KIEV. UNA NOCHE EN LA ÓPERA
Nelo | August 15, 2019Bienvenidos a este artículo sobre nuestra visita a la Ópera Nacional de Ucrania, me encanta estés por aquí, en especial si todavía te quedaron ánimos después de leer la Anti-guía de Kiev, lo cual quiere decir que tienes valor y que vas a ser recompensada con otro post escrito desde la más burda sinceridad que me hará quedar como un pelele. Una vez más.
No importa, sigamos adelante.
Ayer por la tarde fue la primera vez que asistí a una ópera, aunque debo confesar que, a pesar de un padre que me intentó educar en la música clásica y al que le salí punk-rocker, no llegué demasiado convencido, porque sufrí durante años a un vecino cantante de ópera el cual ensayaba en su casa, separada de la mía por paredes tan finas que parecía que lo tenía dentro de mi cuarto. Y lo peor, no lo hacía con canciones enteras, que aún tira que te va, sino que repetía el mismo trocito una y otra vez hasta dejarme impotente emocional y físicamente, arrojándome hacia el odio más absoluto a su persona y a este género musical, y mirando el vacío hasta el suelo que tenía desde la ventana de mi habitación en el doceavo piso, como posible tabla de salvación.
No empecé a sentirme mejor hasta que llegó el momento de mi venganza y conseguí agenciarme un buen equipo de música, el cual pegué literalmente a su pared pasando al contraataque más despiadado, y así, cada vez que empezaba sus mortuorios y repetitivos ensayos, le ponía el “Eskizofrenia” entero de los Eskorbuto.
El vídeo es para los que no sepáis de qué estoy hablando.
Fue una guerra cruel, en la que él aprendió todas las canciones de Eskorbuto, Kangrena o R.I.P, y yo quedé con una profunda aversión hacia la ópera en particular y hacia los vecinos en general.
Pero pasaron los años y ayer, en Kiev, decidí hacer borrón y cuenta nueva.
Obviar mis prejuicios, acordarme del disfrute de mi padre y olvidarme del gilipollas de mi vecino, y meterme junto a la de los ojos marrones, en la Ópera Nacional de Ucrania, después comprar las entrada online a un módico precio de apenas más de 2 euros cada una.
-Hagamos una foto e intentemos parecer normales.
-Eso, tú disimula.
La ópera en Ucrania está subvencionada, por favor no buscar paralelismos con España. Es fácil, rápido y sencillo, por no decir muy barato. Tan sólo te hará falta un número de teléfono ucraniano, que le puedes pedir a cualquiera o inventártelo. Las entradas cuestan entre 2 y 20 euros la más cara. Pueden comprarse pinchando aquí:
Página oficial entradas Ópera Kiev.
La ópera era nada menos que Oneguin de Chaikovsky, lo que me parecía en principio perfecto porque había leído algo de Pushkin por un lado y Chaikovsky me llegó a gustar cuando nuestro profesor de música de octavo nos obligaba a asistir a los conciertos que su hermano director daba en el centro de Valencia los sábados por la mañana si queríamos aprobar.
Y es que aparte de los gustos musicales que podamos tener cualquiera, hay que ser algo obtuso para que no te guste Tchaikovsky, sobretodo si lo escuchas en directo. Es accesible, es bello, es incluso algo comercial.
Y allí nos subimos, al palomar, aunque se veía perfectamente. La vestimenta que admiten es cualquiera excepto pantalones cortos.
Había gente engalanada y otros que iban de lo más normal. Abuelas con pañuelos de flores en su cabeza que pasaban así la tarde con sus nietos, familias enteras o personajes que parecían sacados de una película, de ésos que si se quedan quietos no sabes si estás viendo una estatua de cera o una persona de carne y hueso.
Por los pasillos, antes de la función.
No quiero hacerte esperar más el desenlace, ya he dicho que era la primera vez en mi vida que asistía a una ópera, y te aseguro que, a menos que el destino, siempre burlón, me tenga preparada alguna sorpresa de las suyas, creo que será la última.
¿Se puede decir que fue un tostón? A partir de la primera hora, una vez pasada la novedad, sí, lo fue.
Fue un coñazo. Un coñazo con matices, pero coñazo al fin y al cabo.
Yo confiaba que me fuera a pasar como a Julia Roberts en Pretty woman, y deseaba con toda mi alma salir llorando, emocionado frente a un nuevo universo de profunda sensibilidad, pero no fue así.
Y seguí siendo una burda prostituta que bostezaba aburrida tras más de una hora de función, hasta que abandoné el precioso teatro asombrado ante mi falta de tacto.
Pero los matices –siempre son importantes- han hecho que no me arrepienta de mi decisión de asistir a la ópera.
Es decir, hay mucho de bueno en haberlo hecho.
- Lo primero es que ya tengo una edad en la que me gusta hacer alguna cosa por primera vez. Cuando eres joven todo es casi siempre la primera vez de algo, luego es más complicado. El motivo de la satisfacción de un estreno es sencillo: te quita la sensación de ser un perro viejo con demasiados kilómetros encima. Así pues se agradece casi cualquier desvirgamiento.
- Lo segundo es haberlo hecho en Kiev. Declararme que estoy en Kiev y estoy viendo una ópera me resulta muy satisfactorio, por encima de clichés y tópicos, que los hay. El edificio de la Ópera Nacional de Kiev merece una visita por sí mismo. Es entrar en otra época, en otro ambiente, la acústica es espectacular, sobrecoge.
- Lo tercero es hacerlo en buena compañía, junto a la de los ojos marrones, la cual debe tener la misma sensibilidad amebiana que yo y a la que le gustó tan poco como a mí. Y junto a una pareja altruista de couchsurfers, matrimonio mixto ucraniana-español y que sin conocernos de nada tuvieron a bien acompañarnos y pasar todo el sábado con nosotros.
Son detalles bonitos, hechos importantes, no es buscar el consuelo de los tontos, sino dar el valor que corresponde a las cosas que de verdad lo tienen.
Edificio de la Ópera Nacional de Ucrania.
La historia de Oneguin trata acerca de un hombre que rechaza a una mujer, y más tarde se la encuentra, y le encanta, y se arrepiente profundamente de su oportunidad perdida.
Lo curioso es que la novela en verso de Pushkin traspasó la ficción y se coló en la vida real tanto del propio Pushkin, que murió en un duelo como el que mantienen los dos principales protagonistas masculinos de la historia, y de Chaikovski, que se casó con una antigua alumna que le había declarado su pasión, y él, por miedo a acabar como Oneguin, corroído por los remordimientos, no tuvo valor a rechazarla. El matrimonio fue un desastre.
Como siempre la realidad suele superar la ficción.
Y hasta el edificio en sí mismo tiene una historia de lo más interesante, entre otras cosas, en un palco delos que véis se asesinó de un disparo a bocajarro al primer ministro de Rusia en 1911, que también era el número dos del zar Nicolás II y su ministro del Interior.
Foto tomada en 1910, un año antes de su muerte. Este señor llamado Pyotr Arkadyevich Stolypin sufrió diez atentados a lo largo de su vida. Al undécimo, acaecido en este mismo lugar, no sobrevivió.
Creo que para disfrutar esta ópera no es imprescindible entender nada de lo que cantan, eso es imposible con esos ridículos grititos, me parece que bastaría con sentirla, como esas canciones en inglés de las que no entendemos ni una palabra pero que nos vuelven locos y nos encantan.
Esto no ocurrió en ningún momento. Sí que hubo ciertos instantes, como cuando salía mucha gente al escenario y la orquesta tocaba bien fuerte y potente, que me gustaron. Pero el resto pasó sin demasiada emoción, como un paisaje monótono que corre al otro lado lado de la ventanilla de un tren tras demasiadas horas de viaje.
A nuestros anfitriones les gustó tan poco como a nosotros por lo que salimos los cuatro a la calle antes de hora. Recorrimos las calles del centro e intentamos sacarles todo lo que pudiésemos sobre Kiev, y así lo hicimos cerca de un árbol que al parecer era importante, y al lado de la estatua de un gato el cual había muerto en el incendio de un restaurante cercano.
La historia del gato Pantaleón es la siguiente: En los años 90 un gato persa vivía en un restaurante cercano y era muy querido por propietarios y clientes. Un día se declaró un incendio y el gato murió asfixiado. Los clientes hicieron una colecta y desde entonces luce su estatua en su recuerdo.
Él todavía mira hacia su restaurante.
Más tarde, nuestros anfitriones por una tarde se cansaron de nosotros y nuestras preguntas, y nos quedamos solos, y llovió mucho, y Kiev giraba alrededor vertiginosamente, maravillosa, mejor que cualquier ópera, aunque yo ya no me daba cuenta –una vez más- porque tenía hambre y estaba cansado.
Porque, repitámoslo una vez más por si todavía no está claro: Viajar no te libra de ser un idiota.
Aunque te permita, y este sí que es el consuelo de los tontos, ser consciente de ello.
Y a veces ni tan siquiera eso.