DÍAS DE PAZ EN ALEPO
Nelo | June 26, 2014Nota más o menos actualizada del autor:
Qué frívolo parece escribir sobre Alepo como aquí lo hago con la que está cayendo, pero cuando estuve allí, así era Siria. Creo necesario dejar bien claro la naturaleza de una gente educada y pacífica, un país maravilloso con el viajero, probablemente el mejor que he visitado en mi vida.
El futuro y una serie de malnacidos desde sus lujosas poltronas decidieron destruirlo, y como tantas veces a lo largo de su historia, espero, fervientemente, que resurja de sus cenizas una vez más.
ANTES:
AHORA:
Sin comentarios, esto es lo que escribí sobre el Alepo que conocí una semana antes de la guerra:
Me deja el autobús en el centro de Alepo un viernes por la tarde.
No tengo libras sirias, las busco inútilmente pues está todo cerrado, también doy una gran vuelta buscando un hostal mochilero en concreto y resulta que estaba a dos minutos de donde me dejó el autobús. Mientras lo busco un vendedor me regala una rosquilla del montón que estaba mirando, porque sí, por la cara, sonriendo sin esperar nada más, detallazo propio de países musulmanes, le doy las gracias y me voy, me miro en un escaparate cercano, ¿tendré cara de hambriento?
Esa misma tarde, mientras pregunto la dirección del hostal me doy cuenta de la exquisita amabilidad y educación de los sirios.
Cuando se pregunta algo, lo más seguro es ser acompañado un buen trozo o incluso todo el camino hasta llegar al destino.
Así conozco a Jamal, es un hombre maduro, con gorra parisina, perilla y todo el aspecto de un intelectual o escritor, me acompaña hasta la puerta del hostal dándome conversación, centrada en una bebida alcohólica de origen español de color rojo que tomó anoche y que al parecer no es vino, imagino que será sangría. Me da su teléfono y me dice que si quiero puedo llamarle para salir a cenar a un sitio bueno y barato. No lo haré, hoy en día me arrepiento, parecía un buen tipo, me habría contado un montón de cosas interesantes, pero no sé porque esos días me apetecía estar solo.
Cuando viajo intento no tener reglas- excepto las que atañen a la propia supervivencia, por supuesto-, ni tampoco método, y muchas veces ni tan siquiera lógica.
Ya tengo que aguantar de todo eso en demasía en mi vida no viajera. Puedo pasar de puntillas por varios países moviéndome rápido, puedo quedarme tiempo en algún sitio si se me antoja, a veces quiero estar solo y en otras ocasiones acompañado, no le debo en este sentido nada a nadie, ni tengo porque dar explicaciones a nadie excepto a mí mismo, y muchas veces ni me las pido. Soy egoísta, de acuerdo, individualista, no voy a discutirlo, me gustaría que todo fuera idílico y maravilloso pero no quiero salvar el mundo ni a casi nadie, me bastaría con verlo, tengo bastante con salvarme de arder en cualquier infierno y seguir respirando.
Los no iniciados en los viajes en solitario deberían saber –los otros ya lo saben- que se sale de casa solo pero luego no se está solo si uno no quiere. Oportunidades de viajar acompañado saldrán continuamente durante y a lo largo de todo el periplo. Más, cuanto más joven se es. No me refiero a ligues únicamente, ocasionales o no, hablo de compañeros eventuales que la mayoría de las veces serán otros viajeros en solitario. Se encontrarán a patadas, a montones, no sé muy bien por qué, tal vez porque somos muchos haciendo lo mismo.
Para viajar en solitario y en soledad, hay que tener una verdadera intención de hacerlo porque las inercias naturales van justo en el sentido contrario.
Si uno al viajar no busca expresamente el conocimiento del país, conocimiento que siempre será superfluo, a menos que se resida años –será superfluo pero a años luz de cualquiera que no haya estado allí-, si uno al viajar no busca hacer amigos ni conocer otras culturas, cosas que vendrán por añadidura, si uno al viajar consigue no pretender crecer, no pretender nada, excepto dejarse mecer por el movimiento, adorar el movimiento, vivir el movimiento, entonces tendrá que ir solo y en solitario. Cada cual lleva su ritmo.
Lo demás es darse una vuelta con la pareja o con los amigos, cosa que no está nada mal ni mucho menos, pero no nos engañemos, no es lo mismo.
El hostal que elijo en Aleppo es el más conocido, el Spring Flower Hostel.
Sólo tiene de bonito el nombre.
Bueno, también en cuanto a decoración es espectacular, sobre todo porque como buena casa árabe, desde fuera no parece que vaya a ser así.
Al entrar los chavales de allí se quedan a cuadros y no saben darme una habitación pues no me entienden en ningún idioma. Esto no es ningún problema, incluso en algunos sitios está bien pues es indicativo de zona poco turística, pero aquí, en un hostal con tanta solera como este, sólo puede significar una cosa, cambia a menudo de personal y paga poco porque ni busca gente que tenga algo de idea de cómo comunicarse con los huéspedes. No hace falta un idioma común para la comunicación solo voluntad y una pizca de experiencia.
El manager, así lo llaman, no está.
– No, lo que yo quiero saber es cuánto vale una cama en un dormitorio y cuánto vale una habitación para mí solo. Los precios, por favor.
A duras penas consigo hacerme entender. Luego subo a la terraza cubierta donde hay varios occidentales. Dos de ellos mantienen la típica y cansina conversación sobre lo mal que habla la gente en inglés. Estos hijos de la gran Bretaña en vez de agradecer que alguien haga un esfuerzo fuera de su honorable lengua materna para hablar su esperpéntico idioma lo critican quejándose del bajo nivel que encuentran. Desde luego no les digo nada en mi inglés macarrónico, y me siento más cerca de los empleados que no saben un pijo de inglés.
Quiero cambiar dinero, aquí pone que se cambia dinero, que tengo que esperar al manager que está fuera, que vale que lo espero, que no he comido nada en todo el día y necesito cambiar dinero para comer algo, qué ya me avisarán. Al rato me dicen que ya ha llegado el manager, subo a donde me dicen y me sientan diciéndome que el manager se ha puesto a cenar y que debo esperar a que termine. El manager debe de ser un aristócrata y no puede hacer dos cosas a la vez. Hay gente a la que no le gusta ser molestada mientras comen. No pasa nada, primero el manager después los clientes. Pasa una hora y el manager no termina. Con un poco de suerte igual hasta revienta de tanto comer. Yo cada vez estoy de mejor humor, las tripas me suenan, llevo en todo el día un pastelito y una rosquilla, y al otro lado de la puerta hay un manager comiendo hasta hartarse. El currante se da cuenta de la situación y entra volviendo a salir con el dinero.
Salgo a comer un kebab de falafel, un vaso de yogurt y una especie de pizza con tomate. Delante de mí se planta un hombre sin decir nada, me mira fijamente, pido otro kebab y otro yogurt para él, se lo come en silencio y cuando termina hace lo mismo con otro tipo.
Como deprisa y con ansia. Al día siguiente lo pagaré.
Regreso al hotel, después miró por la tele las espectaculares y temibles imágenes de un gran tsunami que devasta parte de Japón, en la sala hay japoneses, las imágenes son dantescas, los japoneses ni se inmutan, como si estuvieran viendo el tiempo del fin de semana. Desde luego les han enseñado de manera efectiva que no deben mostrar sus sentimientos.
Decido coger un libro sobre Siria de una estantería cerrada bajo llave. Debo pagar un depósito con el doble de lo que vale la habitación para hojear un libro. Por la seguridad del libro, me dicen.
-No, no, verás es que no voy a llevarme el libro, lo voy a leer aquí mismo- señalo la mesa-, y enseguida lo devuelvo.
-Eh, oh, lo siento, pero por la seguridad del libro debe pagar depósito.
Vamos a ver si el libro corre peligro y necesita seguridad es que soy peligroso. Qué buen rollito, qué bien, eso es lo que yo llamo hacerte sentir como en casa.
Trago y como no tengo lo que me pide en libras sirias le doy veinte euros al manager y desaparece.
A la media hora ya he sacado toda la información que necesito del libro, quiero devolverlo y quiero mi depósito después de que comprueben que no he usado ninguna de sus hojas para ir al baño ni nada por el estilo.
-El libro está a salvo, dame mi dinero por favor.
Uso el inglés. El chavalín no me entiende.
– Yo libro, tú dinero, ¿okey?- Parezco “Pepe vente a Alemania”
Paso al árabe. Más o menos.
Nada.
Me mira con cara de gilipollas. Tengo el libro en las manos, él conoce la historia pues ya estaba antes cuando lo cogí.
Uso el casi universal lenguaje de gestos.
Nada.
Paso al puro español:
-Oye colega, ¿te estás quedando conmigo? ¿Me estás vacilando? Mira que estoy muy loco…
Me mira, se mira las manos, mira el libro y suelta:
-Ah el dinero, el libro.
Ahora sí lo ha entendido.
Allah ilaha ilalá.- Yo recito la sahada, la declaración de fe musulmana, en este caso usado como un ¡aleluya! cristiano.
-El manager se ha ido- me dice.
– Bien, por mí como si no vuelve, ¿y el depósito?
– El depósito se ha ido con el manager.
Me lo imagino con mis veinte euros y con lo que les ha sacado a los japoneses que vegetan por el hostal en algún club de preciosas bailarinas rusas de la ciudad.
Al día siguiente en cuanto me despierto me marcho a buscar otro hotel. Con mis veinte euros en el bolsillo, eso sí, y despidiéndome a la francesa.
En ningún idioma.