RUMANÍA, EL TREN FORESTAL MOCANITA
Nelo | April 9, 2015TREN FORESTAL MOCANITA, VISEU DE SUS, MARAMURES. NORTE DE RUMANÍA, FRONTERA CON UCRANIA.
Por increíble que parezca, existen ocasiones en las que suena un despertador a las 4:45 de la mañana y luego ocurren cosas buenas. Quién haya fichado en una fábrica a hora muy temprana cada maldito día durante años sabe que eso no es tan fácil que suceda.
Ocurren cosas buenas como es tomar un tren de ensueño, auténtico, maravilloso, humano, aventurero, maderero y humeante, que se adentra en los Cárpatos más salvajes, allí donde ningún otro camino llega.
Un tren al que ya intentábamos desde hace tres días subir y no lo conseguíamos, de ahí la medida drástica del despertador colocado con tal radicalidad.
Un tren de los de verdad, de los que se dibujan de pequeño.
De entrañas calientes, oscuras, sólo iluminadas por el rojo resplandor de las estufas de leña.
Y una cadencia rítmica, muy lenta pero imparable, algo ruda, como la de un gran mamífero.
Penetrando por gargantas profundas donde aún perdura el hielo del invierno del norte rumano.
Y lleno de trabajadores que se desparramarán por diferentes estaciones madereras de puro ambiente pionero, como en el Lejano Oeste.
No es el tren turístico, que funciona de mayo a octubre, es el tren de trabajadores que funciona todo el año, llevando leñadores y troncos.
En Marzo uno se sube a él si el jefe del tren le deja, adentrándose unos 60 kilómetros por montañas sólo accesibles por vía estrecha.
Es el último ferrocarril forestal de Europa que continúa operando con locomotoras de vapor y algunas diesel.
No es una turistada, es una compañía maderera privada y su estación es un aserradero donde duermen, vencidas por el tiempo, algunas antiguas locomotoras.
Un auténtico cementerio de trenes. Y de otras cosas raras que yo, la verdad, en mi vida había visto ni imaginado.
La región por la que se adentra mediante túneles, puentes y muchas curvas, sin superar jamás los 10 km/h, es ya frontera con Ucrania, y el trazado de la vía estrecha sigue a lo largo el Río Vaser entre espesísimos bosques de abetos gigantes y salvajes regiones sólo habitadas por leñadores, osos y lobos. Es lo más profundo de Maramures.
Hacerlo fuera de temporada y en el tren de los trabajadores ha sido una de las experiencias de mi vida, uno de esos descubrimientos que te despiertan y sacuden cuando crees que ya hay pocas cosas que te puedan sorprender.
No sé cuando carajo voy a aprender.
Su precio 30 leis por persona. No llega a 7 euros ida y vuelta. Puedes preguntar dónde se puede dormir y regresar al día siguiente, o cuando se desee. A título personal recomiendo permanecer un mínimo de dos meses en la zona, en la estación que sea, sobretodo en invierno.
A las 5 a.m. ya estamos en la calle porque el tren de los trabajadores sale a las 6.
No suelo recomendar hoteles, ni me patrocinan, ni nada de nada, así que si os digo que en Viseu de Sus os alojéis en la Pensión La Cassa, no es sólo porque en invierno no haya más opciones de alojamiento en todo el pueblo, aunque dios booking se empeñe en decir lo contrario, sino porque es un lugar emblemático en el pueblo, una especie de centro neurálgico donde se cuece todo con unos desayunos interminables.
Es todavía noche cerrada cruzamos un Viseu de Sus dormido, de imponentes calles sin asfaltar llenas de charcos y barro helado, casas de madera, árboles sin hojas.
Cuando llegamos a la estación buscamos excitados el tren que encontramos guiados por unos pocos trabajadores.
Entramos en un vagón, la oscuridad es total, apenas se distinguen unas siluetas encendiendo una estufa de leña en medio del único vagón para personas.
-Buenos días- saludamos.
Nos contestan.
-¿Todo bien? ¿Nosotros aquí no problema?
-No, no hay ningún problema, sentaros.
Lo hemos conseguido. Al tercer día. Lo que pasó los dos días anteriores es que intentamos juntarnos con un grupo de fotógrafos ingleses que habían reservado el tren turístico para ellos solos esos días, pero no lo conseguimos –pasaron de nosotros…son ingleses-.
Y no fue hasta el segundo día cuando la chica de la estación me dijo después de ver mis ganas que salía uno de trabajadores casi cada día a las 6 de la mañana. Apostamos por éste y ahora compartimos oscuridad con un grupo cada vez más numeroso de tipos curtidos con monos azules y chalecos reflectantes.
Al poco me pasan una botella de palinca y empezamos a hablar.
No bebía el aguardiente rumano de buena mañana desde hace más de veinte años, cuando vivía en la región.
Puedes leer más sobre esto pinchando aquí: Rumanía hace más de veinte años.
Todos los demás poco a poco van espabilándose con el traqueteo y participando en la conversación. Muchos hablan español. Emigrantes retornados por la crisis, algunos de la vendimia, otro con una hermana en Valladolid, otro trabajó en Bilbao, el que tengo enfrente, el del palinca, lo había hecho en Milán; alguno de ellos no lo tiene que haber pasado demasiado bien en España, no es bonito que asocien de manera directa tu nacionalidad con delincuencia, pese a ello ninguno nos lo hace notar y son muy simpáticos y agradables.
A la vuelta a algunos les tocará ir en el exterior de un convoy de unos veinte vagones cargados de troncos, cada tres vagones, un hombre. Son un freno viviente, ellos lo accionan de manera que el tren no agarre demasiada velocidad por la gravedad, los ves ahí afuera, no importa si la temperatura es de 20º bajo cero.
Cuando entran en el vagón se arremolinan junto a la estufa, uno me ofrece un cigarrillo, el otro un chicle mentolado. El conductor de la locomotora ya me regaló una chapita de “I love tren”. Sin detenerse y desde el tren.
El maquinista a punto de hacerme un regalo sin parar el tren y sin conocerme de nada.
El empeño en hacer que el forastero se sienta bien en todo Maramures, es algo que se palpa en el día a día.
Juegan a las cartas, al póker, algunos bebemos y fumamos, nos ofrecen jugar, no quiero que me desplumen y así se lo digo, me confirman que algunos se juegan hasta la nómina. Se va haciendo de día surcando paisajes regios y esplendorosos.
Trabajan en esto porque se gana más dinero que en otros quehaceres. Quinientos euros mensuales no es un mal sueldo en Rumanía.
Nos invitan a nuestro segundo desayuno del día, chorba –una especie de guisado-, chorizo y queso cascaval. Yo reparto cigarrillos.
Interior del vagón.
Sólo hay dos mujeres en el vagón, la intrépida viajera de los ojos marrones y María, encargada de un albergue y que nos ofrece pasar la noche allí, casi al final de la línea, aceptamos.
Una pasada de sitio.
-En España- me dice cuando nos sienta en el nevado jardín y veo que no para de sacar comida- mandarás tú, pero aquí en Rumanía mando yo, qué aproveche. Y a continuación nos atiborra.
Nos ceba como a gorrinos a las nueve de la mañana. Dice que todo es bio y lo cría y cultiva ella.
¡Nuestro tercer desayuno del día!
Si alguien busca un lugar espectacular y aislado en el corazón más indomable de los Cárpatos, Valea Babi es su sitio.
María, disfruta de una actividad incesante dirigida en otorgarnos todo tipo de detalles y atenciones, somos sus primeros huéspedes en todo el invierno aparte de los leñadores.
El albergue está junto a las vías del tren, como todo en esta región, y pasear desde él hacia cualquier dirección es deleitarse por bosques profundos, ríos en deshielo y silencio sólo roto por las águilas y nieve derritiéndose.
Casi se puede intuir la presencia de ciervos y urogallos y no te cruzas con nadie que no sea la policía de frontera en su curioso vehículo -cuentan que esta es zona de contrabandistas de tabaco desde Ucrania- o con trabajadores de las explotaciones madereras, gente vociferante y simpática, de profesión leñadores, guardas forestales, o cocineras, como María.
Policía de Frontera.
No es el único vehículo de carretera adaptado a las vías de tren. A lo largo del recorrido podremos ver que estos vehículos se utilizan para transporte de personal. También es posible alquilarlos.
Como esta “Mercedes Tren”.
O esta otra “Ford Trensit”.
Podemos encontrarnos también antiguas piezas de ferrocarril dignas de museo.
Caminamos varias horas siguiendo las vías del tren. Si no fuera por ellas nos sentiríamos las dos últimas personas sobre la faz de la tierra.
La tarde la pasamos dándole de comer a la estufa de cerámica en nuestra espartana habitación mientras el sol se pone y el frío se apodera del exterior. Los primeros copos empiezan a caer.
Al crepitar del fuego, me rascan la espalda, señal inequívoca de que son buenos tiempos.
Sí, me gusta Rumanía.
Mucho, nena, mucho…