LA SUPUESTA SERIEDAD RUSA
Nelo | June 18, 2017En abril el sol del Ártico ruso es perezoso, no se eleva, no calienta, no acaba de salir ni se acaba de poner. Siempre merodeando el horizonte, como si tuviera miedo de la verticalidad parece dubitativo o laxo, un vago redomado al que le cuesta todo excepto estar, y eso con permiso de las nubes. Entonces aparecerá indeciso, como por obligación, por calendario, porque es su deber, mirando hacia otro lado cuando se debería encargar de calentarnos si no se empeñara en disimular sin alcanzar ningún tipo de majestuosidad, excepto cuando toca suelo y rebota en la nieve y en el hielo, deshaciéndose entonces en mil destellos y llenando el paisaje de un brillo impoluto que te hace entornar los ojos.
Taiga entre Olernegorsk y Lovozero, península de Kola.
No me atrevería a afirmarlo, pero leí en algún sitio que si sonríes en Rusia por nada, por ejemplo al entrar a algún sitio, es posible que se confundan y piensen que te estás riendo de ellos. No deja de tener sentido, estoy estudiando el tema pero de ser cierto los rusos podrían demostrarnos que la empatía e incluso la hospitalidad, no tienen porque estar acompañadas desde el principio por una sonrisa bobalicona. Y mucho menos aspectos como la lealtad, la honradez, o la franqueza podrían no tener nada que ver con la sonrisa. Lo que pasa que la seriedad no está de moda en occidente.
No creas que estoy muy triste
Si no me ves sonreír
Es simplemente despiste
Maneras de vivir
Leño
Además, vamos a desmentirlo, que los rusos no sonríen es un tópico tan falso o verdadero como cualquier otro. Yo he visto sonreír como en cualquier otra parte del mundo que se encuentre a la misma latitud. Y si no fuera así, tienen excusa, probad a sonreír a 20º bajo cero y decidme si es fácil. Por no hablar de lo que la mayoría cobra a fin de mes.
9 de la noche en Murmansk, capital de la península de Kola.
Así que respecto a la presunta seriedad rusa aún no he llegado a ninguna conclusión porque es lo que tiene estar de paso, que sabes mucho más que cualquiera que no haya estado nunca aquí, pero a la vez cobras conciencia ante el hecho de que cuando empiezas a enterarte de algo ya te estás marchando a otro lugar.
Para no convertirse en bestias, se embriagan
De espacio y de luz, y de cielos incendiados
El hielo que los muerde, lo soles que los broncean,
Borran lentamente la huella de los besos
El viaje. Baudelaire.
Lo que quizá demuestre que viajar no deja de ser un hecho pueril, que te convierte en un aprendiz de todo pero maestro de nada, casi tan intrascendente como el paisaje formado por la taiga que pasa relativamente veloz al otro lado de las ventanas del tren que, siempre rumbo norte, se dirige desde San Pertersburgo a Murmansk, partiendo en dos mitades la península de Kola.
Muro infinito de árboles más bien delgados, empalizada continua de abedules, paisaje que pasará de la taiga a la tundra en cuanto vayamos pasando el paralelo 69, número guarrete que nos indica que hace ya tiempo que andamos por dentro del Círculo Polar Ártico.
Un paisaje omnipresente que no parece que albergue gran variedad de especies, ni tampoco gran variedad de colores, paleta apenas formada por blanco, por todos los grises posibles, hasta casi el negro en la nieve más sucia. Cielo pálido, tímido azul, nubes tenues, alargadas, casi indefinidas, lo algodonado queda en exclusiva para la nieve recién caída en gruesos copos que se dejan atrapar con la boca.
Pese a la poca variedad de colores hay una amplia gama de tonos que ofrecen un conjunto total armónico e incluso suave dentro de su enormidad.
De tarde en tarde pequeños grupos de cabañas con pequeñas parcelas ahora sepultadas bajo varios metros de nieve, esperan tal vez un corto verano para ser ocupadas por familias rusas.
Gruesas mujeres morenas de pelo corto y ojos claros, parlanchinas entre ellas, acompañadas de hombres de cabeza monumental, como de veinte kilos, verdaderos zamarros que pescarán y beberán vodka en camisetas de tirantes en lagos hoy helados, donde de momento sólo se aventuran solitarios pescadores que hacen un agujero en el suelo plantando encima su tienda de campaña, mientras un tropel de niños rubios, los únicos que ahora en invierno aportan con sus ropas algo de color al paisaje natural o urbano, alborotarán como alborotan los niños de cualquier lugar.
Pero eso será en verano, un verano inimaginable, como cosa de otros mundos. De momento desde la ventanilla del largo tren veo un paisaje drástico y único.
Toda la literatura rusa está recorrida por un pitido de tren en la noche
Álvaro Cunqueiro
Porque si existe un país que sería inimaginable sin la existencia del tren es Rusia.
Jamás había visto algo así, pienso mientras el paisaje se cierra tras de mi como si el tren fuera una cremallera, por mucho que se empeñe David Lean con su Doctor Zhivago, película en la que los ojos de heroinómano enternecedor de Omar Sharif recorren paisajes sorianos y que a nosotros nos cuelan con la típica maestría cinematográfica como si fueran rusos.
Cuando no podamos viajar a Rusia siempre nos quedará Soria, porque tal vez cualquier paisaje del planeta pueda, aunque sea de manera estacional, tener un homólogo algo más pequeño cerca de nosotros. Podemos aparecer en pleno invierno, pertrechados con algunas botellas de “agüita” que es lo que significa vodka, y asomar nuestra nariz a la comarca del Moncayo, si en la película funciona, las sensaciones deben de ser parecidas.
El Moncayo de Soria, los Urales de Rusia en la película Doctor Zhigavo.
Yo, por desgracia, de Omar Sharif no tengo ni el bigote, pero podría repetirte sus palabras:
“No me hagas caso. Quería decir que con respecto a ti estoy celoso de lo que es oscuro e inconsciente, de lo que no se puede explicar ni comprender. Estoy celoso de los objetos de tu tocador, de las gotas de sudor de tu piel, de las enfermedades que están en el aire y pueden atacarte a ti y envenenar tu sangre. Y como si fuera de una infección de esta clase, estoy celoso de Komarovski, que un día te me quitará, del mismo modo que un día tu muerte o la mía habrá de separarnos. Ya sé que todo esto debe parecerte muy complicado. Pero no sé decirlo de una manera más comprensible y clara. Te quiero inconscientemente, hasta enloquecer, sin límites.”
Libro Segundo – XIII. Ante la casa de las estatuas, Doctor Zhivago
Y tú, con las mejillas rojas por el frío me responderías como ella, dispuesta a todo:
“Me tienes constantemente sometida. Recuérdame en todo momento que soy tu esclava, que te amo ciegamente y que no razono.”
Libro Segundo – XIV. De nuevo en Varykino.
Porque yo en Rusia persigo un sueño. En él había una cabaña de madera solitaria en la orilla de un lago congelado, al norte del Círculo Polar.
Era una cabaña sin más pretensiones que la supervivencia, algo destartalada, la nieve nos mantenía aislados todo el invierno, teníamos leña suficiente para mantener vivo el corazón rojo de la vieja estufa, pescábamos, bebíamos vodka brindando por cosas lindas, y cada día, varías veces, en el bosque resonaban las risas, que iban mutando a murmullos, seguidos de gemidos, transformándose en gritos como de animal salvaje que no eran escuchados por nadie.
Sólo el viento y los ecos de la fuerza de la creación ahogados por las colinas mostraban algo de movimiento en un paisaje congelado.
Nevaba, y yo, era feliz.