DELHI VEINTE AÑOS DESPUÉS
Nelo | December 3, 2017Llevo en Delhi dos días. No la pisaba desde 1996, hace 21 años. Respecto a si la encontré cambiada tengo que decir que sólo en parte. Sigue siendo la misma en bastantes aspectos, en cambio en otros casi no la reconozco. Hay cosas que fueron maquilladas y limpiadas, otras suavizadas. No es peor, tampoco tengo claro que mejor, quizá más cómoda, eso sí. Yo también, tal vez ahora, la miro de otro modo. Concretemos:
El metro creo que ha contribuido mucho a su normalización, siempre entre comillas, tratándose de una ciudad como esta. Es fácil y cómodo, ya no hay que complicarse la vida desplazándose por la ciudad, ni pensar cómo ni en qué. Metro hasta casi donde sea y se acabó. Pasas de ser un aventurero a bordo de un rickshaw a ser un gusano sordomudo bajo tierra, pero ganas en tranquilidad. También al aeropuerto, que ya no son aquellos pabellones grises y sombríos, sino que también se convirtió en un largo y nuevo aeropuerto, tan anodino y tan normal como cualquier otro, a excepción de su dudoso gusto por el enmoquetado infinito.
Metro Jasodar Apolo, New Delhi.
Ahora también hay coches, antes los había pero casi ninguno particular, en la actualidad atascos tremendos de coches utilitarios de una numerosa clase media surgida a lo largo de estas dos décadas, atascan formidables autopistas de varios carriles. Esa clase media, que va en coche, o se dirige a sus trabajos, o estudios, en el metro, con sus vaqueros y sus peinados occidentales, es amable y educada en lo moderno, apenas te miran y no te dirigen casi la palabra a menos que tú lo que requieras.
La plaza central de Connaught Place, que hace 20 años parecía una decadente y enorme plaza colonial que bien pudiera haber estado en cualquier capital africana, ahora es una zona pija llena de las mismas tiendas de marca que cualquier otro lugar del mundo, para que los ricos demuestren que son ricos comprando en ellas. Ricos e idiotas, qué falta de imaginación, por favor.
Connaught Place.
Y en sus inmediaciones, los limpiadores de orejas ahora piden permiso antes de meterte el bastoncillo, no como antes que te violaban una oreja mientras te intentaban limpiar los zapatos y una turba te rodeaba gritando, y un tipo con hilo dental te quería limpiar las encías, y un astrólogo decirte la buena fortuna, y un tipo regalarte una rosa, y otro adivinarte el nombre de tu madre, mientras veinte más solo miraban y cuatro se partían de risa de tu cara –aunque esto último lo entiendo. Ahora el limpiaorejas se sienta tranquilo a mi lado, me pregunta el idioma, me enseña una libreta con las recomendaciones que alguien le ha escrito en español, e incluso cierra un precio, 100 rupias, me dice. Todo como muy pausado y con delicadeza. El mensaje escrito a mano en una sobada libretita de anillas debe decir algo como “este señor es el mejor de todos los limpaorejas que probé a lo largo de mi vida, hace de su acicalamiento un arte, todo un gusto para vuestros oídos, te dejará los tímpanos como si fueran de seda, no dude en poner sus trompas de Eustaquio en sus manos, descubra porqué el verdadero punto g está en su pabellón auditivo”, o al menos eso hubiera escrito yo.
Ni tan siquiera los comisionistas y buscavidas varios de alrededor de la plaza insistieron demasiado, y una pesada que quería beberse lo que me quedaba de pepsi, después de mucho insistir vino una especie de mujer policía y la echó de mi lado. No me entendía que era imposible que le diera lo que me quedaba de pepsi, estaba comiéndome una empanadilla que picaba como un demonio y la necesitaba, era una cuestión de supervivencia.
-Venga cari, dale la Pepsi…
-Ni de coña, es mía, si tiene sed que beba agua.
Luego cruzamos a los jardines de enmedio de la plaza y pudimos dormir una siesta en la hierba a la sombra de la gigantesca bandera de la República India.
Una siesta en el centro de Delhi, inaudito. Antes hubiéramos despertado con los zapatos encerados, las orejas relucientes, afeitados y masajeados, sin sarro en los dientes, con diez pulseras y anillos en cada mano, veinte collares, cubiertos de flores, con tres o cuatro billetes de tren en cada mano, y veinticinco curiosos mirando nuestro despertar.
También he notado un abandono de la ropa tradicional por gran parte de sus ciudadanos, la juventud de Delhi no viste como sus mayores, acompañado de una menor agresividad, mayor obesidad –antes costaba ver un gordo por la calle, ahora cuesta no verlos-, e incluso de menos movimientos y ladeamientos de cabeza.
Por otra parte ahora en las películas de Bollywood ahora se enseña muslamen y entreteto sin el más mínimo pudor, el público grita menos a la pantalla, y se pueden ver ya ocasionales y dispersos besos en las más atrevidas. Por no decir que han introducido movimientos del baile occidental en las coreografías, y a veces rapean y hacen de negros malotes. Al regetón, gracias a Vishnú, aún se resisten.
Pero que nadie se desespere, si es tu primera vez será como para mí mi primera vez. No tendrás con que comparar y eso es bueno. Si los hippies levantaran la cabeza…
Pese a todo ello y siguiendo los tan cacareados contrastes que la India posee, grandes partes de la ciudad son exactamente igual que antes. No han cambiado un ápice, ni en forma ni en fondo. Delhi sigue siendo una ciudad trepidante, monstruosa y asombrosa, y muchos de sus barrios tradicionales permanecen exactamente igual, leáse por ejemplo los mercados de Chawdni Chowk y muchos otros barrios.
Old Delhi, resiste.
En otros, aunque sea más sutilmente, basta abrir los ojos para ver que la esencia de la India es mucho más profunda que sus tópicos más conocidos, la India rezuma India por todos sus sentidos. La manera de ser India es indestructible, creo, y se aprecia en cada gesto, en la manera de moverse, de mirar, de hablar, hasta en lo más ínfimo, lo más pequeño, la manera de arrugar la nariz en una conversación entre dos mujeres, la manera de mover ligeramente un brazo. Una occidental jamás moverá su brazo como lo hace una bengalí, y viceversa.
Calcuta, capital de Bengala Occidental.
Por todas partes, también en las zonas más cambiadas, entre sus habitantes más modernos, India huele a India, apesta –en el buen sentido de la palabra, si lo tuviera y si no, me lo invento- a India.
Hasta la libreta donde escribo estas notas es muy india, con sus defectos y medias hojas irregulares de más en dobladillos, apaño que a algunos podría parecer chapucero pero a mí me parece enternecedor, incluso magistral.
El sol es indio, los colores son indios, el polvo, la bruma, el humo, los comisionistas son indios, y el tráfico es muy, pero que muy indio. Las sonrisas y la ayuda prestada también lo son. La mística, la tan comentada espiritualidad india está presente en cada mugrienta esquina, en los más blancos mármoles de cualquier templo. En cada espiral de humo elevada al cielo. En cada pétalo naranja aplastado en el asfalto.
La India es muy india en su machismo recalcitrante, incomparable al de otras regiones del planeta donde hay más fama aún de ello.
Y sigue siendo infierno y paraíso. También purgatorio.
Es india en sus ardillas urbanas, en las higueras que crecen en las fachadas de una finca, entre ladrillos, en sus infinitos cuervos, en sus enormes murciélagos de más de un metro que cada noche salen de alguna parte y a centenares vuelan majestuosos por los cielos naranjas que cubren la India Gate.
India es india hasta en sus mochileros de pantalones cagados y largas rastas, o en sus mujeres mayores occidentales, a medio camino entre la iluminación y la moda.
Delhi puede ser dura para el viajero sólo bajo determinadas circunstancias, y aunque asuste a los primerizos, puede ser un lugar vibrante, colorido y hasta alegre. Basta no morirse de miedo, no visitarla en sus meses más calurosos, y tener un lugar no demasiado cutre donde refugiarse cada noche. Un lugar con sábanas blancas y limpias, y unas paredes que no parezcan la peor celda de castigo de una prisión asiática.
Ahora en Connaught Place hay parejitas de tortolitos que siguen sin besarse abiertamente en público, pero casi. De momento permanecen arrullados en la hierba, muy juntitos, contándose confidencias, y no están casados, y todo el mundo lo sabe, y no pasa nada, esto antes era impensable, y a mí me encanta eso.
En muchos sentidos me gusta más la Delhi de ahora, ya está bien de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay cosas en el pasado que son mejor olvidarlas.
Otras no. ¿Se seguirá gritando a los héroes de las películas con el puño cerrado aullando a la pantalla? No lo sé, pero pienso averiguarlo.
De momento voy en avión hacia Siliguri, donde pienso alquilar una moto para recorrer Sikkim vía Darjeeling, y esta vez no hay ningún señor con bigote que tome prestado mi hombro y lo babee como si fuera su almohada, ante mi tremenda estupefacción.
Aún así, nuestro presidente de gobierno español, ése que tiene cara de haber permanecido demasiado tiempo en la rueda de las reencarnaciones, podría decir perfectamente:
-La India es muy India, y mucha India.