ISLANDIA ANTES DE HACERME MILLONARIO
Nelo | May 6, 2018Durante esta última mañana de nuestro viaje a Islandia la niña permanece en el coche casi todo el rato.
Está resfriada y cansada. Bastante ha hecho con acompañarme hasta aquí. El viajero de momento soy yo, no ella…aunque tal vez algún día afloren todos estos posos que los viajes se supone le están dejando muy adentro.
Quiero creer que viajar con niños es una inversión de futuro. Como una semilla puesta en una incubadora a largo plazo.
Un efecto alas de mariposa prolongado en el tiempo, aplazado hasta el futuro. Ahora no parece que surta efecto alguno mientras gana la batalla el Disney Channel, el trap latino, y el cancerígeno slime, pero pensar así consuela mucho mientras te preguntas qué sentido tiene gastarse un dineral en mover a los niños miles de kilómetros para que después te pongan cara de culo porque están cansados o porque están hartos de ver cataratas y nieve.
-Papá, que no salgo del coche, estoy harta de cataratas y hace frío.
-¿Perdona?
Pero quiero creer que esa mariposa que movió sus alas al otro lado del Atlántico un día provocará un maravilloso tsunami en sus vidas que pondrá el planeta a sus pies.
Además yo también pongo cara de culo cuando estoy cansado. Casi todos lo hacemos. ¿Qué tú no? Venga, que a mí no me engañas con esa cara de Buda, que por dentro estás que trinas.
Lo que no entiendo es por qué está cansada después de varias noches de dormir en el coche, nieve, hielo y temperaturas bajo cero, más de 1500 kilómetros recorridos y una alimentación deficiente a base de salchichón, galletas y sopas de sobre que no se llegaban a calentar del todo.
-Cariño, ten cuidado que estos fideos están muy duros y pueden partirte un diente.
-Cariño, ven aquí con papá que apenas hace fresquito.
En algún lugar del norte de Islandia. Temperatura: -3º C. Sensación térmica: Cagados de frío.
Es nuestro segundo viaje a Islandia, en el anterior conocimos parte del sur y en este parte del norte.
Vamos solos, ella y yo. La de los ojos marrones está paseando su lindo trasero por otra isla, pero templada y mediterránea. Lejos, (aunque siempre en mi corazón y bla bla bla ¡hola cari!).
He reservado estas horas antes del vuelo para recorrer la más que interesante península de Reykjanes donde está el aeropuerto de Keflavik. Tengo varias cuentas pendientes con esta península.
Península de Reykjanes, formada en su mayor parte por un enorme campo de lava. Al fondo la población de Keflavik.
Entre otras cosas me gustaría encontrar la casa donde vivía un escritor en Grindavík, y también ver con mis propios ojos un faro que vi en una foto y me enamoró.
Faro Hopsnes. Si no lo veo reviento.
¿Fantaseaste alguna vez con refugiarte una temporada en un faro? No me extraña.
También me interesan sus alrededores, un cementerio de barcos que el mar empotró contra estas costas.
Fantástico sueño cumplido. Me gustan las costas de esqueletos estén donde estén. Al fondo el faro Hopsnes.
Además me gusta Grindavík, tal vez porque fue el primer pueblo que conocí en Islandia, me gusta porque su puerto huele a bacalao puesto a secar y la mayoría de los barcos que en él fondean son, además de los pescadores, de emergencia y salvamento, lo que da buena idea de la bravura con que las olas del Atlántico Norte baten sus escarpadas y volcánicas costas.
Quién quiere ir al Museo del Bacalao de Grindavík, naturaleza muerta al fin y al cabo, teniendo delante semejante espectáculo de una realidad tangible por diferentes sentidos.
Esto es el ahora y el aquí. Un museo no deja de ser un cadáver en una vitrina bajo una luz artificial.
Tipos duros de Grindavík. ¿Arriesgan la vida porque aman lo que hacen?
La respuesta puede que nos la dé el nobel de literatura islandés Halldor Laxness:
“Un hombre libre puede vivir de pescado. La independencia es mejor que la carne.”
Gente Independiente. 1934
Grindavík está situada en la península de Reykjanes no demasiado lejos del aeropuerto de Keflavik y la famosa Blue Lagoon.
Pero que nadie se alarme por estar aquí la famosa laguna, la península de Reykjanes respira salvaje.
Me gusta Grindavik porque no está edulcorada en exceso para el turismo, o al menos no se nota, sino que es un ejemplo de supervivencia en una península barrida por vientos feroces y helados, donde un árbol es una quimera y su suelo roto es negro y áspero, cortante como cuchillas, tan solo suavizado por la esponjosidad de un musgo color verde psicodélico y unas manchas blancas de nieve sobre negro. Existen pocos contrastes tan absolutos como el de la nieve sobre la lava.
Cráter Hverfjall, Lago Myvatn, norte de Islandia.
Me gusta Grindavik porque en sus alrededores solo graznan enormes cuervos azabaches, gordos y brillantes, los cuales se alimentan, quiero imaginar, de los desechos que el océano estampa contra los bordes de este gigantesco campo de lava, lleno de pecios, de barcos arrastrados sin remedio hacia aquí y convertidos en amasijos de hierros irreconocibles, imposibles de recrear por el escultor más tronado que jamás haya nacido.
Chatarra moldeada por la naturaleza. Algunos me recuerdan ballenas varadas tras su última travesía.
En la mañana temprano del 12 de febrero de 1988, el barco Hrafn Sveinbjarnarson III naufragó aquí justo al lado del cabo. Un helicóptero de los guardacostas islandeses rescató a sus once tripulantes.
Restos naranjas–como el faro- a base de óxido y herrumbre, testigos retorcidos de tragedias espantosas.
Costa gélida de esqueletos muy metidos tierra adentro, tanto que cuesta imaginar las proporciones de unas olas que los han empujado a más de 200 metros de las orillas blancas y espolvoreadas de espuma de mar. Recomiendo ver este video para saber de que estamos hablando:
Si naufragara frente a estas costas creo que lucharía por acabar cuanto antes en vez salvarme, por puro terror.
Por si fuera poco fumarolas malolientes salpican esta costra de un mundo que aquí demuestra sigue vivo y creándose a base de aguas sulfurosas, azufre y fuego en sus entrañas.
Uno no sabe donde meterse entre un océano aterrador y un cielo enloquecido.
Con vientos capaces de arrancar de cuajo las puertas de los coches en este extremo islandés salpicado de acantilados e islotes turbadores, donde en lo más inhóspito, colonias de aves viven, se reproducen y mueren llenándolo todo de mierda blanca, piruetas aladas y estremecedores graznidos.
Me gusta Grindavik y por extensión toda Islandia porque los humanos han conseguido, a base de generaciones y naufragios, cambiar una vida dura y fría, de pura escasez y necesidades, a una vida más que confortable, muy agradable, relativamente justa y equilibrada, una adaptación exquisita a un medio baldío y atroz, y un sentido de la justicia y discreción, que no deberíamos idealizar en absoluto, pero que en comparación con otros lugares hace que el resto del planeta mire hacia aquí con envidia. De hecho los islandeses se hablan todos de tú y por el nombre, aunque se dirijan al ministro de hacienda.
Además han conseguido venderse bien y a un precio muy alto que los turistas no dudamos en pagar -no me extraña que sean ricos-, aunque el mérito corresponde a una naturaleza increíble que hace que conducir por la isla nunca suponga una pérdida de tiempo, surgiendo, como una erupción volcánica, un callo en el dedo que aprieta el obturador de la cámara de fotos.
Norte de Islandia.
Hoy en día, y siempre hablando dentro de unos parámetros de lujo y a la vez sencillez y simpleza, términos difíciles de combinar, han conseguido tener unas casas fantásticas, funcionales, de líneas rectas y amplios ventanales y todas más o menos parecidas entre sí, como si no hubiera demasiada diferencia entre ricos y pobres, o al menos como si los ricos NO hubieran caído en la tentación de hacer acto de ostentación en sus viviendas, al más puro estilo rollo Bertín Osborne o estrella futbolista engominada e insoportable de cuyo nombre no quiero acordarme. Horteras, que sois unos horteras.
Hay días que el Atlántico espanta tan sólo con mirarlo y las viejas casas derruidas hablan de un tiempo poco envidiable, de hambre, peligro, y frío. Hoy impensable desde unas viviendas de diseño, propiedad de unos habitantes que han conseguido vivir muy bien pese a las complejidades climáticas y un duro pasado documentado y bastante endogámico, del cual se sienten, con razón, orgullosos.
Granja en Grindavík.
Haber sobrevivido durante generaciones ya es para estarlo, pero es que no sólo viven, es que viven bien.
¿Son más felices que otros pueblos en otras partes? Yo no me atrevo a responder algo así.
Lo que les ha dado es tiempo de inventarse palabras como hæcstaréttarmalaflutningsmaõur o eyjafjallajökul, que digo yo que hace falta tener mucho tiempo libre -un largo y oscuro invierno- y una profunda vida interior y cierto retorcimiento para que surjan, siendo sólo un pequeño ejemplo de un idioma cuya escritura ha vuelto loco a cualquier sistema informático porque aún no hay tecnología capaz de entenderlo y analizarlo. Aún así tienen el índice de escritores más alto del planeta.
Y eso que usan la versión simple porque en la antigüedad era aún peor.
En el siglo XII tenía 9 unidades vocálicas cualitativas, con un total de 26 fonemas vocales, pues las vocales podían ser orales o nasales, cortas o largas.
Imaginaos lo que supondría oír yacer a una pareja de aquella época -porque en la antigüedad no follaban, sino que “yacían”- en una cama hecha con ¿pieles de foca? qué modalidad de gemidos más prolífica debieron utilizar, con tanta amplitud vocálica, qué barroquismo sonoro, nada del clásico ah, ah, ahhh, debía ser parecido a un concierto de Johann Sebastian Bach o similar al punteo de guitarra de Ritchie Blackmore.
Además las trenzas rubias…bueno, dejémoslo…
Es como si los islandeses hubieran tomado todo lo malo que a priori la tierra ofrecía y le hubieran dado la vuelta conviertiéndolo en bueno, han conseguido domeñar la fuerza de la Tierra y son capaces hasta de sacarle provecho a las pestilentes fuerzas geotermales, tanto como de fuente de energía para pueblos y gentes, como de lagunas cristalinas y azules hasta lo increíble creando mecas turísticas en medio del infierno como pueda ser la archiconocida Blue Lagoon, no visitada por mí debido a su alto precio. A robar a Sierra Morena.
Las centrales geotérmicas son tan feas y grises por fuera como cualquier otra fábrica. Pero no contaminan, tienen el corazón verde.
Quien también quiera evitarla puede bañarse en las excelentes piscinas de poblaciones como las mismas Grindavík o Keflavik, pudiendo ver por un precio mucho más módico a islandeses de verdad en sus piscinas de verdad.
Bañarse en Islandia es un acto social de primer orden, equivalente a salir de tapas en España, compartir unos mates en Argentina, tomar unos tés en el Sahara o beberse unas chelas viendo el atardecer sobre el desierto de San Luis de Potosí. En cambio los franceses se juntan para jugar a la petanca, qué emocionante.
Piscina de Hofsós.
Si alguien quiere ver a un islandés realmente distendido lo mejor es sumergirlo en agua caliente hasta el cuello. Las piscinas de Islandia son pequeños paraísos acentuados aún más por la aspereza de sus alrededores.
El mar bate tan fuerte que hoy la piscina natural del troll de Brimketill ni es piscina ni es nada, solo un hervidero de espuma blanca, una batidora incesable que salpica a los turistas que hasta aquí llegamos y que ateridos de frío duramos lo que duran unas cuantas fotos y unos cuantos oohhhss soltados frente a las olas más grandes. Del troll no hay ni rastro porque aunque es un troll no es gilipollas, y no quiere que lo arrastre el mar.
Más que piscina, turbo-jacuzzi de Brimketill.
Y todos sabemos que por el día los trolls no salen, ya se cansaron de convertirse en roca por todas partes de la isla y ahora llevan cuidado.
Donde si que hay gilis es en algunos autobuses que recorren la península cargados de universitarios extranjeros en viaje de fin de curso que no permanecen mucho rato en el exterior, el tiempo justo de lanzar al viento unas cuantas maldiciones para volver al autobús huyendo de la hipotermia y en busca de su móvil o celular.
En su helor y recogimiento no miran al frente al caminar, y soy arrollado sin espacio para esquivarlos en los estrechos senderos que van a las fumarolas.
-¡En Calcuta me respetaban más mi espacio personal, cabrones!- Pero como no sé decirlo en scottish lo que hago es clavar mi codo en las costillas de más de uno a modo de quilla rompehielos.
Buscaría pelea aunque solo sea para calentarme, pero ya estoy mayor para partirme la cara con un escocés casi imberbe de 19 años.
Y es posible que no fuera un buen ejemplo para la niña:
-Papá, ¿por qué te pegaba aquel escocés imberbe?
-Es que tenía frío y me estaba calentando.