ENTRE EXPATRIADOS EN MAURITANIA, DIOS LOS CRÍA Y ELLOS SE JUNTAN
Nelo | October 18, 2015En el camping Abba había más ambiente que la semana anterior. En medio de la destartalada, caótica y animada Nouadibhu, era el refugio de los viajeros que osábamos seguir haciendo la transahariana en dirección sur pese a las recientes amenazas de secuestro de extranjeros que ensombrecían esos días. (2011)
También habían residentes, ya que Mauritania se presentaba el país ideal para el expatriado porque en la capital podías obtener un permiso de residencia en un sencillo trámite que duraba apenas media mañana.
El resultado era que cualquiera podía quedarse, y eso era lo que pasaba. Por el país pululaban todo tipo de extranjeros y expatriados, cada cual con una historia más increíble. Bastaba con quedarte más o menos quieto en un lugar para ir conociéndolos a todos.
-Por aquí no baja nadie que sea normal -Sentenció más tarde un amigo alemán que tuve más al sur y tiempo después. Y mientras me decía esto yo me acordaba de los locos de Nouadibú, sin caer en la cuenta, de que yo también estaba allí, por lo que yo, probablemente, sólo era un loco más.
Locos, porque había que ver cómo era aquello. Lo primero era que todo el mundo que vivía allí quería marcharse a otro lugar, no importa donde.
Y lo segundo porque Nouadibú está en una de las penínsulas que adentrándose en el Atlantico salpican la más pura costa del casi infinito desierto del Sahara. Y vivir en esas circunstancias puede calificarse como mínimo de “curioso”.
Pero allí estábamos. Tenía un amigo mexicano, un chavo de Veracruz , joven, divertido, ya medio enganchado al espíritu empresarial-aventurero de Nouadibú –para mí, esta ciudad era como una especie de nuevo far-west, todo moviéndose, todo a medio hacer, aventureros, empresarios, buscavidas o todo ello a la vez-, hacía unos diez días que me había dicho que se iba a la mañana siguiente y permanecía todavía aquí.
Andaba con un mauritano y hablando de importación y exportación, formaban una curiosa pareja.
Otro para el lío, me dije mientras lo escuchaba, y pensé que no ganará un duro pero que mientras tanto se lo pasaría genial.
Me lo volvería a encontrar de casualidad seis meses después paseando por Nouakchott, capital del país. Si te gustaría leer su increíble historia pincha aquí.
Y además, como decía J., otro español, que andaba intentando hacer negocios por allí, es que si además se ganará dinero sería ya una pasada, “la ostia”, decía él. Al que le gusta África, sabe de que hablo.
J. también estaba alojado en el camping en una habitación de las separadas, trataba de hacer negocios con pescado pero de momento no le había salido nada bien.
El último envio a Tunez resultó ser de baja calidad y llegó en mal estado. Lo habían engañado vamos.
Llevaba ocho años por África, tenía una mujer en Marruecos –que lo llamaba de vez en cuando enfadadísima, la oía gritar fuera de sí, como gritan las marroquíes cuando se enfadan de verdad, a través del teléfono, mientras yo trataba de contener la risa-, también tenía una ex en Barcelona, que se había ocupado de hacerle la vida imposible, y una hija también en Cataluña y que era, entre muchas otras cosas, la causante de que su reloj siempre marcara la hora española estuviera por donde estuviera.
No tenía un duro, e incluso debía dinero a no sé cuantos, pero tenía una muy interesante conversación, y un pequeño coche, de éstos muy básicos con matrícula mauritana.
Me enseñó una foto de alguien que no parecía él, y es que perdía kilos al mismo ritmo que ganaba felicidad.
Si además ganara algo de dinero sería ya de “puta madre”, me dijo en una ocasión. Estaba convencido de que su suerte iba a cambiar pronto.
Me encantó el detalle de la hora española en el reloj por su hija, para saber más o menos que estará haciendo, si estará despierta o no, cosas así, me comentó, me pareció enternecedor, yo también tenía una hija lejos y no llevaba ni reloj, pensé, apurado.
Me presentó a varios de sus amigos. Gente con historias y caracteres como para escribir un libro.
Algún empresario que por culpa de la crisis, antes de que el banco se lo quite todo, marchan para Mauritania con lo que consiguen salvar de sus bienes.
Algún ex legionario, que harto de todo y de todos se hace una chabola en Puerto cansado y sobrevive apenas de la pesca. Menos mal que si algo abunda en estos parajes es el pescado. Le llevamos algo de tabaco al ¿pobre hombre? o ¿espíritu libre?, yo quiero pensar lo segundo. Quiero creer que pasó tanto tiempo en el desierto que ya no pudo prescindir de él.
Algún poli de paisano que debía enterarse de dónde y cuándo sale el próximo cayuco hacia las Canarias. Cortándole el rollo a más de uno y quizá salvándoles la vida a la vez.
Otros personajes –sin que esta palabra tenga ningún sentido peyorativo- pululaban por el camping
Tres japonenses, una pareja de mochileros, chico y chica, muy jovencitos, ella, muy bonita, vestida siempre con chilaba marroquí, y un señor mayor, casi un anciano, delgado, muy fibrado, con aspecto de maestro de algún arte marcial.
Plantó su tienda en medio del salón comunitario. Y no hablaba una palabra de nada, excepto japonés, ni un poco de inglés o de francés, nada. Uno se preguntaba cómo demonios podía haber llegado hasta allí, con el lenguaje universal de los gestos, se pensaba enseguida, pero conforme pasaba el rato te dabas cuenta de que no era muy expresivo, sino más bien todo lo contrario, una estatua casi imperturbable. Pero allí estaba, hablando en voz baja con los otros japoneses.
Junto a ellos estaba un saharaui de unos cincuenta y pico años, había ido a los campamentos de refugiados desde Dakhla en el lado marroquí para ver a su hijo y éste lo estaba acompañando de vuelta hasta la frontera. Esta es la única manera que tienen hoy en día las familias saharauis separadas para verse de tarde en tarde, los que están en el lado marroquí pasan a Mauritania y allí toman el tren hasta Zouerat, después con landrover se pasa por Bir Mogreim a Argelia llegando a los campamentos. A la vuelta, en la frontera marroquí se había de simular que sólo se había estado en Mauritania porque si no aparecían los problemas.
El tren de bauxita del Sahara se adentra más de 800 kilómetros en el desierto. Puedes viajar en el vagón de pasajeros, o gratis en los vagones de transporte del mineral, si te atreves… Si quieres saber más de este tren pincha aquí.
Este señor, además de hablar español con un acento muy gracioso, era muy ocurrente:
-Joderrr- arrastraba así la erre- llevo cuatro horas aquí sentado hablando con estos chinos y estoy seguro que no me han entendido una palabra -yo también estaba seguro-
-Joderrr, lo mejor de todos es que yo a ellos tampoco- Y allí seguía dale que te pego.
Y ya me deja alucinado cuando me dice:
– Lo mejor de todo es que ellos tampoco se entienden entre si ya que este señor es japonés y la parejita son chinos- Ahora si me ha dejado estupefacto, para nada, pienso mientras me callo, son todos japoneses, ¿qué habrá entendido este hombre para llegar a semejante conclusión?
Continuaba, mientras miraba a los ¿chinos?:
-Ay, ay, ay, qué mundo este con sus gentes, cada pueblo con su música especial, diferente.
Se refería a las diferentes maneras de ser, de pensar, de vivir, para él todo podía ser incluido en una metáfora de temática musical, dijo muchas, recuerdo alguna:
-Ay, ay, ay, cada tierra, cada viento, tiene su música, algunas son suaves, otras fuertes y poderosas…-
Muy bueno, pensé, este tío es un poeta.
-Hay músicas diferentes que en la cabeza de otros suenan raro, como desafinadas, se vuelven locos.
¡Oh sí, eso es así, muy bueno!. Pensaba yo mientras hablaba y hacía ademán de tocar la guitarra, agitando la cabeza.
El sol tamizado de arena del desierto se ponía a su espalda.
También andaba por allí un italiano que hablaba español con acento californiano, dónde vivía hacía años. Iba con su hija pequeña y que decía que había comprado un Reanult 21 en Murcia por 350 euros y lo acababa de vender en Mauritania por 1200 euros. Cuando una noche después de cenar nos juntamos los dos españoles, el mejicano y el saharaui, y empezamos a hablar así como hablamos los que hablan castellano, es decir con pasión y en un volumen muy poco discreto, el italiano salió, se quejó y nos pidió que hablásemos mas bajito. Nos fuimos. Me sirvió para conocer el hogar canario, uno de los muy pocos sitios ¿el único? dónde sirven alcohol en Nouadibú. El garito me gustó, era lo bastante deprimente, éramos pocos, una mesa con unos españoles ya bastante borrachos y nosotros.
No me pareció caro ni el precio del whisky.
La camarera era una chica negra muy exuberante, con un trasero descomunal y una antipatía profunda, bien definida y ensayada, formada y lastrada durante mucho tiempo de pesada convivencia entre guiris borrachos, pienso yo, desde luego no la culpo.
Menuda cruz.
Pasando de esta exclusividad y de la característica principal del bar que es servir alcohol, D. el mejicano y yo pedimos dos fanta de naranja. J. pide un whisky y mientras se lo miden les comento:
-Debemos ser los dos únicos gilipollas en todo Nouadibú que vienen al hogar canario a beber Fanta.
Lo éramos.