BUENOS AIRES. EL VIEJO EXILIADO. MEMORIAS DE VIAJE
Nelo | February 27, 2015Rafael Perán después de salvar la vida de un tal Manolito tras un bombardeo en el Portillo de Buñol -por lo que ese día le dieron doble ración de rancho- y de vete tú a saber cuántas vicisitudes más, no consiguió sacudirse su estigma de republicano en una España franquista, y en 1951 se embarcó rumbo a un país desconocido, ajeno, extraño.
Con una mano delante y otra detrás. Como la mayoría de los emigrantes de todas partes y de todos los tiempos a sus espaldas llevaba hambre, represión y miseria, y por delante sólo esperanza y unas manos vacías. O sea, suficiente.
No sólo lo esperaba una ciudad vibrante y populosa, que lo adoptaría el resto de su vida, le quitaría el hambre, y le daría color y calor hasta que esta urbe, y todo el país, fuera atrapado por tiempos muy duros y oscuros, sino que sin ninguno de los dos saberlo también lo esperaba Mirta Lombardi, hija de un autobusero que conducía el 60 por Callao en un permanente bucle espacio-temporal.
Tuvo suerte ese gallego. Yo me los encontré cuarenta y ocho años después en un bar de una bocacalle entre Belgrano e Independencia, en mi primera y soleada mañana en un continente americano del que apenas sabía nada y acompañado solamente por mi vieja, mugrienta e inseparable mochila, que descansaba de un exceso de horas de vuelo transatlántico en un hostal de San Telmo.
Aquí ando descansando en el hostal. San Telmo, Marzo 1999 ¿Dónde estabas tú?
No regresaron a España hasta el año de la muerte del dictador, recordaban escenas valencianas de aquel viaje, e incluso, él se atrevió a hablarme en valenciano con un acento porteño arraigado a su persona, imposible de domesticar, delator de todos y cada uno de los kilómetros que habían pasado por él. De todos sus años vividos. De su nueva patria.
Porque los argentinos, a diferencia de los españoles, son muy patriotas.
Me dieron algunos consejos sobre la ciudad, que andaba llorando asfixiada y agobiada en una paridad dólar-peso artificial y difícil de soportar para sus numerosos habitantes. Me dieron su número de teléfono –para lo que haga falta, paisano- y me pagaron la pepsi; pero sobretodo, me dieron tal cariño, que cuando los vi alejarse por la avenida Belgrano, tan viejos, tan juntos, con las manos agarradas y brillándoles los ojos, me di cuenta que los admiraba.
Me quedé mirando mientras caminaban alejándose de mí y la ciudad se me hizo tan vieja como ellos. En caso de envejecer, siempre pensé en hacerlo en alguna montaña, pero al verlos a ellos, me pareció que la capital argentina no había sido un mal lugar para ellos. Pese a todo.
Hace 17 años de esto, no sé si aún estarán por allí. Eran muy mayores y el tiempo pasa como un huracán, yo mismo tampoco estoy ya por allá. Pero en Buenos Aires todavía hay viejos de cabello plateado que enamorados pasean de la mano, y viajeros ignorantes y decididos que llegan una soleada mañana a la capital sin saber que les espera. Y los ven pasar.
Tal vez se encuentren, tal vez dialoguen, tal vez todo pase una y otra vez. En realidad nos podemos ir al carajo todos, ¡no importa! Todo empezará una vez más.
Año 2516, un mochilero alzará su dedo en una carretera patagónica esperando que la próxima nave lo levante. Tal vez se dirija a la megaciudad de El Bolsón. Mientras espera se preguntará cómo fue la gente que estuvo por estas tierras hace quinientos años. Al igual que nos lo preguntamos hoy en día. The song remain the same.
Más tarde vinieron las chicas, estaban por todas partes. De eso no me advirtió el viejo exiliado enamorado, aunque por como miraba a su Mirta debí de haberme dado cuenta. A mí lo que me habían dicho es que en esta ciudad esto ocurría con las librerías y los psicoanalistas, que estaban por todas partes.
Pero nadie me había dicho que Buenos Aires registraba una densidad tan alta y exagerada de chicas guapas, una de las más altas del planeta. Intenté ser imparcial, quitarme de encima mi mente febril y calenturienta pero acabé pensando cual es la razón, genética, geográfica, ambiental o alimentaria, para que esto ocurra.
Es cierto que venía del invierno y aquí era verano, además había pasado unos meses en el Sahara donde van muy tapaditas, y estaba últimamente demasiado metido en camiones que siempre se dirigían a alguna parte pero nunca estaban en ninguna, pero no encontré razón alguna para la marea de belleza extrema, frenesí de feromonas y libido desatado que encontraba en esta ciudad.
“En Buenos Aires tengo más de lo que quiero, pero lo que quiero nadie me lo da”
¿Me pasará cómo a Rafael Perán y me estará esperando mi Mirta?
¿O al menos una Mirta más –cómo lo diría- temporal, provisional?
¿Qué le pasará a este valenciano –bueno allá era gallego, ya sabéis- hasta que llegue a Ushuaia sangrándole los oídos y acabe medio muerto en una habitación de un hostal en la llamada ciudad del fin del mundo?
Quién quiera saberlo tendrá que estar atento y seguir leyendo este viaje.