CHINA EN AUTOBÚS, DE GUILIN A FENGHUANG
Nelo | December 25, 2018Comprar un billete de autobús o de tren en China es tan fácil como ir hasta una estación y comprarlo, pero las ciudades medianas chinas como Guilin, de casi cinco millones de habitantes, siempre cuentan con varias estaciones de autobuses y de tren.
Guiyang. Las estaciones de tren en China me parecen grandes templos new age, como gigantescas pagodas espacio-temporales.
No es buena idea confiar en ellas para dormir si hace mucho frío, no se mantienen calientes, al menos en el sur.
Los viajeros que no sepan chino y que quieran seguir su viaje, tendrán que desplazarse de unas a otras con un papelito con el nombre de su destino escrito en chino arrugado entre sus manos, que irán mostrando como analfabetos que son. De esa forma avanzarán de una a otra, en metro o en taxi, como amnésicos a los que se les colgó un cartel con su dirección para que no perderse.
El móvil, nuestro altar particular, también sirve.
Algunos taxistas lo saben y esperan dentro de la estación de autobuses potenciales pueblerinos, paletos, u occidentales, a los que poder pegarles una buena clavada. Me encanta preguntar el precio, poner una mueca y hacerme el interesante mientras los ignoro camino de la puerta de la estación. Es mi venganza por su picaresca. Por eso no se debería tomar jamás un taxi que espere dentro de una estación china. Se sale fuera, se camina cien metros, y se busca uno que esté circulando.
Para leer la información sobre nuestro tren no hace falta saber chino. Tenemos un número de tren que aparece en nuestro billete y en el panel. Una hora que se escribe igual en todo el mundo, y finalmente unos números que indican el andén donde llegará. Ya está todo listo, lo demás qué nos importa…
También es posible que os encontremos con una escala de varias horas en una ciudad desconocida que ni tan siquiera seamos capaces de pronunciar correctamente. Saldremos de la estación y nos encontraremos esto:
Son las dos de la mañana, hace 5º bajo cero, resbalas en el hielo y te das una hostia.
Como en cada viaje: ¡No sin mi herida!
Y te quedas desangelado, pero lo que no sabes es que, como en cualquier parte del mundo, las casas de enfrente de la estación van a ser alojamientos baratos. No importa si están a tres kilómetros porque esto es China y las dimensiones son otras, tampoco que sean rascacielos.
Rascacielos con ascensores de madera.
Nuestro ascensor de chapa en Guiyang. Al piso 23 por favor. ¿Seguro?
En todas las ciudades chinas, enfrente de su estación hay siempre alojamiento barato tipo las Chungking Mansions de Hong Kong. Tu instinto te encamina hacia ellos y consigues una cutre-habitación por unos 10 euros para dos personas.
Tienes que salirte fuera para poder hacerle una foto si quieres que salga entera, y en el cajón de la mesita de noche hay unas bragas sucias de no se sabe quién, pero todo eso a quién le importa. Duermes ahí, o lo que sea.
Pero eso será a la vuelta. A la ida haremos Guilin-Fenghuang en autobús. No nos detendremos en Guilin, lo que vemos de ella comparada con Yangshuo me parece horrorosa, gris, anodina, sucia, vital e interesante.
No pasaría en ella mi luna de miel, pero sin duda viviría aquí una temporada. Desgranando su exótica fealdad, me gusta la realidad en vena, sin aditivos. Dame veneno que quiero morir.
3, 2, 1…
No hemos visitado su centro y tan solo hemos dado vueltas por su periferia, pero dicen que Guilin significa “bosque de laureles” y quien, como nosotros, solo viaje de una estación a otra o por sus circunvalaciones, no encontrará más bosques que los sempiternos edificios chinos grises.
Afueras de Guilin.
Llamar a Guilin bosque de laureles es como llamar a Madrid prado de primavera, a Frankfurt la perla del Caribe germano, o a Calcuta el reino del silencio.
El único autobús diario directo de Guilin a Fenghuang sale con cinco minutos de retraso pasadas las once de la mañana. Lo hace desde la estación de autobuses Guilin Quintan, tarda unas 6 horas en cubrir los 360 kilómetros de distancia y cuesta algo menos de 20 euros. En invierno la línea puede suspenderse.
Está claro: Fenghuang.
Todavía no lo sabemos pero será el último autobús de la temporada, al día siguiente caerán unas heladas que paralizarán el centro-sur de China y el servicio se suspenderá el resto del invierno, dejándonos atrapados y obligándonos a una gincana de taxis, trenes y ciudades desconocidas de suelos deslizantes –será en Guiyang donde probaré el hielo de cerca y me llevaré la cicatriz que luzco orgulloso- para conseguir tomar el vuelo de vuelta desde Hong Kong.
A la vuelta no fue fácil salir de Fenghuang por culpa del hielo.
Dejamos Guilin poco a poco entre un tráfico denso y pastoso. Tienen razón todos aquellos que cuentan que para visitar las montañas kársticas de la región de Guanxi es mejor Yangshuo que Guilin.
Montañas kársticas de Yangshuo.
Las primeras de las seis horas que dicen que dura el viaje entre Gulin y Fenghuang transcurren por montañas mucho más parecidas a las de nuestros sistemas ibéricos de lo que podríamos suponer. Una gran autopista las atraviesa en línea recta en un entramado de puentes y túneles interminable. Se pueden ver pueblos de tejados metálicos azules, el color de las casas se divide a medias entre el blanco y el del hormigón. Nubes, niebla y lluvia fina amenizan el camino.
Las montañas son verdes incluso ahora en pleno invierno, parte de sus bosques son repoblaciones, se nota porque la naturaleza no repuebla con tiralíneas, demostrando así que no dejan de estar explotados y habitados.
De vez en cuando, casas viejas de madera aisladas en el bosque, con formas que si cuadran con la idea de lo que el viajero pudiera tener sobre China.
Fenghuang también cumple con esa idea preconcebida.
E incluso revolcándose en su propio exotismo la sobrepasa.
Pero aún no hemos llegado.
Grandes haciendas con cultivos en terrenos ganados al bosque que no dejan de evocar un pasado desconocido pero imaginable en la fantasía del viajero de turno.
Épocas sin duda más convulsas que ésta última por muy acelerada que parezca. Nacimientos, fallecimientos, hambrunas, arengas, guerras, cambios políticos, sexo de todo tipo y a mansalva en sus diferentes estancias y habitaciones, pasiones y frustraciones, problemas irresolubles en su momento que el tiempo demostró su levedad, su insignificancia hasta hacerlos desaparecer en el opaco y profundo olvido.
Vidas y vidas disueltas hoy bajo los pilares de una gran autopista, sólo el eco del pasado entre las viejas vigas de madera ahogado por el paso de la rodante modernidad.
¿Por qué mostrar fotos perfectas de un mundo imperfecto? Las cosas como son.
Hay tantos túneles que se hace complicado tomar notas en la libreta. Que el autobús carezca de suspensión trasera no ayuda a ello. Cuando viajo con la de los ojos marrones aprovecho cualquier trayecto para escribir algo, antes lo hacía en las habitaciones de los hostales y hoteles, pero ahora me mantiene en ellas casi permanentemente ocupado y además también tengo que dormir algo.
Campos de cultivo en terrazas, líneas de alta tensión, ríos caudalosos en el fondo de los valles. La de los ojos marrones despierta de su letargo transportado y me dice:
-Estas montañas ya son “normales”- Y tiene razón. Se acabó de momento el exotismo de las montañas de Yangshuo, podríamos estar atravesando la Serranía de Cuenca perfectamente.
Un mochilero occidental ocupa la parte trasera del autobús. Me recuerda a mí mismo cuando viajo en solitario. Se lo digo a la de los ojos marrones:
-Yo siempre elegía la última fila de asientos para si me daba sueño poder estirarme y dormir.
A los pocos minutos es precisamente lo que hace. Lo conoceremos más adelante y compartiremos taxi con él desde la estación de autobuses hasta nuestros alojamientos en Fenghuang. Es un belga de origen armenio, estudia en Shangai y habla chino con una fluidez sorprendente.
En los asientos delanteros una pareja de chinos aprovecha el vaho de los cristales de su ventanilla para dibujar un corazón atravesado por una flecha. Se acurruca la una en el otro, deben tener la misma edad pero él parece mayor y ella casi una niña.
Ella no deja de mirarme y yo le hago una foto.
¿Globalización del amor? ¿Conocería la China del pasado el símbolo del corazón?
El paisaje se abre un poco tras cuatro horas de túneles y puentes que nos adentran en la provincia de Hunan. Sigue siendo montañero, pero no tan abrupto.
Los demás pasajeros dormitan. Varios cubos de plástico que alguna vez contuvieron pintura se distribuyen a lo largo del pasillo a modo de papeleras. Huele a humo de cigarrillo, es del chófer. Se escucha una telenovela en chino que alguien pone a todo volumen en su teléfono sin auriculares. La ausencia de amortiguadores traseros hace que el bus no deje de vibrar como un sillón de ésos que dan masajes.
Papeleras improvisadas.
En algunos sitios he leído que los chinos son fríos y poco amistosos, y me parece una de tantas estupideces que se dicen hoy en día, no hemos encontrado más que sonrisas, buen rollo y personas que nos han sacado de un apuro en los momentos más comprometidos.
Los chinos son buena gente en general, y tan o incluso más comunicativos que otros pueblos repartidos por la gran roca rodante.
Nos han invitado a cenar en un restaurante y a comer en una boda, y nos han subido la moto averiada a remolques y camiones en más de una ocasión, sin querernos cobrar nada.
Han hecho grandes desvíos en sus itinerarios para acercarnos a donde queríamos llegar. No ha habido día en el que faltaran las sonrisas, y no dudan en pararse el tiempo que haga falta para sacarte de dudas. Responden a las preguntas que se les plantea y si no saben, buscan a alguien que sepa. Son tan curiosos, discretos y educados como en cualquier otra parte del mundo donde sí lo sean.
La noche en Fenghuang.
Me planteo si los que escribieron los tópicos negativos con los que se embadurna a los chinos tuvieron mala suerte o tal vez estuvieron en otras partes del gran país de carácter diferente.
Quizá fue su karma, o que no han viajado lo suficiente, o que tuvieron mala suerte, o pisaron otras zonas. Eso o quizá sea, que a mí me dura aún el efecto de todas las sustancias psicotrópicas que tomé cuando aún me crecía pelo donde me tenía que crecer y no al revés, y me creo que todo el mundo es bueno.