin prisas, despacito, pero con determinación, abandono la escena, casi silbando y mirando hacia otro lado.
Y en medio de la tremenda vitalidad y actividad de Kumasi veo un cuartel de bomberos, y por supuesto encamino mis pasos directamente hacia allí. No puedo remediarlo.
Simpáticos, amables, paso como una hora hablando con ellos, me lo explican todo, sus turnos, su manera de trabajar, me cuentan que el sueldo medio en Ghana es de unos 70$ mensuales pero no me dicen cuales el suyo, no me atrevo a preguntar. Me enseñan el camión, hago unas fotos, más amables de lo que han estado no pueden estar.
Desayuno sentado en una silla en la calle junto a tres jóvenes camioneros de Costa de Marfil, en una parada que consiste en una sombrilla, una sartén y una chica –se llama Habiba y se deshace en sonrisas- friendo huevos y haciendo colocaos, unas cajas hacen de mesa y una única silla blanca que es donde yo me siento.
Entre todos me enseñan unas palabras de “deerá” que es una mezcla de idiomas común para todos los países del área, y con el que es posible comunicarse seas de donde seas y hables lo que hables. Una especie de esperanto, eso sí, efectivo, que sirve para toda el África Occidental.
Enfrente de donde estoy está el palacio Manhyia, que pertenece al rey ashanti. Kumasi es la capital de este antiguo poderoso imperio. El monarca reina sobre unos ocho millones de personas aunque eso es algo que todavía no sé. Tampoco sabré hasta más tarde que es posible visitarlo en su palacio si va uno bien vestido y lleva un regalo.
Veo cada vez más gente vestida a la manera tradicional ashanti, con una túnica negra, al poco rato son una pequeña multitud traída por numerosos autobuses que han llegado desde todo el territorio. Está claro que celebran algo, no sé lo que es pero decido entrar, quiero comprobar hasta donde llego, rollo Pequeño Nicolás.
El palacio del rey tiene un gran patio interior donde alquilan sillas y la gente va sentándose esperando algo. Soy el único blanco, me miran mucho pero nadie pone mala cara.
Estoy esperando a que alguien en cualquier momento me diga, disculpe señor, pero usted no puede estar aquí.
Pero nada de eso ocurre, sino que llevo poco rato sentado cuando las mujeres de mi alrededor empiezan a bromear conmigo. Son muy picantes, después de las preguntas de rigor, enseguida me encuentran una candidata dispuesta a casarse conmigo.
-Te daré diez acres de tierra- me dice ella.
-¿Y muchos hijos? -le pregunto-.
-Ya tengo 10.-Me dice y yo la observo y ni lo dudo.
-Me temo que he llegado un poco tarde…
Ríen, aparece una segunda candidata.
-Yo te daré tierra pero de la buena, 20 acres pegados al aeropuerto, y además mucho de aquí.- Me dice mientras ríe a carcajadas y se toca el sexo.
-Oh señor, ¿podría casarme con todas vosotras a la vez?- Bromeo.
Y una tercera, patrocinada por su propio padre, que me dice:
-No, esa es vieja, mira mi hija, después te vienes a comer a casa y hablamos.
Este último no parece que vaya de broma, así que se acabó el cachondeo, cambio de tema:
-Por favor, ¿alguien me puede explicar que estamos haciendo aquí?
-Hoy se celebra el 15 aniversario de Su Majestad el Rey Ashanti Osei Tutu II, y viene en persona.
-Oh, vaya…bien, y ¿creéis que puedo estar aquí?
-Sí, sí, claro que sí, nosotras te diremos que tienes que hacer y podrás hasta conocerlo.
Son un grupo de mujeres de mediana edad, curvas anchas sin complejos, caras sanas, inabarcables caderas, coquetas, tersas, de radiantes sonrisa, bellas, las típicas matriarcas africanas, abundancia a tutiplén bajo telas coloridas, duras y resistentes, hechas a sí mismas, columna vertebral del continente, a su lado me siento más seguro que compartiendo la pipa con el abuelo de Heidi mientras atardece en los Alpes.
Sigue llenándose de gente.
Entran viejos guerreros con tocados de guepardo en su cabeza. Entran notables y reyezuelos con sirvientes que los siguen a todas partes sujetando una sombrilla para que el sol no dé directamente a su señor. Entran guardias armados. Y gente con regalos para el rey entre los que se incluyen algunas cabras muy hermosas.
-Vente con nosotras- Me dice una de “mis futuras mujeres”.
Me levanto y las sigo a un segundo patio. Allí nos descalzamos por cuestiones de protocolo, me consiguen una bolsa de plástico donde meter mis calcetines y mis zapatillas. Somos mucha menos gente allí.
Estoy nervioso, en torno a mí se forma un pequeño debate, la cuestión es si voy debidamente vestido para presentarme al Rey.
Y deciden que no, que yo no voy mal vestido, pero para presentarse ante el rey hace falta ir rigurosamente vestido con el traje tradicional, la túnica negra.
Un hombre me dice que no hay problema, que me lleva a su casa y me viste como es debido. Me arrugo, le doy las gracias pero no acepto, me parece demasiado, además, podéis imaginaros, con la pinta resultante estoy seguro de quitarle hasta el protagonismo al mismísimo rey, por esperpento, no por otra cosa.
Me excuso diciendo que, al fin y al cabo, no he sido invitado y que me bastaría con ver al rey de lejos. Están todos de acuerdo, incluso parecen experimentar cierto alivio. Yo también.
De repente se oye un gran alarido y nos sacan casi a empujones del segundo al primer patio. Así es, con un gran grito, como se anuncia la llegada inmediata del rey, y se repite, siempre precediéndolo, cuando Su Majestad va cambiando de estancia y de habitaciones. Entonces llega el Rey con toda su corte, pasa rápido pero me da tiempo a verlo bien. Va vestido de color naranja, parece simpático y afable.
Ahora se sentará y dará un discurso, pero antes lo harán otros oradores. Como los largos discursos protocolarios en “twi” no son mi fuerte decido marcharme.
A mí, haber visto al Rey, como actividad hecha después de desayunar, me parece suficiente.
Salgo lo más discretamente posible.
O sea, no mucho.