RUMANIA, MARAMURES EN INVIERNO SIN CAGARSE DE FRÍO
Nelo | March 23, 2015Nieva en Maramures, y mientras los Cárpatos se visten de blanco, tumbado en una hamaca en bañador, contemplo los copos caer a través de una pared de cristal que da al valle, sumergiéndome en la piscina de vaporosa agua cada vez que tengo demasiado calor.
Nada que ver con cagarte de frío mientras se usa una letrina de madera situada siempre más lejos de la casa de lo que uno querría al amanecer de un gélido día de invierno en el norte de Rumanía de hace ya demasiados años.
¿La razón? Un hotel de montaña con piscina cubierta de veintinueve euros la noche en lujosa y moderna habitación doble.
He decidido tirarme al rollo.
Días más tarde ya habrá tiempo de volver a saludar a esos agujeros de madera de congelado contenido indescriptible y de dormir en habitaciones con estufas cerámicas de leña y olor a abeto quemándose lentamente en su interior mientras se escucha el crepitar de las brasas.
En el tren de leñadores Mocanita.
Es una sensación nueva, muy agradable, casi mística, ver nevar de noche, mientras casi sudando, bebo una Ursus de medio litro en un vaporoso ambiente de ecos y murmullos acuáticos.
Sobretodo después de un intenso día de caminar con la nieve por la rodilla por barrancos y caminos en desgastados pantalones vaqueros delatores que uno es un pardillo y no un intrépido montañero rumano de colorada tez y aliento de tocino y palinca.
Fondos de barrancos con senderos borrados por la nevada de unas majestuosas montañas donde dicen que habitan los osos, los lobos y los ciervos, con nieve virgen en polvo, hundiéndome a cada paso, trastabillando y disfrutando de este paseo, mientras en mi mediterránea ciudad se queman las fallas de las cuales escapé una vez más, por enésima vez.
Cuando uno se adentra por estas montañas, alejándose de cualquier vestigio de civilización, a mediados de Marzo y escucha cualquier ruido entre los espesos bosques de gigantescos árboles y descubre en la nieve impoluta, libre de pisadas humanas desde hace largo rato, cualquier rastro de animal, no se deja de sentir un estremecimiento y pensar que se está en unas sierras no del todo domesticadas, que por aquí hay osos pardos de hasta 315 kilos de peso, lobos de un metro de altura y unos linces con manchas como los leopardos de hasta 35 kg.
No es buena idea decírselo a tu compañera justo después del último sonido no identificable escuchado cerca, a través de una niebla y una espesura que no te dejan ver más allá de unos metros, so riesgo de que diga hasta aquí hemos llegado y huya apretando su lindo y helado culito montaña abajo, regresando por donde veníamos.
-Cari, si nos tienen más miedo ellos a nosotros que al revés.
-Más miedo que yo ahora mismo no creo.
Callamos, sólo se escucha el silencio y nuestras humeantes respiraciones.
-En realidad, nosotros somos los bichos, los mayores depredadores, siente tu yo más animal y salvaje… -Le digo, con una vana y débil esperanza de despertar en ella.., ya sabéis.
-Mmmmm.- Le oigo decir. Vaya, ¿Lo habré conseguido?
Me acerco a ella, le agarro las manos, acerco mi cara a la suya, es de ésas que de cerca es todavía más guapa, en ese momento, a unos pocos metros, ocultas a nuestra vista, se rompen unas ramitas.
-¡Vámonos de aquí!
Se gira y solo veo el helado culito alejándose, mientras me incita a seguirla. ¡Oh, qué poco ha durado!…
-¡Espera! -Le digo en vano- Tranquila, no hay problema, es imposible que el oso sea más feo que yo.
Pero ya no me escucha, no sé por qué se quiere volver si sólo llevamos cuatro horas fuera de camino a -15º bajo cero. Además ¿no decía que le gustaban los animales?
Estamos a finales de un largo invierno, la primavera todavía no ha hecho ni el más mínimo acto de presencia en esta región del norte de Rumanía, es entonces cuando vienen a la cabeza todos los relatos de Jack London o Vladímir Arséniev, y todas las historias contadas sobre encuentros con osos y lobos.
Los Cárpatos en general y Maramures en particular ofrecen al viajero, no una fácil y real posibilidad de estos encuentros, pero sí al menos una sensación tangible de que así pueda ser. Estas montañas todavía ofrecen ese aire salvaje, puro, al caminante que se adentra en ellas.
Maramures es además, la región más bella y agreste de la Rumanía que yo conozco, la dotada de una personalidad más fuerte y unas hospitalarias -de verdad- gentes de conversación y risa fácil, divertidos y directos. Y eso que escribo intentando ser imparcial y queriendo olvidar que en esta región viví a temporadas durante dos años cuando yo era, como en la canción de Sabina, más jóven y las carreteras aún tenían corazón.
En 1994, Maramures daba la sensación de haber permanecido aislada e intacta con una fortísimo sello de identidad de aire de estado rural postcomunista medio anclado en el siglo XIX.
Desde entonces hasta hoy, mediados de Marzo del 2015 algo ha llovido. Imagino un extranjero que haya visitado España en 1974 y volviera en 1995. Habría visto un gran cambio, tan grande, como el que ha sufrido Maramures estos últimos 20 años.
Pese algunos cambios -ahora hay tiendas con muchas cosas para vender, coches en las carreteras, los ríos están llenos de plásticos etc- hoy en día reina una mezcla sorprendentemente armoniosa de tradición y modernidad.
Y sus gentes no han cambiado en absoluto.
Afortunadamente.
Bine ai venit.