UN DÍA EN UCRANIA, TÚ ERES UN GUARRO
Nelo | April 23, 2015En la frontera del norte de Rumanía con Ucrania todo es gris, el puente que une los dos países, el cielo de nubes encapotadas que lo cubre, el río Tisza que fluye por debajo de él y que es serpenteante línea fronteriza geográfica , los árboles sin hojas del final del invierno, hasta el uniforme de los guardas fronterizos lo es. Como si a la escena se le hubiera quitado todo color y apareciera en blanco y negro. Contrariamente a lo que podamos suponer no hay fealdad en ella.
Todo guarda una grisácea armonía salpicada de toques de marrón. El aire fresco, helado, que entra en los pulmones y la perspectiva de cruzar a un nuevo país antes nunca visitado hacen que me sienta bien. Algo cansado de volver una y otra vez a los mismos lugares, esta “terra ignota”, el nuevo horizonte que se abre ante mí, actúa de afrodisíaco viajero dándome placer por cada uno de mis poros.
El saber que entro en un país, Ucrania, con partes de él en guerra me mantiene despierto y alerta, como una nube de inquietud flotando por mi esófago.
El conflicto está muy lejos, justo al otro extremo de este extenso país, el segundo más grande de Europa si contamos a Rusia. En este marzo del 2015 las fronteras con Rumanía permanecen abiertas y la situación de esta zona en concreto es de absoluta normalidad, si se puede decir eso teniendo a paisanos matándose al otro lado del territorio, un conflicto que ya ha generado 6000 muertos y ha hundido la economía del que era el país con mayor crecimiento de Europa.
Los guardas de la frontera rumana, en Sighetul Marmatie, son charlatanes, amigables y no tienen prisa. Una pequeña fila de personas y dos o tres automóviles esperamos nuestro turno para que nos miren el pasaporte. Se puede saber cuantos extranjeros pasan por una frontera determinada por la atención y el trato de los guardas. Esta la pasamos bien y entre sonrisas.
Los policías de frontera en todo el planeta se podrían dividir en dos, los corruptos y los honrados; y a la vez, cada uno de estos grupos de puede dividir en multitud de subespecies –el bonachón, el gorrón, el curioso, el preguntón, el cabeza cuadrada, el que nunca está, el hospitalario, el borde, el loco, la simpática, el adormilado, el “temiroelpasaporteperoestoypensandoenfollarmeaminovia”, el guapo, la tía buena, la tía buena borde, el hijo de puta etc.- Cualquiera de ellos puede pertenecer a un grupo o a otro, porque hay honrados que te tratan a patadas y corruptos que son simpáticos.
Cruzamos a pie.
-Este puente es tierra de nadie -le digo a la de los ojos marrones- Podría hacerte lo que quisiera aquí en medio y nadie me juzgaría.
No me contesta.
Las policías del lado de la frontera de Ucrania nos sellan los pasaportes y entramos sin problemas.
No esperes una profunda reflexión sobre el país, ya que esta será una excursión de un día.
-¿Qué prefieres?-le dije la noche anterior a la de los ojos marrones, poco antes de que a nuestro viaje le llegara su fin- ¿Entrar a Ucrania aunque sea para un día o visitar el museo de nosequé?
-Entrar a Ucrania, por supuesto.
Menos mal, pensé, apurado por si se decidía por el museo…
Solotvina es el pueblo del otro lado de la frontera. Un lugar bien curioso de visitar, incluso extraño.
Extraño porque me recuerda a su prima-hermana del otro lado de la frontera, la ciudad de Sighet, donde viví hace veinte años y de la que ya no queda mucho, por no decir nada. En cambio para mí, este cruce de frontera es una regresión en el tiempo, al menos la parte de Solotvina más pegada a la frontera.
Extraño porque nos metemos en Ucrania sin tener ni idea acerca de ella, los carteles son ilegibles para nosotros los analfabetos cirílicos, y porque tiene una moneda bien rara para mí y que aún hoy en día tengo que mirar como carajo se llama en Google.
Y extraño porque el lugar en sí es un paisaje de minas de sal que se utilizan también como estación termal, llenas de casas de vacaciones de madera que están cerradas en esta parte del año, juntándose la antigua industria con un paisaje natural desecho pero hermoso.
Con unos precios irrisorios si llevas una moneda fuerte. Cambiamos 20 euros para pasar el día, comimos y bebimos hasta hartarnos, compramos pasteles, tabaco, chocolates (Winston a 70 cts. de euro) y todo aquello que nos vino en gana, y cuando ya no sabíamos que más comprar, nos sobraron 10 euros.
Nos los cambió otra vez a moneda rumana un señor barrigón que mercadeaba con dinero negro cerca de la frontera.
El ambiente es algo diferente a este lado de la frontera, parece que la gente es más discreta y están menos habituados a tratar con extranjeros, aún así no encontramos a nadie que nos tratara mal ni mucho menos, al contrario. Hace no mucho leí en un blog de una viajera en solitario por Ucrania que había estado sentada diez horas en un tren y que el vecino de enfrente no llegó ni a mirarla a la cara. Esto no ayuda si lo que buscas es contacto con la gente pero no lo veo como algo malo en sí. Esa discreción, pasotismo, o incluso, llamémoslo supuesta frialdad, en ocasiones es de agradecer, sobretodo si se viene de la India o de otros países donde tienes que hacerte el dormido para dejar de hablar un rato. En ocasiones la invisibilidad es de agradecer.
Lo que hacemos es caminar. Atravesamos el pueblo, solares industriales abandonados donde hay gente sentada bebiendo vodka, me asomo a los grandes agujeros de antiguas y actuales minas a cielo abierto, cruzamos basureros donde hay gente removiendo en la porquería, llenando sacos de plásticos, recorremos calles vacías con restaurantes y cabañas de madera hoy cerradas, a la espera del verano.
Será entonces cuando se llenará de gente que se embadurnará de tarquín negro en los complejos termales.
Me gusta su dejadez, sus paisajes rotos y yermos, su contraste entre viejas casas y mansiones suntuosas, sus parques con materiales reciclados.
Este parque situado cerca de la frontera me demuestra algunas cosas. Que no hace falta gastarse una fortuna para hacer un parque infantil, que es más una cuestión de voluntad.
Que hay gente con la suficiente sensibilidad para hacer que la pura basura se puede transformar en belleza.
Que esa misma gente está dispuesta a disfrutar de la vida pese a no tener ni un céntimo.
Que son autosuficientes y que hace tiempo aprendieron a no depender de una administración viperina. Que el monumento es en sí una oda a la imaginación y un canto a la dignidad.
La construcción de un parque de este tipo es como una bofetada al sistema, más transgresor y más bonito que una pintada o graffiti, y más útil porque en él juegan los niños. Una manifestación permanente de contracultura, cuando el estado ya no atiende tus necesidades ni las de tu pueblo.
Comparemos este monumento que ha puesto el estado para el pueblo con el parque anterior. Se puede comparar tanto a nivel estético -colores y belleza- como funcional -utilidad real para la gente-.
Y no mucho más que contar. Se puede pensar que pasar un día en Ucrania es muy poco, sobretodo si uno es ambicioso, engreído o joven –es broma, no te ofendas. Pero si te tomas las cosas conforme vienen está bien. Y es mucho más que no haber estado nunca. Ahora sé que hay una región llamada Transcarpatia en el sur de un gran país al que quiero volver, conocer y recorrer. No sólo lo sé, la he visto y sé como huele.
Y en mi memoria quedará para siempre aquel día que estuve en Ucrania con la de los ojos marrones.
Después volvemos a cruzar a Rumanía, a nuestra favorita región de Maramures, y se nos hace de noche en un parque mientras fumamos un cigarrillo hablando sobre nuestro nuevo y recién descubierto país.
-Con lo barato que es, aquí sí que podríamos venir con todos los niños.
-Bueno, ya sabes, hay dos maneras de pasar las vacaciones, o bien o en familia.
-Cari, a mí lo que me gustaría es verte embadurnada de tarquín y barro, me pone.
-Tú eres un guarro.
-Sí mucho, pero sólo contigo.
Hay unos tipos que esperan a alguien para cambiar la rueda de un viejo Dacia, y en un banquito cercano al nuestro hay una parejita de jóvenes muy acaramelados, se besan, él le ha dejado a ella su chaqueta, hace mucho frío. Nosotros comemos pasteles mientras nos castañean los dientes y cuando arrojo los envoltorios a la única papelera del parque vuelven a aparecer a mis pies. No tiene fondo, está rota. Me parece una metáfora perfecta para todo el país.
Para cuando llegamos a nuestra hogareña habitación de hotel el sol ya se ha puesto y estamos completamente helados.
La de los ojos marrones tiene la maravillosa idea de llenar la amplia bañera de agua caliente, la espuma blanca centellea, el vapor de agua empaña el espejo, envolviéndolo todo en una nebulosa traslúcida, afuera es noche cerrada, una lluvia fina no para de caer, se escucha algún coche rodar sobre el asfalto mojado y un perro ladrando, allá, a lo lejos.
Hay una cortina que voy a descorrer, lo hago despacio, sin darme cuenta contengo la respiración, entre el océano de espuma surge una brillante y tersa rodilla y un pie emerge de las profundidades. Es el pie más bonito que he visto en mi vida. Y yo no soy muy de pies, que conste.
No pretenderás que siga, ¿no?
Venga ya.