PARTIR. LA DESNUDEZ ANTE EL VIAJE
Nelo | April 24, 2016Cualquier viajero sabe que la partida es una liturgia. Los primeros instantes de un viaje son casi sagrados pese a estar rodeados de lo cotidiano, o quizá precisamente por eso. El idioma escuchado, su tonalidad, aún es el de la tierra de uno, los olores, las maneras de reír, la misma estación de tren de tantas otras veces, familiar, los periódicos expuestos aún conocidos y legibles.
Gran Vía Fernándo el Católico, Valencia.
Todo empieza a moverse y el lugar de origen adquiere un color diferente, no demasiado evidente, pero si filtrado por el matiz del que se va y sabe que no volverá hasta que le hayan pasado muchas cosas. Todo empieza a moverse y se acabaron preparatorios, incertidumbres y preocupaciones. Y en ese punto en el que sabes que ya no hay vuelta atrás, te sientes diferente a cualquier otro momento, circulando por las mismas calles de siempre, pero tú ya estando de viaje. Son instantes únicos.
Estación del Norte, Valencia.
-No te mueras, y vuelve.- La de los ojos marrones me anima así. Y eso que es optimista, eso dice.
Congoja y casi lágrimas. El pulso bombeando fuerte, unidos por un beso. Uno de esos intensos, de los de película americana años 50, de los de por si acaso. Mi mano en su culo por aquello de querer atrapar el instante. Después, ella haciéndose pequeña mientras me dice el último adiós con la mano que asoma por la ventanilla del coche que se aleja.
La Jenny de Forrest Gum. Nunca lo quiso lo suficiente porque el era demasiado raro.
Y el peso de mi mochila clavándose en mis hombros mientras entro en la estación.
Y el tren que empieza a moverse atravesando el estómago de la ciudad, deslizándose como una serpiente urbana entre fincas y grafittis, naves industriales y aparcamientos para camiones. La tierra baldía del extrarradio de cualquier urbe, antiguos campos de cultivo hoy convertidos en solares, casas viejas y vías muertas, en espera de tiempos de bonanza económica que permita al monstruo seguir creciendo, tapando con cemento y hormigón antiguos vergeles.
La ciudad muestra sus vergüenzas al tren sin el menor reparo, subiéndose la falda enseña su trastienda no preparada para ser vista por nadie.
Sus entrañas más íntimas.
Varsovia, Polonia.
Irse, marcharse, cuesta poco porque es el momento que soñaste. Eres sólo un tipo que se subió a un transporte, pero te sientes como un héroe, lo conseguiste. Debe ser la épica del movimiento. Muchas veces se llora y todo eso, pero son lágrimas de buen rollo si el viaje es elegido y voluntario.
Después vienen una serie de momentos gloriosos como es el de cuando llegas a la puerta de embarque del avión y ya ves que la mayoría son naturales del país al que te diriges.
Si soy el único forastero entre un mar de oriundos del lugar al que voy, es que voy bien.
Aeropuerto de Estambul.
Otro momento fuerte es el de cuando los pies se posan en el nuevo país. Consciencia total, “estás aquí”, despierta. Y respiro profundo.
La policía de frontera estampa el sello en tu pasaporte y te permite pasar. Otro momentazo.
Y pones la cara de borrego de cuando se sale al exterior dejando atrás esos limbos aeroportuarios siempre tan parecidos y el nuevo lugar te envuelve, te acaricia, te mete mano, a veces te abofetea, a veces se te folla todos y cada uno de los sentidos.
Accra, Ghana, África Occidental
Es difícil determinar el verdadero origen de lo que te lleva hasta ese punto, cual fue el inicio dentro de ti del viaje, se puede saber con mayor o menor exactitud el momento en que se decide viajar, pero no sabes cual fue el momento de la formación del embrión, porque suele ocurrir de manera inconsciente, tal vez leíste algo, viste algo, escuchaste una canción, alguien te dijo algo de ese sitio. Y eso se te queda dentro permaneciendo aletargado, durante un tiempo, a veces durante años.
Es más fácil saber su momento de germinación, el Big Bang que te lleva sin remedio hacía allí que el chispazo inicial.
El nacimiento de tu viaje pudo ser aquel día que pensaste que necesariamente vas a tener que ir a ese lugar.
Pudo ser una tarde mientras volvías de hacer la compra del super y escuchaste un ritmo africano, o viste un vuelo barato en el ordenador, o te quedaste sin trabajo y viste a aquellos chicos al lado de la carretera haciendo dedo en un documental sobre la Patagonia mientras estabas en bragas espatarrada en el sofá haciéndote las ingles.
Pero la gestación igual ocurrió en un bar de hace veinte años mientras un tipo te contaba algo de algún desierto africano entre cerveza y cerveza, o en una película que viste cuando eras niño y que quizá ni recuerdas.
-Chiwaka, enfucha el turbo y al hiperespacio.
Partir de viaje ya es una victoria. Tanto como volver.
El miedo lo sabes dominar porque tu curiosidad y tus ganas han podido más, o sea que ya tienes la partida ganada.
A partir de ahí todo será bueno aunque lo que pase no coincida con lo que soñaste que te iba a pasar.
A veces todo surge de razones más bien anodinas. Cansado de repetir lugares, en esta ocasión mi única regla era ir a un lugar en el que no hubiera estado antes, mi tiempo para hacerlo una semana, y el dinero de mi bolsillo poca cosa. Apenas calderilla.
Es invierno, de noche, en una ciudad a orillas del Mediterráneo. Mientras en el resto de España llueve o nieva, aquí sólo llega el aire seco de poniente:
-Mira cariño, un billete Barcelona-Skopje a setenta ida y vuelta. ¿Te importa si me voy una semana?
-Vete mi amor, yo nunca te diría que no – Me dice. Esta chica es fantástica, me digo, o es ideal, o me conoce muy bien y es muy lista, o tal vez ambas cosas.
-Ya sabes, Macedonia, debe molar y todo eso…
-Qué sí, pesado, cómpralo, en serio. Eso sí, pórtate bien, no me jodas…
-Qué dices, pero si yo estoy loco por ti, y lo sabes.
-¿Cómo de loco?
-Muy, muy loco.
-Ven aquí y cuéntame algo de tus viajes.
-¿Dónde?
-Aquí, muy cerca…
-¿Aquí?
-No, más cerca tonto, mucho más cerca…
Y el skyscanner se queda un rato abierto en la pantalla encendida del ordenador. No voy a entrar en si mucho o poco rato, no te pases, que ya cuento bastante, a ver en que blog de viajes te cuentan esto.
Una semana después estoy en un callejón oscuro sin asfaltar de la capital de Macedonia a las tantas de la madrugada en pleno timo.
El protagonista del timo, el primo, el timado, soy yo.
Tengo un taxista que delante que me acaba de robar doce euros en una treta muy habilidosa y todavía quiere más.
Es decir que se cree que soy gilipollas dos veces, que soy re-gilipollas pues.
Llevo una hora en el país y un cabreo importante: me gustaría arrancarle la yugular al tipo. Pero en vez de eso le digo que se largue.
Skopje, Macedonia
El hostal no abre por mucho que llame al timbre, pero insisto, dormir en la puerta de un hostal no es muy agradable, lo sé por experiencia. El silencio es profundo, las luces pocas, el suelo de barro, el frío hace que parezca que fume.
Mis mecanismos de defensa se activan. Tal vez ser timado la primera noche es una promesa de que el país será emocionante, siempre fue así. Pensando eso me recompongo algo. Además padezco un extraño ataque de empatía por el taxista, y prefiero mil veces ser timado de tarde en tarde, que tener que dedicarme a timar cada noche a alguien, pobre desgraciado, ¡menuda vida de mierda!
Al rato la puerta del hostal se abre, un chaval somnoliento me enseña cual es mi litera. Duermo mal, el orgullo herido no ayuda a ello, sé que en unas horas se me habrá pasado y viviré otro momento glorioso, el de cuando se hace de día y una ciudad desconocida se abre, se ilumina, dejándome vislumbrar algunos de sus encantos.
Pristina, Kosovo.
Y como un bebé que recién sabe andar, daré los primeros pasos del verdadero viaje, el cual lo tendré que esbozar desde el principio, pintándolo como se pinta un cuadro sobre un lienzo en blanco.
Esto es lo que más me gusta de viajar, que cada vez se nace de nuevo, que cada vez te inventas, que cada viaje es un verdadero ejercicio de creatividad.
Y conviene que sea un cuadro pintado por uno mismo, nuestro cuadro, nuestra creación. Por eso es recomendable no seguir ninguna guía, ni siquiera guías sobre viajeros independientes, ni tampoco hacer caso de los que escribimos sobre viajes. No seguir los pasos de nadie, excepto los de uno mismo. Que nuestro viaje sea realmente nuestro. Conviene olvidar todo lo leído sobre el lugar y sus gentes, conviene olvidar todo lo aprendido hasta ahora en otros viajes, y por supuesto todo lo aprendido en casa.
Yo quiero fumarme lo mismo que este tipo.
Aún así es difícil no andar dándonos respuestas, es lo más cómodo e incluso las necesitamos ante nuestro desconcierto, ante nuestra falta de conocimiento del medio. Lo he visto en muchas ocasiones, y yo mismo lo hago de manera frecuente, a las pocas horas o días de llegar a un país, juzgamos involuntariamente y nos creemos nuestras propias sentencias, nos aferramos a ellas como tablas de salvación en medio del mar desconocido y tormentoso. Por ejemplo, llevas un día y medio en Macedonia y ya te atreves a decir cosas como “Macedonia es …” O puede que pases un mes en la India y ya te atrevas a decir “es que las cosas en la India son…”.
Y la única verdad es que no sabes casi nada. Y esta verdad queda demostrada conforme pasa más tiempo, o vuelves a ese lugar, y tú mismo te das cuenta que estabas equivocado.
Es entonces cuando te replanteas todas tus respuestas y afirmaciones, siguiendo el certero método de la duda. Dudar de todo lo que creas, de todo lo que veas, en especial de aquello de lo que más firmemente estés convencido, es un buen método porque revoluciona tu manera de pensar, levanta los cimientos, rompe cristales y airea habitaciones empolvadas. Cuando haces esto, a cada respuesta que encuentras le surgen diez nuevas preguntas, con lo que podría decirse que te acercas más al conocimiento o algo así.
¡Pero no! Eso tan sólo es una ilusión, es “maya” diría un hindú.
Rajastán, India.
A la larga tiene una trampa, es la pescadilla que se muerde la cola: cada diez preguntas nuevas tendrás diez respuestas y cada una de ellas te creará diez preguntas más, y este sistema exponencial acaba en un laberinto, un quilombo, diría un argentino, de no certezas, preguntas y respuestas.
Y piensas en como escapar de todo esto.
¿Momento en que se da cuenta que viajar no sirve de tanto?
Quizá se trate de no responder y de no preguntar, solamente mirar y ser. Ser un espejo. Mirar y describir. Reflejar. Mirar y seguir respirando, nada más. Esta técnica requiere un gran esfuerzo y estar alerta continuamente hasta que la automatizas.
Eres sólo un extraño que mira desde una esquina de la habitación.
No intervienes, no juzgas, no llegas a precipitadas conclusiones erróneas. Tienes la gran ventaja de una inmersión total en el presente.
Eres sólo un alma esparcida por el viento de la llanura.
Un par de ojos dentro de un autobús que atraviesa un paisaje polvoriento.
Un tipo desnudo saltando las olas del mar cuando rompen en la playa.
No piensas de qué está hecho el mar, ni de donde vienen las olas, tampoco te preguntas sobre su profundidad unos metros más allá, ni necesitas saber el grado de salinidad, ni la temperatura del agua. Sólo eres una silueta tratando de no ser derribado por la próxima ola. Disfrutando de la llegada de la próxima ola. El futuro se limita a la próxima ola. El pasado no sirve ya para nada, son tus ropas dejadas sobre la arena. El presente es tu libertad, el agua espumosa, tu piel desnuda y el sol que la acaricia. No hay nada más.
Ojos marrones al desnudo en una playa de Almería, poco después de amanecer.
Desaprender. Ser sólo unas manos que escriben en medio de la noche lo que han visto ese par de ojos frente a una pantalla de ordenador para que otro par de ojos puedan leerlo.
Sí, tú.