MÚRMANSK SEGÚN LA PERSPECTIVA
Nelo | February 20, 2018X, nuestro anfitrión de couchsurfing en Murmansk, metrópoli ártica bañada por el Mar de Barents y capital de la península de Kola, reniega de su ciudad. Y me temo que esto ocurre con buena parte de sus habitantes. El clima no ayuda a calentar pasiones a su favor.
Considera que es fea y nada interesante, y no puede entender que a nosotros nos parezca justo lo contrario. Sueña con vivir en Portugal, pero mientras tanto, además de recibir viajeros atrevidos y preguntones, también viaja mucho, pues tiene más días de asueto al año al vivir en este extremo norte. El norte de Rusia tiene más días de vacaciones que otras latitudes de la federación para los trabajadores de sus organismos oficiales.
Como viajero, yo también renegué de mi ciudad durante años. Es posible que esto sea necesario como un sano resorte y refuerzo para marcharse a otros lugares. Las ciudades, a veces, se acaban, o te las terminas. La insatisfacción, el aburrimiento y/o el rechazo como pincho en el culo para salir disparados a otro lugar.
Quiero arrojarme al infierno, y olvidarme de esta puta sociedad, de la calle, de la cárcel, de la fábrica
Eskorbuto
X no comprende que Murmansk, para nosotros, forma parte de esos otros lugares buscados y soñados. Le sorprende que, para nosotros, todo esté cargado de exotismo, pero realmente lo está.
Puede que sea la sensación de última frontera, de último lugar habitado, la visión de una ciudad enterrada en el hielo y en la nieve, con las aguas oscuras del mar de Barents quietas como un lago en la bahía que lame sus faldas, la ausencia de colores fuertes del paisaje, tanto urbano como rural, y en ocasiones la falta total de color, solo negros, grises y blancos, los viejos trolebuses recorriendo veloces las calles llenas de enormes montones de nieve helada de varios metros de altura, las facciones de sus habitantes, sus ropas, sus palabras y la manera de pronunciarlas, sus más pequeños gestos cotidianos.
Las cosas que para él formaban parte de lo corriente hasta el hastío nos resultan sorprendentes novedades.
Los letreros por todas partes en cirílico, para mí casi tan extraño como el chino -curiosamente la de los ojos marrones lo lee bastante bien, ¿cuándo carajo habrá estudiado cirílico?-
El hielo que lo cubre casi todo, los pocos olores que el congelamiento permite escapar, las nevadas repentinas, los edificios grises y soviéticos, la supervivencia extrema de una ciudad única, extrema literalmente, más al norte de ella sólo el océano Ártico y el Polo.
El viejo barrio de casas de madera color pastel, desconchadas por los largos inviernos, una de las zonas más deprimidas de la ciudad y que más nos había llamado la atención:
-¿Cómo es posible que os guste esto?
-No es que nos guste X, es que nos encanta, nos alucina.
Hablamos alto, una brigada de hombres en un tejado tiran a la acera paladas de nieve acumulada en el tejado. Cuando caen explotan en la acera con gran estrépito.
Su mes y medio de noche continuada, sus potentes auroras boreales, que una vez más no hemos podido presenciar, dicen que en Abril ya es algo tarde.
Las grúas con luces de neón que entre la niebla o la ventisca trabajan día y noche descargando el mineral que traen los barcos, subiéndolo a vagones de tren que chocan entre sí como toros bravos enfurecidos. Un mineral tan negro como las aguas de su bahía, ría y puerto, de este mar que nunca llega a congelarse gracias a la corriente del golfo que rodea toda Escandinavia por el norte, pese a que otros mares de su latitud sí lo hagan.
Bahía de Kola, Norte de Rusia.
X, nacido en Nikel, pequeña ciudad fronteriza con Noruega -y que nos quedamos con las ganas de visitar, ya que aparece en todos lados con definiciones como maldita, agujero negro o inmundicia terrenal-, pero que había crecido y vivido en Murmansk toda su vida, no ve nada de lo anterior descrito, o mejor dicho, sí que lo ve, pero está tan teñido todo de cotidianidad que no lo aprecia, al igual que yo no suelo apreciar, cansado y con ganas de llegar a casa, el camino de vuelta de mi trabajo a la ciudad, donde vivo, y sueño escapar de ella, al igual que él quiere escapar de Murmansk.
Quizá camine cabizbajo en una noche ventosa sin hacerle caso a una tremenda aurora boreal que cubre todo el horizonte norte de la ciudad. Si es que llega a verla, no le hace ni caso. Va pensando en que tiene que parar a comprar pepinillos que ayuden a pasar el vodka con el que va a agasajar a sus nuevos invitados, mientras se le cruzan imágenes del culo marcado bajo la bata blanca de su rubia compañera de trabajo, lo que le lleva a recordar que cuando llegue a casa y pueda sacar las manos de los bolsillos, mandará un mensaje a la cubana que conoció en México, en un viaje de los que enseñan que hay otra vida, que también es real, y que vale la pena vivirla.
Nadie nos deberíamos extrañar que no mire la aurora, que esta noche refulge con una potencia sideral.
Yo mismo conduzco mi coche por la A-3 sin hacer caso del rojizo atardecer, otra explosión celestial de colores sin igual, mientras acelero hacia casa pensando en mi culo amado, escapando de los fríos de la meseta hacia la costa levantina. Confieso sin pudor que muchos días ni lo miro, el atardecer.
X y yo somos, cada uno en su plano, un espejo. Nuestra única esperanza está en el movimiento, en variar de ángulo, en cambiarnos el uno por el otro.
Él se sentiría feliz en ciudades como la mía, y yo soy feliz dejándola atrás, y conociendo sitios como Murmansk.
Además con un poco de suerte y si nos vamos el tiempo suficiente, al volver somos capaces de apreciar, yo mis mediterráneos atardeceres rojos, y él tal vez camine extasiado viendo su aurora boreal. Tenemos esa tara, qué le vamos a hacer.
Somos viajeros, tenemos una vida de viajes y otra vida en la que soñamos con hacerlos. No importan los porcentajes, eso es lo de menos. Conocemos bien nuestras prioridades y peleamos en ese sentido con todos nuestros recursos, a nuestra manera, a veces caiga quién caiga, como un elefante en una cacharrería y otras veces mientras silbamos disimulando que somos personas normales. Que nos pueden dar trabajo o que somos buenos padres.
Pero un día, de madrugada, cuando aún es de noche, cerramos la puerta despacio para no hacer ruido, nos subimos a un tren mientras sale el sol detrás de un paisaje más que conocido, y desaparecemos durante una temporada.