MALASIA, MALACCA ME MATA
Nelo | August 28, 2015El paisaje que atraviesa el autobús que hace la ruta Johor Barhu-Malacca es más verde que un desnudo del increíble Hulk, las plantaciones de aceite de palma son las culpables del predominio de este color, dando una falsa imagen de naturaleza y pureza.
Pero esto no es más que una ilusión. En realidad han arrasado gran parte de la Malasia peninsular para plantar estas palmeras, pasando por encima incluso de selvas primigenias de incalculable valor.
¿Sabías que el 50% de los productos que compras en tu supermercado contiene aceite de palma?
Y la demanda de aceite de palma sigue creciendo por su uso para el biodiesel. Me pregunto que tiene de “bio” un combustible culpable de ser el destructor de las últimas selvas del planeta.
Welcome to the jungle!!
No digo que no genere sustanciosos ingresos al país, pero además de la cagada ecológica, la vida de los trabajadores en estas plantaciones es dura, los sueldos bajos, las jornadas largas, las condiciones de trabajo penosas, hace mucho calor, hay mosquitos, ratas y serpientes. Y monos que te roban tu almuerzo.
Y una vez más un paisaje dominado por el hombre, bonito sí, mucho, pero artificial y subyugado.
Claro, desde este lado de la ventanilla, sentado bajo el potente chorro helado del aire acondicionado, las cuatro horas de viaje del autobús se hacen agradables, y el paisaje de palmeras hasta el infinito, incluso bucólico mientras lo contemplo entre cabezada y cabezada, y devoro frutas de nombre y sabor desconocidos, compradas ya troceadas en el último puesto ambulante. A tomar viento los consejos sobre el trópico que da el ministerio de sanidad. Si por ellos fuera uno no iría ni a la esquina, ni comería más que comida envasada, desinfectada y con condón.
A mí, desoír los consejos del gobierno me parece un buen consejo. Mira qué pinta.
Malacca es una ciudad que recibe al viajero con amabilidad, no se muestra arisca más que con sus temperaturas excesivas al recién llegado de Europa, pero después de ser abofeteado vergonzosamente por el calor, todo lo demás está pensado para que el turista o viajero, se sienta a su gusto.
Esto es así porque provee al turista de todo aquello que desee, por absurdo y ridículo que pueda parecer:
-Si quieres museos, hay un montón a tu disposición. Más de 35 museos no es una mala cifra para una ciudad de no mucho más de medio millón de personas. La alta densidad de museos es debido a que Malacca (o Melaka en idioma malayo) quiere seguir siendo catalogada por la Unesco como patrimonio de la humanidad, lo que la obliga a mantener en pie sus edificios históricos, por lo que los transforma en museos. Pensaba hacer un listado, pero hacer que leas eso puede llegar a ser tan aburrido como visitar algunos de ellos. Más si llegas el día de los museos gratis, te hinchas de museos, menos mal que en encontramos uno con música tradicional de Melaka en vivo, y con aire acondicionado.
-Cariño, ¿desde cuando te interesa la música tradicional de Melaka?
Pienso en el infierno exterior, es mediodía, si sigo sudando pronto pareceré un cerdo.
-¿A mí? Desde siempre, es una música maravillosa.
No pienso despegarme de este asiento hasta que se me disipe la posibilidad de muerte por golpe de calor. Si hace falta me encadenaré al aire acondicionado.
El grupo siempre toca la misma canción, variando los intérpretes, espontáneos del público, al más puro estilo Pimpinela, es decir en parejas. Afortunadamente, aunque tengo que ponerme en pie y decir mi nombre y país, no se me obliga a cantar con la de los ojos marrones en nuestro mejor malayo para deleite del público general.
-Si se espera, por su evocado nombre y su pasado colonial portugués y holandés de importante puerto asiático, que hayan ciclo-rickshaw –los carritos que transportan personas empujados por una bicicleta- se crean.
Si el turista los desea con luces fluorescentes y motivos de Frozen o Hello Kitty se adapta y se los da, no importa que hace unos años no existieran, ahora se anuncian con música atronadora, este año, Enrique Iglesias en concreto, lo que me da ganas de dejarme atropellar por uno de ellos a ver si consigue sumergirme en la inconsciencia.
El resultado es de lo más kitsch que he visto en mi vida, no sé muy bien aún si me parecen horrorosos o fantásticos, quizá lo primero, pero no dejo de subir a uno, ya que últimamente me regodeo en lo ridículo hasta límites insospechados, incluso un día voy a ser capaz de vestirme como un turista chino o de comparármela con un negro…
Sí, yo he pecado.
-¿Grandes centros comerciales donde refugiarse del espantoso calor diurno? Eso está hecho, se hacen kilométricos y así no hace falta que salgas en todo el día. No voy a dar mi opinión sobre los centros comerciales, pero queridas lectoras, soy un tío, así que os podéis imaginar, no me hagáis ponerme escatológico. Lo que si voy a hacer es reconocer que en Malacca cuando cruzas sus puertas y te envuelve ese frescor de climatizadores industriales, es como volver a la vida, como que te reconcilias con el mundo, dada la inhumana temperatura del exterior. Incluso deseas acompañar a una de esas pesadas que se tiran horas de compras, arriba y abajo, antes de salir al insufrible asfalto, y eso que mi tiempo límite recomendado de estancia en un centro comercial, antes de caer en el hastío o el cabreo, ronda los dos minutos y medio. Máximo.
-¿Centro histórico colonial con canales y barquitas surcándolos día y noche?, también lo hay, aunque esto sí que viene de antaño.
Hay lindos murales a lo largo del canal. No hay un pero en este apartado, a veces también escribo en positivo. Pero si no tienes mucho dinero, que sepas que el recorrido que hacen las barcas, lo puedes hacer andando tranquilamente por las orillas.
-Que el estrecho de Malacca suena a piratas, pues se pone en el centro una réplica a tamaño natural de una carabela portuguesa. ¿Algo más? Sí, un avión, una patrullera, un tren, un camión de bomberos y lo que haga falta, se deja caer en el centro en medio de los jardines de la Plaza Merdeka y ya, a disfrutar.
-¿La colina no es muy alta y no permite una buena vista panorámica de la ciudad? Pues se hace una gigantesca torre giratoria para que se pueda ver todo.
-¿Una calle dónde salir de noche a cenar y tomar algo? La Jonker Street, muy turística y por lo tanto bastante anodina. Y más cara que el resto de la ciudad, claro.
Por eso, prefiero con creces Little India.
-¿Te gustan los grandes hoteles de lujo? Los que quieras. ¿Eres un mochilero de bajo presupuesto y aspecto cuidadosamente desaliñado? Bienvenido, hay hostales a montones. ¿Un Hard Rock Café para aquellos que no quieran enterarse que cambiaron de país? Faltaría más…
Y aún así, y esto es lo más increíble de todo, aún así Malacca me gusta y mucho. No sé muy bien por qué, pero lo digo completamente en serio.
Tal vez porque voy de la mano de la niña, y ella sí que sabe viajar y ver. A sus nueve años todavía no ha desaprendido muchas cosas importantes, permaneciendo impoluta, y eso se nota.
O por su Little India, sus deliciosos rotis para desayunar, sus restaurantes vegetarianos donde sí saben hacer buena comida, la disparatada mezcla de tipos de comercios, la vuelta al olor de curry y la hidratación a base de “Milo ice”.
O tal vez porque, después de todo, pese a todo, la ciudad de Malacca pervive auténtica bajo esta capa de maquillaje, es una ciudad de verdad.
Urbe algo extraña y con una fuerte personalidad, pero con una cierta tranquilidad y sosiego, pese a los turistas chinos. Como la de los ojos marrones, mientras camina a mi lado, con las mejillas sonrosadas, padeciendo los rigores del trópico por primera vez en su vida, valiente, caliente, bondadosa y polifacética. Dulce, como un rambután maduro la primera vez que uno lo prueba, extasiado, mientras la ambrosía chorrea por las comisuras de los labios. Fruta de dioses, sueño de esclavos. Selva húmeda y en penumbra por recorrer. Cobijo del vagabundo, suave y tierna palidez. Las benditas marcas del sol. Bahía, puerto y refugio, ensenada de aguas cristalinas. Ciudades y manjares que glorifican nuestra frugal existencia, también la de un filibustero sobreviviente de mil naufragios, de piel quemada por el sol, callos en las manos y cicatrices en el alma, cascarón sin timón mecido por el oleaje, de cuadernas agrietadas por mil galernas, tigre de Malasia sin galeón ni bandera negra, pero con mochila y picado por los mosquitos, buscando un islote desierto en el que desaparecer, surcando mares verde cobalto salpicados de mil peñascos, guiado por la Cruz del Sur.
¿Acaso no seguimos siendo los viejos Tigres de Mompracem? – repuso el portugués-. Donde ponemos las garras, arrancamos lo que queremos. ¿Quieres una prueba? Emilio Salgari