CRÓNICAS DEL ANTI-ATLAS. REFLEXIONES DE UN CAMINANTE POR EL DESIERTO Y NOSTALGIAS VARIAS
Nelo | October 3, 2014El camino a pie o en burro por los recovecos infinitos del sur del Anti-Atlas, por los duros y pedregosos pliegues de la Bani llena el cuerpo de cansancio que se transformará en fuerza, y al espíritu una profunda sensación de libertad.
Libertad física, real, tangible, no solo interior, pues ningún otro sitio como un desierto para comprender las casi infinitas posibilidades a la hora de dirigir nuestros pasos hacia alguna parte.
Un carro aparcado en el arcén
un depósito lleno de gasolina
un cruce de caminos
el sol pegándote en la cara como prueba irrefutable de que sigues vivo
todo tu presente y tu futuro por delante
tus locos destinos
Libertad de elección. Libertad de dirección.
Con el añadido de que el desierto no es una broma y hay algunas ocasiones en que esa elección es descarnadamente vital.
Sin darnos cuenta nos pasamos la mayor parte del tiempo encauzados en caminos naturales o artificiales, el pasillo de casa, ascensor, la calle, las carreteras, los árboles, los valles, los edificios. Siempre hay algo que impide una hipotética dirección. Límites. Aceptados a base de inconsciente y natural entrenamiento que cuesta cambiar.
Esquemas vitales que se hacen añicos.
El desierto, en cambio, está despejado. Puedes tirar para donde quieras. Hay pocas “cosas”.
Arena y cielo. Tierra y cielo. Piedras y cielo. Y tú. Necesitas caminar, beber y comer. Nada más.
Comprender lo básico suele tener un efecto liberador. Más si se te muestra delante irremediablemente, como si te hubieran lanzado en medio del Atlántico.
Estas aquí y esto es lo que hay.
Por no hablar de lo sumamente bonito y variado que es, porque quien no lo conoce, no tiene ni idea de lo cambiante que es.
Podemos además, imaginar un mundo ideal, las circustancias de grandeza, de horizonte abierto, de infinitud, de estar lejos de todo ayudan al atormentado a pensar en una post-apocalipsis en la que ya se barrió todo lo malo, resultando ser un superviviente.
O justo lo contrario, ese paisaje virgen, no modelado por la mano humana, puede invitar también a imaginar el comienzo de los tiempos, los tiempos en que los hombres aún sabían adaptarse al planeta y no trataban de conseguir lo contrario, un albor muy duro pero lleno de pureza y esperanza.
El paisaje por el que avanzas, que ofrece estos pensamientos y millones de muchos otros, puede dejarte también sin ellos. El abotargamiento,la sequedad y la quietud pueden hacer que te descubras un buen rato sin pensar en nada, o con la mente al ralentí.
Solo caminas.
Eres un animal.
A veces si estás muy, muy cansado, eres solo un alma por la llanura. Tu cuerpo dolorido es el de otro y a ti no te duele nada. Te desprendes de él, se lo das al otro.
Ese estado te mete de lleno en la euforia.
E imaginas que recorres caminos “libres” ,”mágicos” o “con corazón”.
Que es lo que me gusta.
Un poquito de poesía por favor.
Muchos viajeros han explicado de manera sublime los efectos del camino en montañas y desiertos, a mi en cambio solo me apetece hablar de libertad.
Sí, claro que idealizo, necesito hacerlo de vez en cuando. Dejad que mantenga en alto mis armas, mi piolet intentando clavarse en algún lado para no deslizarme ladera abajo, resbalando…
Idealizo pensando, por ejemplo, en el amazigh, en el bereber creyente de estas montañas y desiertos. ¿Acaso existe hombre más libre que aquél que está totalmente convencido que tendrá otra vida, que será eterna y transcurrirá en el más maravilloso de los paraísos inimaginables?
Libertad tomada desde el punto de vista económico. Imaginemos a un hombre que en su niñez y adolescencia no conociera apenas el dinero, era nómada y todo funcionaba a base de trueque.
¿Se puede conocer alguien más libre que aquél que sólo depende de las lluvias?
¿Será el mito del buen salvaje tan absurdo como el sueño americano?
¿Más absurdo que este lío, absurdo quilombo, en el que todos andamos metidos para llegar a fin de mes?
Nostalgia de la Bani.
Gran vía Fernando el Católico, Valencia , hora punta de una fría tarde de noviembre, asfalto mojado, las hojas de árboles alfombran las aceras mientras pedaleo entre el furioso tráfico y gente con cara de “lleva cuidado conmigo que vuelvo del trabajo”, notando en mi bolsillo mi única cartilla bancaria en la cual me quedan mis últimos cien euros.
Voy pensando que eso me dará para unas tres compras más en el super y que dentro de muy poco voy a tener que acachar la cabeza y, en el mejor de los casos, dejarme atrapar en el triste, podrido y pastoso mundo laboral, ya que cien euros ni siquiera son suficiente para emprender una huida hacia adelante a donde sea.
Sigo pedaleando, claro el coche mejor está en el garaje, chupa mucha gasolina, no tengo nada con lo que poder comprar durante una temporada una ilusoria y prostituida libertad, que aunque poseedora de estos adjetivos, sirve para restituir al cuerpo y alma algo de esta tranquilidad perdida en absurdas luchas, refriegas y tormentas… mastico entre dientes apretados esta triste Europa que me ha atrapado en su vorágine sin fondo, pedalear y pedalear para no ir a ninguna parte por caminos estrechos.
Más duros que el mismísimo Tanezrouft.
Y me esfuerzo en ser Bill Murray cuando aprende a ser feliz en el repetitivo dia de la marmota.
Pero no lo consigo y pierdo junto a Sabina el puñetero tranvía al barrio de la alegría, y me fumo un cigarrillo -o lo que sea- con él, en su escalera.
Y le digo que se calle un ratito, que yo ya sé mudarme de calle melancolía y recuerdo mi otra vida de hombre libre entre hombres libres…, al menos es ese mi recuerdo, irreal, o no.
Me acuerdo del ulular del viento entre las rocas, del gorgoteo del agua corriendo por las acequias entre las palmeras, de las afiladas voces de las pastoras cuando regresan al oasis al atardecer, del muro del viejo castillo donde me gusta apoyarme para fumar.
Y me pregunto dónde esta mi libertad, pero sobre todo me pregunto dónde está mi desierto …