OTRO MALDITO AUTOBÚS
Nelo | December 13, 2015Hay momentos en los viajes, pocos, no muchos, en los que sabes que has de tomar una decisión que cambiará el resto de tu vida y además eres consciente de ello completamente. Eso me ocurrió hace años en un autobús que partió de Kota Barhu y se deslizaba por el asfalto un atardecer dejando atrás Malasia, adentrándose sin complejos en el sur de Thailandia entre campos de palmeras aceiteras y arrozales inundados, aunque yo ni los veía.
Había dejado a alguien en la última estación de autobuses de Malasia y su autobús hacia Kuala Lumpur no salía hasta varías horas después, ya muy adentrada la noche.
Yo huía una vez más. Cuanto más lejos mejor. Me levanté, me acerqué al conductor.
-Pare, quiero bajar.
-¿Bajar?¿Dónde?
-Aquí mismo, es importante.
Me hizo caso y paró en la cuneta. Bajé crucé la carretera y me puse a hacer dedo en dirección contraria. Regresé a Malasia.
Aquello me trajo una boda, una hija y un divorcio, en este orden. Acontecimientos bastante felices, los tres.
Tengo la sensación de haber pasado la mitad de mi vida dentro de un autobús, como pasajero y como chófer, me pasaron muchas cosas dentro de ellos y los he conocido de todos los tipos. Tanto tiempo que, de hecho, yo siempre he creído que mi culo tiene la forma de un asiento de autobús, está adaptado evolutivamente a ellos.
Carne de autobús.
Mi récord en el mismo autobús fue de 35 horas en un interminable Puerto Montt-Punta Arenas, los argentinos y los chilenos hicieron sus países exageradamente grandes, interminables. El récord de tiempo en encadenamiento seguido de autobuses es incalculable.
Aunque 35 horas era lo que tardaba cada vez que bajaba hasta mi oasis preferido del sur de Marruecos en Eurolines antes de que existieran los vuelos low cost. Y eso si tenía suerte y conseguía enlazar en Casablanca, si no, me tocaba esperar unas 14 horas, en algún hotel barato de ésos en los que parece que contraerás la lepra.
Siempre me quedaba Casablanca. Por narices.
Cuántas veces maldije haberme subido en un autobús, hogar colectivo panorámico y en demasiadas ocasiones maloliente, incómodo y destartalado.
Tener que pelear para subir a un autobús sucio es indigno y tedioso para cualquiera.
“El último tren a la zona verde” Paul Theroux
Y cuántas veces más los maldije después de esperarlos horas al borde de la ruta, y que entonces pasara alguno pero en dirección contraria a la deseada.
Manía ésta muy específica de los autobuses que cruzan el Sahara bajo sus ardientes mediodías.
En el desierto tras cuatro horas de espera a 40º centígrados:
-Huseín, para un autobús que pasa, lo hace en dirección contraria.
-No pasa nada, Alá es grande.
Y nos subíamos a él de todas maneras.
Cuántas veces fueron hogar y cama, refugio en fronteras amenazadoras, techo de lluvia empalagosa, parapeto contra el viento y las moscas.
Como conductor, sufrí lo mío, cuando por ejemplo llevaba peligrosas bandas de descontroladas señoritas en despedida de soltera, totalmente ebrias, pobre de mí.
Y, he soportado llevar turistas por países exóticos –cansadísimo-, aguanté hinchas de fútbol con sus cánticos insufribles, y me quedé sin uñas y me arranqué mechones de cabello de padecer grupos hispalenses cantando sevillanas camino de no sé dónde.
Cántame me dijiste cántame, cántame por el camino y
agarrado a tu cintura te canté a la sombra de los pinos.
Traumático. Después de aquello, tuve que dejarlo.
Antes de todo esto, salí indemne de viajar durante horas con una cantidad ingente de niños, esos locos bajitos. Claro, así he acabado, que pongo caras raras a los niños que se me acercan cuando sus padres no me ven para que me dejen en paz. Y con el Inserso, teniendo que llamar a una ambulancia y quedar con ella en plena autopista, intentando conducir con cuidado porque llevo un señor tumbado en el piso, entre los asientos y a cada bache se le sale un poquito más la aorta principal. El abuelete vivió, todo sea dicho de paso.
Como pasajero han estado a punto de partirme la cara, a veces de rebote, por culpa de alguna pelea cercana a mí, y otras veces por méritos propios, como cuando mandé en un autobús marroquí a un grupo de montañeros españoles a una casa rural en Ciudad Real, después de que se metieran con una mujer diciéndole que si tenía calor -la disputa versaba sobre abrir una ventanilla- se quitara ese pañuelo que llevaba en la cabeza. Por favor, ¿qué se creyeron? En Tánger nos pidieron disculpas, todo hay que decirlo.
En un autobús de Delhi a Cachemira, hace más años de los que me gustaría, también fui el único sospechoso de robo del reloj del chófer -yo era el único blanco- y fui el único cacheado. Y en ese mismo autobús casi muero por asfixia cuando decidió quedarse en un túnel del Himalaya durante media hora con los motores encendidos, él y toda la fila de vehículos que allí quedamos atascados.
En un autobús de Kuala Lumpur a Singapur, ay!, conocí a la más oficial de mis exs, que me dejó una niña preciosa y uno de los días más felices de mi vida cuando firmamos el divorcio. Eso sí fue una liberación, el paso a un estadio superior, una iluminación en toda regla, la inmersión en el Nirvana.
¡Gritó
Emiliano Zapata,
quiero tierra y libertad!
En un autobús me han llamado gallego conquistador asesino de mapuches, a los diez minutos de entrar en Chile:
-Oye, qué no, hoy es mi primer día, que yo no estuve aquí nunca.
-Qué sí, gallego huevón, vos los matastes.
-Qué no, coño, yo recién llegué, que yo no he matado nunca a nadie, díselo al huevón de tu tatarabuelo.
Se vengó en forma de pestilente cagada en el water del colectivo dejándome al borde del coma.
Porque tengo la costumbre de viajar detrás, al fondo, soy un clásico en ese tema, primero porque de chófer ya viajé bastante delante, segundo por el efecto acordeón, si sufre un accidente los de delante acaban mal, seguro, y tercero, y sobretodo, porque era allí donde nos poníamos los mochileros para fumar todo tipo de sustancias cuando en España aún permitían, o toleraban, que se fumara en los autobuses interurbanos.
Sí, eran tiempos de libertad.
¿No te acuerdas de esto? eres demasiado joven, qué horror.
Momentos difíciles, como cuando debíamos estar llegando al canal de Suez. En un check-point nos pusieron a todos en fila con nuestro equipaje delante y nos pasaron un detector de metales. Seguimos por una carretera hundida entre terraplenes con soldados apostados a lo largo de ella, nos metimos en un túnel largo, y pasamos el canal de Suez por debajo. Sin verlo.
Escribí en mi libreta de notas:
Hay tanquetas por todas partes.
Ponen una película espantosa de Vam Dam.
Una niña obesa se ha cagado.
Olor, moscas y más tanques.
Un señor vomita.
No es el mejor de los poemas.
Por no hablar de músicas estridentes y baches catapulta rompecuernos, congelaciones o achicharramientos. Noches en vela, huesos doloridos y ganas de querer morirte para acabar con el suplicio.
Puedes leer el artículo “De India a Nepal en un autobús de mierda” pinchando aquí, pero te tiene que gustar la narrativa de viajes realista.
Aunque no todos son suplicios, que encuentros más bonitos en ocasiones, cuanta gente interesante va a bordo de esos casi anónimos autobuses, incluso una vez conocí a una mujer del último día después de un duelo de espejos retrovisores entre un camión cisterna y nuestro autobús.
Mi relación con los autobuses da para mucho más pero es que tengo que escribir sobre otras cosas.
Sólo decir que dura hasta nuestros días, y como ejemplo contaré intimidades tales como que esta misma navidad pasada, de noche cerrada en dirección al desierto al borde la hipotermia, una atrevida mano disimulando –cariño, aquí no te pases un pelo, que esto es un país musulmán- y por debajo de numerosos ropajes, tuvo el atrevimiento de acercarse a zonas inconfesables en la trasera de un autobús tan mugriento, sucio y destartalado, que le bajaría la líbido, a toda una legión de fans de Justin Bieber.
Demostrándome con este simple hecho que tenía a mi lado a una auténtica todoterreno y no a una de esas melindrosas que les daría hasta reparo de dormir en una cama sin sábanas, costumbre esta repartida, a lo largo y ancho del planeta.
De todas formas no se puede calificar este autobús como romántico precisamente, o tal vez sí. Depende de quién lleves al lado. Si llegaste hasta aquí leyendo este artículo, sería recomendable que sí se lo pareciera.
Si no, más vale que te bajes en la siguiente parada. Sin decirle nada.