CHINA, UN DÍA EN CANTÓN
Nelo | January 14, 2019Cantón es Guangzhou, y Guangzhou es Cantón. A mí me gusta más llamarla Cantón, aunque si todos los chinos la llaman Guangzhou deberíamos hacer lo mismo también, porque si no menudo lío.
A Guangzhou yo creo que le han hecho dos flacos favores, el primero es despojarla de su nombre milenario conocido en occidente.
Guangzhou es más un escupitajo que un nombre propio, imposible de pronunciar por un extranjero sin perder la dignidad y salivar al que tienes enfrente. Cantón en cambio evoca aventura, a libro de aventuras en los mares del sur, a China en toda su esencia.
El segundo flaco favor que se le hace es llamarla “Los Angeles de China” comparándola con la ciudad soñada por Loquillo desde la curva aquella del Tibidabo, en un puro desencuentro entre sus partes, dadas sin rubor a una rubia (de bote, porque es Barcelona y no Oslo) y su corazón, aún colgado de una rockera reformada a pija que pasó de él por ser un tipo de tupé engominado, Cadillac y Martini.
Cantón, Guangzhou, China.
En todo caso, y aunque dan mucho juego, el cliché de que las comparaciones son odiosas suele ser verdad, y más si no son equitativas, despojando siempre de personalidad propia a una de las comparadas.
En este caso las comparan por su colosal tamaño y distribución de estas megaciudades de más de 12 millones de habitantes, y por su clima templado hasta en lo más crudo del invierno chino. Hoy mismo estamos a quince grados centígrados en pleno enero, mientras el resto de la República Popular permanece atrapada bajo el hielo.
Venimos de Fenghuang y Yangshuo, puedes leer los artículos escritos de cada sitio pinchando encima del nombre. En la foto, la helada ciudad vieja de Fenghuang.
Recorreremos el centro de Cantón una tarde que teníamos pensado pasarla ya en Hong Kong. Fue como un regalo inesperado de despedida de China, su adiós.
Encontramos una ciudad impecable, recién sacada del futuro, de aspecto cuidado -describo sólo su centro- con amplias zonas verdes, y muy contraria a Hong Kong en su abigarramiento.
Torre de Cantón.
Avenidas anchas de frondosos árboles iluminados de noche, rascacielos sin apelotonar, espacio por todas partes.
Y desde luego, como el resto de las ciudades chinas, y por ende asiáticas, nos lleva la delantera, ganando por goleada a cualquier capital europea, si no en sabor, al menos en modernidad y potencia, dejándonos retrasados, como unos paletos que piensan sin duda que su pueblo siempre es y será el mejor.
Sí, tu pueblo es genial, pero pasa como con los bebés, que siempre piensas que el tuyo es el más guapo, pero seamos objetivos ¿tú sabes lo que hay por ahí fuera?
Dejemos los sentimentalismos, China ya no es un promesa, ni un gigante pendiente de despertar, y Guangzhou lo demuestra con claridad.
China ya es una bestia que está liderando el siglo XXI como máxima potencia económica mundial, mientras Donald Trump se pone rojo de rabia, y se sopla el flequillo al ver su hegemonía compartida, y en ocasiones superada por un presidente chino del que la mayoría no sabe ni el nombre, que más nos da… ¡un chino!, demostrando así, no sólo nuestra ignorancia, sino que estamos tan alineados como cualquiera.
Para el viajero de a pie, Cantón tiene ese toque chino siempre hortera a los ojos de un occidental, porque iluminan sus árboles como los nuestros en navidad pero más exagerado, con luces móviles que imitan la lluvia o peor aún, millones de luciérnagas.
Se sabe cuando vas acercándote al centro porque el número de luces va aumentando.
Hasta límites insospechados.
Horteras, porque encienden de neón las siluetas enteras de los barcos para turistas que navegan por el Río de las Perlas, chinos en su totalidad, como en el resto de todo el sur de China, logrando un efecto de bingo acuático y flotante.
Horteras, porque son capaces de decorar un puente con una iluminación de gusto que podría calificarse de sui generis, y lo digo así por ser benévolo, luchando con todas mis fuerzas por ser imparcial.
Puente sobre el Río de las Perlas.
Una ciudad completamente vigilada y bajo control, como el resto de la China urbana que hemos visto, donde los grandes espacios públicos serán cerrados a golpe de silbato por guardas uniformados que nos desalojan sin contemplaciones, después de todo un día de vigilancia en posición de firmes.
Una ciudad subterránea también, donde la superficie se deja para los coches, bicicletas y motos eléctricas, mientras los peatones paseamos por infinitos centros comerciales bajo tierra, un mundo brillante y desinfectado, perfecto para llegado el caso no tener que cruzar la ciudad achicharrados por el intenso calor que hace aquí el resto del año.
Kilómetros y kilómetros de galerías comerciales, donde las chicas monas hacen sus compras en este su mundo artificial y a medida.
Fanáticas del shopping, cuando era muy joven tenía una novia que me arrastraba de zapatería en zapatería, sábado tras sábado, una y otra vez.
A mí los zapatos me importaban un pijo, y podéis imaginar cuales eran mis intereses, pero desde entonces tengo fobia a este tipo de establecimientos, y sufro de hipoxia cuando me sumerjo en los centros comerciales, en los cuales puedo permanecer un tiempo límite antes de tener que salir disparado.
De hecho, cuando estoy de viaje, sólo utilizo los centros comerciales en caso de clima extremo, o para ir al cuarto de baño.
En eso cumplen de sobra, y proporcionan una experiencia la mar de agradable, sobre todo en países donde abrir la puerta de un water puede provocar una vivencia traumática.
En los túneles de las galerías subterráneas algunos jóvenes con sus skateboards juegan a ser malotes, bajo el férreo control de las cámaras de seguridad y del Gran Hermano chino, que hará que estén en sus casas cenando temprano, como borreguitos con gorras de baseball americanas colocadas al revés, con la visera tapando la nuca.
Al lado de Cantón, y por ende toda China, Europa queda como ese amigo de la pandilla al que nadie hace caso, como una marquesa con sus manías que vive sola en su piso suntuoso y anacrónico, y de la que sólo se acuerdan sus nietos cuando hay que ir a pedirle las estrenas navideñas.
Si el mundo entero fuera una sola ciudad, China ocuparía mucho más espacio que el correspondiente a los polígonos industriales tal como en un principio podríamos pensar. China sería mucho más, sería la “Gran Vía” del mundo, y Europa, un casco viejo señorial, agrietado y en todo caso anticuado, con aires de supremacía, que intenta no deshacerse en pedazos empujado y engullido por las nuevas y emergentes zonas de la mega-urbe.
Mañana termina nuestro viaje a China cruzando a Hong Kong. Me alegro de haber parado un día en Cantón. Veníamos cansados, hacía frío, y no lo teníamos claro, no nos apetecía buscar lugar donde pasar la noche y todo eso, era más cómodo seguir hacia el conocido Hong Kong, ya familiar para nosotros, y por lo tanto más fácil, pero me alegro mucho de no haberlo hecho.
No nos complicamos la vida, creo que enfrente de cada estación de tren china de una ciudad medianamente importante hay cuartos de alquiler. ¿Son un pelín cutres? Sí, bastante, si uno se pone fino, pero son baratos y sirven para pasar la noche.
10 pavos.
La que nos tocó era una habitación pequeña en un piso mínimo lleno de chinos fumadores, gritones, y expertos del escupitajo. Trabajadores, obreros, no lo sé. Está bien porque así también fumas sin reparos, y por la mañana puedes arrancar frente al espejo del baño comunitario todos los excesos a los que has sometido a tus pulmones en los últimos veinte años.
Compartían la habitación de al lado, eran muchos, me asomé y vi a tres durmiendo en la misma cama. No era ninguna escena erótica, parecían cansados y llevaban camisetas blancas con tirantes. Me recordaban a los chistes sobre chinos de mi infancia, el típico ¿qué hacen un millón de chinos en…?.
Éstos se preparaban para dormir, era temprano.
No los envidié en absoluto.