SEUL, OSAKA Y OTRAS CIUDADES EXTREMAS DEL EXTREMO ORIENTE
Nelo | December 30, 2016Las ciudades son libros que se leen con los pies. Quintín Cabrera
Esta vez fue la gran ciudad, tras un par de viajes por el Camino de Santiago e Islandia, nos metimos, con nocturnidad y alevosía en una gran ciudad permanente, Seúl-Busán-Osaka en un viaje urbano continuo de casi tres semanas, con apenas unas escapadas a Nara y Kyoto.
Seúl la nuit.
Ciudades asiáticas del extremo oriente, densas, pobladas, monstruosas, intensas, colmenas verticales, las secuoyas de hormigón del mundo, infinitas horizontales, desiertos de asfalto y neón, el colmo de la artificialidad, hormigueros humanos que la imaginación superada por la realidad, no logra abarcar en su totalidad.
Ríos de gente feliz, desesperada, perdida, enamorada, hundida, estresada, preocupada, aventurera, despreocupada, ilusionada, alelada, obsesa, salida, inerte.
Se admite el adjetivo que se te ocurra.
Borbotones de gente, Dotombori, Osaka, Japón.
Absurdo imaginar las ciudades del extremo oriente como una mancha de aceite de un motor que reventó, esparcida sobre la tierra, al más puro estilo africano, aquí debemos pensar en varios niveles. Si hiciéramos un corte transversal a estas ciudades, veríamos que constan de multitud de alturas, como un trozo de tarta de muchas capas, todas habitadas, todas a tope, surcadas por trenes y coches cruzándose a la vez entre millones y millones de personas.
Desde el puerto de Osaka.
Una estación de metro de un barrio cualquiera puede tener 6 niveles y 14 salidas, y hay cientos de ellas. Una autopista puede cruzar por en medio de un rascacielos. O un extenso y suntuoso complejo de piscinas y aguas termales puede ocupar la planta duodécima de un centro comercial.
El subsuelo tampoco se queda corto. Imaginemos que alguien decidiera vivir sin ver nunca más la luz del sol. En estas mega-ciudades extremas y orientales podría hacerlo. Pero no tan solo sobreviviría, sino que podríamos decir que llevaría una vida bastante entretenida y aceptable. Aquí hay ciudad bajo la ciudad, como si la exterior no fuera aún suficiente en su magnificencia.
El mundo soñado y predicho por el Aviador Dro y Sus Obreros especializados frente a nuestros propios ojos.
Seúl cuenta con 12 millones de habitantes, Busán más 3 y medio, el área metroplitana de Osaka-Kobe-Kyoto 19 millones de habitantes.
Ordenadas, en un increíble milagro de funcionamiento. Movimiento armónico en todo caso. Todo se mueve, pero nada choca. Coreografía improvisada e irrepetible con exactitud, como una huella dactilar, nunca habrá dos iguales.
Pueden provocar una especie embriaguez debida al aturdimiento al recién llegado, de otro tipo de colocón como el que pueda provocar, por ejemplo, el desierto o la montaña, pero los estímulos recibidos al penetrarlas provocan una sensación clara en la boca del estómago, estoy seguro que el pulso se acelera y nuestra respiración se altera.
Nuestros ojos y nuestro cerebro tiene que seleccionar que procesar ante una evidente orgía de estímulos.
Podríamos creer que estamos frente al caos más absoluto. Siempre se habla de él en determinadas grandes ciudades. Pero es tan sólo un espejismo, no existe tal caos, estamos frente al ejemplo perfecto de orden artificial. El no va más de la planificación sintética. La antítesis del caos.
Confundí con estrellas, las luces de neón.
Sabina
Yeonsan, Busán, Corea del Sur.
El neón es el rey. Es el chute que reciben nuestros ojos, en proporciones difíciles de imaginar para el acostumbrado a ciudades occidentales, que nos creemos el colmo de la modernidad, sin darnos cuenta de nuestra menopausia urbana, somos esa cantante pasada de moda en realidad, que ya nadie escucha, un jubilado bailando borracho en una boda de pueblo, se cumple el tópico de Extremo Oriente es el futuro pero ahora, nosotros nos quedamos anticuados, regozándonos en nuestra propia grasa, dormidos en nuestros propios laureles, creyéndonos los mejores, aterrados de reconocer nuestra mediocridad, pintando nuestra frustración en grafitis.
Metro de Roma.
¿En Occidente confundimos histrionismo con alegría?
Puede que nos dé igual porque para ser felices, basta con creernos felices, pero Asia nos tomó la delantera, en la locura también, para lo bueno y para lo malo.
El planeta se va al carajo, sabemos que el planeta se va al carajo, no hacemos nada y nos vamos al carajo.
-Oiga y usted qué prefiere, ¿la ignorancia o la indiferencia?
-Pues verá, ni lo sé, ni me importa.
Y seguimos pisando el acelerador pese a ver la carretera cortada y un enorme precipicio.
Sus olores son otros, los aspiraremos, llenándonos nuestras narices, mientras pasan a nuestro torrente sanguíneo, queramos o no.
La ciudad nos envuelve y es difícil aislarse de ella. Normalmente vas al ritmo que sus habitantes marcan, deprisa si van deprisa, no importa que tengas todo el tiempo del mundo, o casi.
A veces caminamos despacio entre gentes mucho más aceleradas, pero debemos hacerlo adrede, de manera consciente, como en un juego, porque la tendencia natural es ser engullidos por su ritmo.
Otras veces en los cruces donde más gente pasa, nos quedamos parados en medio para sentir todo ese movimiento, es sólo nuestra travesura, que todo dé vueltas a nuestro alrededor.
En algunas partes, como en determinados lugares de la estación de Namba, en Osaka, es como si el viento estuviera formado por gente.
Gente con un destino fijo, pero que lo de verdad hace es dar vueltas, en un intenso bucle diario, un día tras otro. Nos quedamos parados en el ojo del huracán. Todo gira. Elegimos nuestra dirección y nos echamos a las aguas del río turbulento de gentes de ropajes casi siempre oscuros.
La de los ojos marrones quería ciudades, y después de esta sobredosis, en el avión de vuelta habla ya de montañas y campos.
Ese debería ser el vaivén natural, para qué perderse nada. ¿Debería parecernos absurdo el empecinamiento en cualquier sentido? Tanto hacia lo urbano como hacia lo natural, ¿no nos limita nuestro fundamentalismo de gustos?, surgido de la pasión y de todo lo que tú quieras pero radicalismo viajero en todo caso. Frases como “a mí que no me busquen en una gran ciudad” que casi todos hemos pronunciado alguna vez, hacen que perdamos, también las dichas en sentido contrario, “Uy, por allí o por allá no me verás ni loca…”, pues tu te lo pierdes, nena.
Osaka resplandece bajo la luz del día y por la noche es un ente abstracto de luces blancas y naranjas de ambiguas dimensiones.
Sobre la Black Beach en el sur de Islandia, las olas baten, negras de lava, sobre una de las desolaciones más bonitas del planeta.
En medio de cualquier parte en Islandia.
Perderse cualquiera de las dos cosas debería estar penado por la ley.
En realidad, nos falta tiempo. O tan solo saber conformarnos. Cualquiera de las dos cosas..
En todo Japón las obras de las ciudades se tapan con carteles con motivos kawai, muñecos chorras, flores de colores, o cualquier otro motivo de colores pastel y aspecto intencionadamente hortera, entre la multitud camina una chica con paraguas, es diciembre, las ocho de la mañana, no quiere ponerse morena, no lo haría aunque la crucificaran desnuda a pleno sol todo el día en lo alto de la noria del puerto de Osaka, su piel parece marfil, camina a la vera de camiones de intermitentes parlantes, imagino que dicen, cuidado giro a la derecha, o algo así. Se cruza con chico de peto y pelo gris. Tintado.
En los vagones de metro la gente recién levantada, sigue durmiendo, de cara al móvil, algunos llevan una anilla para que no se les caiga de la mano. A veces recorre un sexto nivel del subsuelo como pasa entre rascacielos a la altura del piso 12.
Minifaldas de escolares, algunas recortadas intencionadamente.
La voz en directo del conductor va cantando las paradas con sus conexiones en largas frases protocolarias. Si quisieran pondrían un sistema de grabación automático, ¿será para mantenerlo alerta y pendiente? Silencio total en el vagón, solo se oye el zumbido del propio tren. La gente se refugia tras sus mascarillas y sus teléfonos capados de sonido por ley.
Vida ciudadana: millones de seres viviendo juntos en soledad .
Thoreau
En las paredes de la estación de Namba se anuncia una aplicación para traducir todo lo que oyes al inglés. En las calles aledañas hay chicas que reparten chicles gratis que nadie toma. Las bicis aparcadas llevan un soporte para circular con paraguas en caso de que llueva.
Hasta la`planta 22 del Umeda Sky Building se puede subir gratis, también cruzar por un túnel inclinado de cristal de un rascacielos al otro en una escalera mecánica.
En el ascensor, a la altura del piso 30 la de los ojos marrones me propone una barbaridad, más teniendo en cuenta las cámaras e imposible de transcribir en una mierda de blog de viajes normalito…
Me imagino unos guardas japoneses enfrente de un monitor achinando aún más los ojos y llamando a sus superiores.
La vida es una tómbola, de noche y de día,
la vida es una tómbola, y arriba y arriba
Manu Chao
En una gran cuidad como Osaka puedes diluirte sin dejar rastro, ser invisible, no importa que miles de cámaras te graben, ligero como el éter, puedes llegar a no existir, atar el peso del alma a un globito de helio y soltarlo.
Mientras en un pueblo siempre tienes nombre y apellidos, o al menos sustantivo, forastero, o el que sea, con la consecuente sumisión al guión establecido; en la gran ciudad, puedes reinventarte cada día, o permanecer en la cómoda nada, sin dar cuentas a nadie. Puedes ser solo unos ojos que miran sin apenas ser vistos. Dejar de estar, dejar de ser.
Y esto, según los budistas conduce a la iluminación, como mínimo de neón en este caso, de ahí para delante.
Y para los egoístas, para aquellos que desean ser dejados en paz, al menos, el comienzo de la tranquilidad.
La ciudad infinita permite flotar como en una gran piscina, el anonimato, puede otorgar placentera ingravidez, y si te sientes solo, al menos puedes consolarte viendo miles de personas estando tan solas como tú.
En la desgraciada y bendita soledad compartida existe un consuelo no premeditado y solidario.
Siempre encontrarás alguien más jodido que tú.
Las ciudades son el abismo de la especie humana.
Rosseau
Tren nocturno viernes noche, tufo etílico en el interior de todos los vagones, ojos rasgados sobre un mar vertical de ventanas iluminadas aleatoriamente.
Estaciones con piar de pajaritos en sus altavoces. Grabados. Pajaritos grabados.
Más allá oscuridad naranja.
Próxima estación: Esperanza.