CHINA EN UNA MOTO GAY
Nelo | May 9, 2018ALQUILAR UNA MOTO EN YANGSHUO, CHINA
Allá por el año 87, antes de cumplir los 18, ya conducía una Ducati que triplicaba mi peso, de ésas cuyo retroceso de la palanca de arranque podía partirte una pierna en dos y que sonaba exactamente igual que un helicóptero. No era grave, entonces no estaba todo el mundo paranoico con la seguridad ni nos habían legislado y legislado hasta el perineo.
A los 19 me compré una moto que hacía esconderse a mi abuela cuando me veía aparecer por la esquina de mi calle, y yo iba directo hacia ella, pobrecita, y la rodeaba dándole vueltas y vueltas porque me gustaban mucho las pelis de los macarras en moto.
A los 21 aceleraba enrabietado por toda Europa en una superdeportiva capaz de batirse en duelo con cualquier otra moto o coche por muy caro que fuera, buscando las cosquillas en las autopistas sin límites de Alemania a todos los pringados que iban en Mercedes, Bmw o Porsche.
Porque los moteros siempre hemos pensado que los que vais en coche sois unos pringados. Que lo sepáis.
Hoy en día tengo dos Kawasakis en el garaje con más caballos que la feria de abril de Sevilla, dos malas bestias viejas y gordas, anacrónicas, que me dan más penas que alegrías, aunque nos permiten de vez en cuando dar una vuelta. A la de los ojos marrones le gusta la gasolina.
Incluso hace tan solo dos meses antes de este viaje a China, pasé casi dos semanas recorriendo las montañas del Himalaya y el norte de la India en una fantástica Royal Enfield 500, petardeante y poderosa.
Royal Enfield, “made like a gun”. Puro sabor.
Pero hoy voy a destrozar mi imagen de motero de larga distancia que se alimenta de los mosquitos estampados contra el carenado, capaz de cocinar el cuero de sus propias botas en caso de necesidad.
Hoy voy a subirme a una moto eléctrica, y de Hello Kitty.
Yo no soy homófobo, en realidad soy anti-homófobos, soy muy intransigente con la intransigencia, pero ¡es que mirad que moto me han dado! ¿Cómo llamarla?
Y la siguiente fue peor:
Años de carretera para acabar así.
Sin profundizar demasiado, en China es bastante fácil sentirte ridículo porque digamos que tienen conceptos estéticos diferentes y unos márgenes muy amplios para lo que en occidente llamamos poca vergüenza.
De hecho empezamos jugando fuerte con un tándem.
Un tándem como este anda a mitad camino entre lo irrisorio y lo bochornoso. Quizá más escorado hacia lo último. El caso es que encontramos cierto placer en hacer el ridículo, porque al fin y al cabo es divertido. ¿Deberíamos preocuparnos?
Pero la cosa no terminó aquí, aún hay más.
¿Allá donde fueres, haz lo que vieres? ¿Estáis seguros? Yo creo que no siempre. ¿Y la dignidad?
Aquí con una scooter que también alquilamos en Yangshuo. Vernos me resulta bastante impactante, pero es que ellos tampoco se quedan cortos, mirad:
Felicidades chaval, ella debe quererte mucho…
Que sea eléctrica, dado los tiempos que corren, todavía tiene un pase, aunque yo fuera, como cualquiera que en aquellos tiempos tenía un poco de orgullo, de los que ponían un tubarro a la Vespino o a la Derbi de turno para que las chicas del barrio, y mi madre desde casa, supieran por donde andaba.
Nunca impresioné a ninguna de las chicas a quien iba dirigido semejante estruendo y no fue hasta cuando tuve motos bastante más gordas cuando las chicas empezaron a decirme que les gustaba mi tubarro y a hacerme caso.
No sé cómo, en el presente he cambiado lo suficiente para que acelerar una moto eléctrica y no oír nada me parezca incluso armonioso, sobretodo si como es el caso, el viaje transcurre por regiones verdes, rurales y calmadas del sur de China.
Una de estas motos te permite ir escuchando el canto de los pajaritos y hasta el fluir cadencioso de las aguas de los ríos mientras conduces por sus riberas.
Información práctica.
Cuando te planteas un viaje en moto por China en todas partes te dicen que es ilegal porque no se acepta el permiso internacional de conducir y para sacarse el chino tienes que ser residente y aún así es muy complicado.
Pese a ello quedan lugares como Yangshuo, en los que no sé por cuanto tiempo -ahora es enero 2018-, en los que no hay ningún problema.
El proceso es muy sencillo, te plantas allí, pagas el alquiler y a conducir. Yangshuo está plagada de sitios donde alquilar motos y bicis, sus precios son 50 yuanes al día por una moto eléctrica y 100 por una scooter de gasolina. Las bicicletas cuestan entre 20 y 30 yuanes/día.
50 yuanes son poco más de 6 euros.
Rápido y fácil, sin carnet, sin depósito, sin problemas.
Cuando atraviesas pueblos en moto eléctrica puedes escuchar las conversaciones de la gente, lástima que sean en cantonés y no entienda ni torta, sino este blog sería la ostia.
Aunque no entenderlas no significa que no las disfrute, es como esas canciones en inglés que no entendemos pero alucinamos con ellas, cantándolas hasta desgañitarnos.
“Esmooouk on the water, and falla in the skay” o “Imayin ol the pipol, sharing ol the world, uu juuu”
Esto es innegable, a la gente nos gustan cosas aunque no las entendamos y esto mismo puede suceder con China.
Nos regalaban el niño, pero se siente, a lo hecho, pecho.
Además, y una vez más, no es tan terrible el dragón como lo pintan. China, comparado con gran parte de lo que puedes llegar a leer sobre ella antes de partir, es un país fácil.
Sí, fácil, con todas sus letras. Cada uno cuenta según le va pero a nosotros el sur de China nos ha parecido un lugar (un enorme lugar) sencillo y relativamente cómodo de recorrer, y los chinos, unas personas simpáticas y empáticas, modernas y educadas –excepto en el esputo, pero claro, escupir también es cuestión de educación, si no está mal, no está mal- y siempre dispuestas a ayudar y a sacarte de un apuro. En un grado mucho mayor que en el llamado occidente.
A mí me gustan los chinos mucho más que sus motos eléctricas.
¡Vamos, todo el mundo a bailar! o mejor aún, ¿por qué no nos hacemos unos goteros?
El problema de las motos es que su batería no dura más de 30 kilómetros. Por lo que si se tiene que regresar al punto de origen conviene darse la vuelta en el kilómetro 15, no como nosotros, que nos alejamos de Yangshuo treinta kilómetros, hasta que el indicador de batería, igual que el del teléfono, empezó a parpadear hasta quedarnos tirados.
-Carino, necesitamos un enfuche.- Sólo naranjos alrededor de una vieja carretera bacheada en medio de ¿dónde estamos?
Comprobado, estos engendros no andan bien fuera de asfalto.
Lo mejor que te puede pasar como viajero es quedarte tirado en el corazón de un país lejano y extraño porque te permite conocer a sus gentes. Las vicisitudes hacen que un país te agarre del cuello y te sacuda, por no usar términos más groseros.
En China no nos ha podido ir mejor. En la primera casa donde preguntamos –preguntar es un eufemismo, tan solo me planté allí con el enchufe en la mano y sonrisa primaveral- nos dijeron que sí y no nos quisieron cobrar nada. En total les chupamos una hora de luz.
Somos como vampiros eléctricos.
La electricidad en China es muy barata, no como la de España, porque aquí tenemos que pagar las putas de lujo, las mansiones horteras y los coches de precios inmorales a los de los consejos de administración de las eléctricas, los mismos que formaron y formarán gobierno. Un gobierno que impedirá a toda costa quedarse sin su pastel. Pero tranquilo/a, no pasa nada, que vivimos en democracia y somos superguays.
Después de estar enchufados una hora hacemos tres kilómetros más y nos paramos a comer en un chiringuito familiar y espartano donde también nos echan un cable.
Y pasó otra hora mientras sorbíamos unos tallarines picantes de poco más de un euro.
Después de dos horas de recarga en total creíamos haber acumulado la suficiente energía como para volver a Yangshuo, distante unos 30 kilómetros, pero no fue así. A los cinco kilómetros ya estábamos empujando la moto por unas cuestas de infarto y haciendo señas a los pocos vehículos que pasaban. Paró el segundo, una minifurgoneta que no dudó en subir la moto o el engendro, por llamarlo de alguna manera que no ofenda al lector, a su vehículo.
El problema, o más bien los problemas, eran dos. El primero era que el conductor no iba a Yangshuo, siendo ésta la única palabra en común que teníamos con él. Y el segundo que la furgoneta iba tan cargada que no cabía la moto.
El primer problema lo solucionó el chaval llevándonos hasta la misma puerta de nuestro hostal en Yangshuo. Son las ventajas de no entenderse.
El segundo problema lo solucioné yo aguantando la mitad de la moto fuera de la furgoneta con todas mis fuerzas, mientras íbamos dando saltos por aquella maldita comarcal destruida mientras imaginaba aterrado el momento en que la moto se escurriría de mis manos y pegara cuatro o cinco vueltas de campana destrozándose contra el asfalto, y lo que yo le iba a decir al dueño del hostal cuando le devolviera a Hello Kitty a pedacitos.
Esa misma mañana le había preguntado:
-¿Qué ocurre si tenemos un accidente y rompemos la moto?
-Pues os tendríais que quedar aquí trabajando hasta pagar sus daños -Me dijo sonriendo y ¿medio en broma?
Y todos sabemos como trabajan los chinos.
Aguanté mejor después de descargar parte de la mercancía y romper el espejo retrovisor para recolocar la moto y también mis vértebras magulladas en una posición dantesca continuada.
Mientras la de los ojos marrones, sentada delante en el asiento del copiloto, trataba de ser simpática con el conductor y darle cháchara. No entendió nada de lo que le decíamos, incluso el universal método de decir nuestro nombre mientras te palmeas el pecho y luego preguntarle el suyo no funcionó. No hubo manera y por la cara que ponía debió pensar que estábamos locos.
Todo terminó bien, siempre le estaré agradecido, y aun a sabiendas que los chinos no se abrazan, a este tipo si que le dimos un abrazo.
Compramos otro espejo retrovisor casi igual en una tienda, y aunque la moto quedó como uno de esos perros a los que no se les planta una oreja, al dueño le sirvió.
No fue hasta el día siguiente cuando al alquilar un scooter de gasolina, también nos volvimos en motocarro al hostal, después de quedarnos tirados en plena noche a 15 kilómetros de nuestro destino en medio de la enorme autopista que une Guilin con Yangshuo.
El panorama era desolador, tirados en una autopista en plena oscuridad, lejos de todo, en alguna parte del sur de China. Sólo camiones rugientes nos iluminaban.
-La volvimos a cagar, nena.
Pero eso es otra historia. Otra historia para no dormir. Ya te la contaré, si quieres.